Perfecto, Carolina siendo tan gentil como siempre.
Suelto un suspiro de frustración y me tiro en la cama, cierro los ojos y el recuerdo de las palabras de Begoña en el ascensor llegan a mi mente.
Ay Begoña, si supieras.
No se quién le declaró le guerra a quien, pero no pretendo ser perdedora. Me levanto de la cama, me observo en el espejo y todo el poder que poseo no lo voy a perder en este punto.
Vamos a ver quién sabe jugar mejor.
Me dirijo al clóset y empiezo a rebuscar rápidamente, miro el reloj; en media hora quedaron en encontrarse en el bar. Encuentro mi salvación, el short negro junto al top de seda rojo, cuyo escote U daba a relucir mi pecho y mi espalda quedaba al descubierto ya que este solo tenía cuatro pequeñas tiritas que formaban una equis.
Me desvisto rápidamente y empiezo a cambiarme. Ahora el otro lado del problema además del tiempo; los zapatos. Maldigo mentalmente y me agacho a ver la zapatera, sí o sí debía existir algo que combinara con mi ropa.
Una sonrisa se extiende en mi boca cuando las botas largas negras llegan a mi vista, tacón alto y las botas son largas como hasta mi rodilla. Me encantan.
Luego de colocarlas y oficialmente estar cambiada, me dirijo al espejo a encargarme del maquillaje. Solo tengo que retocar algunos detalles, algo de rubor y el labial. El tono rojo hace impacto de inmediato, más si es un tipo mate.
Mi cabello lo suelto y lo dejo a mi naturalidad, obviamente lo acomodo un poco para que no se vea tan desordenado. Aplicó perfume en ciertas partes de mi cuerpo y vuelvo a mirar al hora.
Caraj*.
He demorado más de lo que se suponía, tomo mi teléfono y salgo rápidamente de la habitación. Hago lo mismo con las llaves para salir del departamento y le envío un mensaje a Hilton ordenándole que fuera sacando el auto deportivo de Harry del garaje.
Subo al ascensor y presiono el botón para que este me lleve al primer piso, este no tarda en llegar. Doy un “buenas noches” cuando paso por recepción y continuo.
Las grandes puertas del edificio son abiertas y me permito salir fácilmente, me quedo esperando un par de minutos mientras Hilton trae el auto.
Todo lo tuyo es mío ¿no? Así funciona un matrimonio.
Recuero la amenaza que Miller le hizo a Pérez aquella vez cuando él iba a conducir porque Harry estaba lo suficientemente ebrio como para provocar un accidente. Si ese coche llegaba a tener un rayón por mi culpa, lo mejor que podía hacer era desaparecer de la faz de la tierra, ese auto costaba más que mi existencia. Para rematar la historia, en ningún momento le pedí autorización a Harry para usarlo.
No te acobardes ahora, Stella.
El sonido del deportivo cuando Hilton frena hace que mi mente deje de divagar tanto, el guardaespaldas se baja y me extiende las llaves del auto.
—Señora ¿Esta segura de usarlo? —Pregunta.
—Claro, todo lo de él es mío. Es como funciona un buen matrimonio —le guiño el ojo dándole a entender la falsedad de todo el “matrimonio”.
Con las llaves del deportivo en mis manos, finalmente me subo en él y lo enciendo, el sonido de los motores son una melodía exquisita para mis oídos. Enciendo la radio antes de emprender mi camino.
—Empezaremos a darle seguimiento apenas usted arranque, yo iré en la primera —explica el hombre, volteo a verlo incrédula.
—Ah no, no necesito esa cantidad de cosas siguiéndome —me quejo.
—Son órdenes, señora, órdenes que debemos cumplir —demanda —Es aceptar o tendré la obligación de llamar a su esposo; usted decide.
Lo fulmino con la mirada.
—Bien, alístense que ya vamos tarde.
Por el espejo del auto observo cómo Hilton se ubica en la camioneta tal como lo dijo y también como otras tres cosas de esas esperan para hacerme seguimiento. Suelto un suspiro y me mentalizo con que nada puede quitarme el buen humor.
Minutos después me encuentro conduciendo entre las calles, elegimos una ruta que no estuviera tan transitada porque eso sería un problema para las camionetas. Gracias al cielo no le ha pasado nada al auto y espero que por lo que falta de camino no le pase nada.
El GPS me indica dónde queda tan distinguido bar que alquiló Begoña, evidentemente es uno de esos lugares en donde solo los ricos se permiten la entrada.
Dos de las camionetas se detienen en la esquina antes de llegar, ya que podemos obstaculizar la calle y la otra que es en donde viene Hilton me sigue hasta la entrada que es en donde yo me detengo.
Tomo el teléfono que lo había dejado en la parte del copiloto y salgo del auto no sin antes tomar las llaves. Hay dos hombres de seguridad, adentro se escucha algo de música.
Me detienen cuando intento ingresar.
—¿Nombre? —Pregunta uno de ellos.
—Stella Corney —respondo intentando ser amable.
Ellos buscan en lo que parece ser una lista, el orangután levanta la mirada y vuelve a hablar:
—Lo sentimos, usted no se encuentra en la lista por lo que no puede pasar —excusa.
Bendita sea Begoña.
—¿Disculpa?
—Le repetimos, no está en la lista. No puede pasar —repite como si fuera niña chiquita.
—Por favor, déjeme ingresar.
—Mire señorita no sea intensa, se va o la echamos. ¿Cuál prefiere?
Tienes poder, haz uso de ello.
—¿Sabes quién soy o por lo menos sabes quién es mi prometido? —Pregunto como aquellas personas en telenovelas.
—No nos interesa, eso no funciona con nosotros.
—Ok, no quería llegar a este punto pero ya que ustedes no colaboran —hago una seña a la persona que se encuentra en la camioneta, Hilton no tarda en bajar y acercarse.
—¿Tiene algún problema con los señores? —Pregunta.
—No me dejan ingresar que porque no me encuentro en su tonta lista.
—¿Me comunico con el señor Miller? —Pregunta quitándome la palabra de la boca.
—Exactamente, dígale que afuera hay un par de hombres que no me dejan entrar y que para colmo tienen el atrevimiento de echarme —digo mientras miro al par de orangutanes.