Capítulo 19: Soluciones
–Ya Stella, nos vamos a inundar. –Exagera Carolina observándome llorar.
–Es que… No puedo, lo arruiné. –Digo mientras soplo mi nariz.
–No has arruinado nada, Miller se ha pasado mucho con su actitud, era lo mínimo que debías hacer. –Me apoya Carolina entregándome un vaso de agua.
–¿Segura que no vas a tener problemas por mi culpa?
–Me le inventé a mi jefe que tenía algunos asuntos familiares, no sospecha nada, así que tu tranquila.
–¿Tranquila? Acabo de renunciar, no cuento con la suficiente economía y las deudas están que me ahorcan.
–¿Pero, te va a liquidar, ¿no?
–Claro, es su deber hacerlo. Para hoy mismo debo estar liquidada. –Contesto soltando un fuerte suspiro.
–¿Qué te dijo Mónica? –Pregunta curiosa.
Niego. –No le he contado nada.
–¿Cuándo lo piensas hacer?
–Algo me tengo que ingeniar, no quiero preocuparla. Le dije que Miller me había dado el día de descanso, mañana a primera hora me toca ver que consigo.
–Lo que sea que te pueda ayudar, me informas. –Pide.
–¿Tienes un millón de dólares? –Bromeo para intentar calmarme.
–Yo también los necesito, pero como te darás de cuenta, no los tengo y no planeó atracar un banco. –Contesta.
–Gracias.
–¿Por qué? –Pregunta sin entender.
–Porque eres la persona que conoce hasta mi más peores secretos y no me juzgas, mi segunda mejor compañía después de mamá.
–A veces eres demasiado cursi, Stella Corney. –Se ríe.
Sonrío forzosamente. Seguía con mi pijama, pensando que hacer ahora que estaba desempleada y sin un peso en el bolsillo, solo me tocaba esperar la liquidación y ver como la podía rendir.
Miro el techo sin buscar nada, simplemente quería dejar de pensar que era la mala de la historia porque no lo era.
Carolina ya se había marchado y estaba agradecida con ella por darme un poco de su tiempo solo para oír la mala suerte que me cargaba en estos momentos.
Tenía algo claro… Si me quedaba allí todo el día no iba a lograr nada.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño, me doy una ducha y luego me cambio para ir a comprar algunas hojas de vida para poder llenarlas en busca de algún trabajo.
Sonrío de satisfacción al verme en el espejo, no parecía una persona que hace algunos minutos pensaba que se acababa el mundo.
Me dirijo a la habitación de Mónica y la veo sentada tan tranquila, con una taza en donde suponía tenía su café como se lo recetó el doctor. La observo por unos segundos, ella era mi madre, la persona que me crio sin importar criticas o algo por el estilo, simplemente ella era feliz a mi lado y el sentimiento era mutuo.
–Hola cariño, pasa no te quedé allí parada. –Habla al verme, sonrío y me acerco brindándole un abrazo acompañado de un beso en la mejilla.
–Lo siento, creo que mi cabeza no anda muy bien que se diga.
–¿Todavía la prensa te ataca? –Pregunta.
–No tanto, pero me siento demasiado incómoda con ello. –Miento.
–Todo va a estar bien, de seguro Miller arreglará todo ese tema.
Sí claro, sobre todo que lo va a arreglar. Lo único que quiere es arruinarme la existencia.
–Voy a salir a caminar un rato, creo que necesito aprovechar el día libre.
–Claro, yo te llamo si pasa algo o me siento mal.
–No digas eso, no te va a pasar nada.
Me pongo de pie y bajo las escaleras para buscar las llaves para poder salir.
Bien, Stella. Es hora de abrir nuevas puertas.
[…]
Termino de llenar las cuatro hojas, suelto un suspiro y me incorporo mejor en la banca que se halla en el parque. Miro a los niños que salen de los colegios y se dirigen al parque a jugar con sus compañeros, los padres que los siguen con una sonrisa, unos leves recuerdos llegan a mi mente.
–Ella, cariño… Tírale la pelota a papá. –Habla mi madre señalando a papá.
Salgo corriendo tras la pelota que se había alejado un poco, luego la tomo con las manos y la ubico en un buen lugar para poder lanzarla y así lo hago. Papá la detiene con su pie y la vuelve a tirar, con la suerte de que está vez si logro atraparla.
–Excelente cariño. ¿Y ahora, que sigue? –Pregunta mi padre con entusiasmo.
–¡Helado! –Celebro con claro entusiasmo.
–¿Me puedes pasar la pelota, por favor? –Salgo de mis pensamientos al escuchar la voz de un niño.
–¿Ah? –Pregunto al no entender a qué se refiere.
–La pelota que tienes en las manos. –Mi mirada se dirige a las manos y efectivamente, ahí está la pelota que no tengo la menor idea de cómo llegó a mí.
–Lo siento. –Digo entregándosela.
–¿Quieres jugar? –Pregunta.
–¿No prefieres jugar con tus amigos?
–No tengo –dice agachando la cabeza. –Soy nuevo en la escuela.
–¿Y tus padres?
–Allá –contesta señalando a una pareja. –Pero ellos no saben nada, no les digas nada, ¿vale?
–Ok… –Contesto no muy segura.
–¿Entonces quieres jugar?
Lo pienso unos segundos antes de asentir.
–Vale.
–Bien, tú te ubicas en ese árbol y yo me quedo aquí. –Pide.
Asiento levemente ante la petición del chico, tomo el pequeño folder en donde se hallan las hojas y lo llevo conmigo por si se me olvida.
–No soy buena, así que no tires tan duro, ¿vale?
El niño se ríe ante mis palabras.
–Me llamo Erick.
–Y yo Stella. –Me presento ante el niño
Él tira la pelota y yo la recibo, haciendo el mismo movimiento. En algunas ocasiones la pelota si iba más allá tanto para él como para mí.
No sé cuanto tiempo estuve jugando con el pequeño Erick, solo tengo claro que sus padres le tuvieron que insistir varias veces para que se pudieran ir. Recuerdo su última pregunta, “¿Mañana vienes para seguir jugando?”, asentí levemente sin estar muy segura de ello.