Marco observaba pensativo por la ventana, admirando cómo el invierno se iba cerniendo sobre los árboles que rodeaban el edificio en el que se encontraba. Las hojas caducas, marchitas, ya hacía tiempo que habían caído al suelo y el viento las había barrido, mientras que las orgullosas coníferas se alzaban entre los pálidos esqueletos de madera que aquellas dejaban atrás. La escarcha de la mañana aún cubría algunos parabrisas y los alféizares de algunas ventanas, pero el hombre sabía que solo era cuestión de tiempo que desapareciese; en cuanto asomase el sol por el horizonte, el hielo se convertiría en agua y después el calor la evaporaría. Así era el ritmo de las cosas.
Reprimiendo un bostezo que pretendía despejarlo de sus bucólicos pensamientos, bajó la vista de nuevo, con desgana, hacia los papeles que había comenzado a hojear unos minutos antes, en cuanto había llegado a trabajar. Pero en cuanto unos cálidos brazos rodearon su cuello, desistió sin demasiado esfuerzo y, con deleite, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
-Buenos días -dijo una voz femenina de contralto sobre su pelo, justo antes de que sus labios se uniesen-. No te he oído irte esta mañana.
Marco rio por lo bajo, no sin cierta amargura, mientras Cora bajaba la cabeza para ponerla a la misma altura que la de su marido y trataba de encontrar sus iris azules, sin resultado.
-He pasado una mala noche -confesó él ante su muda pregunta, sin mirarla directamente.
Cora suspiró, rodeó la silla donde estaba sentado y se sentó sobre sus rodillas con una sonrisa pícara en los labios.
-Pues tal y como te vi caer rendido, cualquiera lo diría -bromeó, tratando de quitarle hierro al asunto. No soportaba verlo tan abatido.
Marco sonrió a medias, ligeramente divertido por aquella afirmación totalmente verídica, pero de inmediato se puso serio y Cora lo notó. Despacio, le tomó la barbilla con un dedo y lo obligó a levantar la cabeza.
-¿Qué te preocupa? -preguntó con dulzura-. Ya sabes que no me gusta que me ocultes cosas...
Él respiró profundamente y rodeó su cintura con el brazo antes de responder.
-No lo sé, la verdad -confesó en voz baja, mirándola a los ojos-. Y te juro que no trato de esconderte nada. En realidad, bueno... todos mis quebraderos de cabeza pueden resumirse en que las finanzas de la discográfica no van bien. Y los aspirantes que tenemos... en fin...
Acompañó sus últimas palabras con un gesto de frustración propio de él como era pasarse la mano por el pelo. Cora siguió con los dedos ese mismo recorrido antes de juntar su frente a la de él; a pesar de que alguna cana y unas entradas muy ligeras denotaban sus casi cuarenta años, lo cierto es que Marco había conservado gran parte de su abundante cabellera rubia y rizada.
-Quizá el de hoy sea prometedor -intentó animarlo-. ¿No será eso lo que te ha quitado el sueño hoy? -inquirió acto seguido, con una ceja arqueada.
La risa sarcástica de Marco la hizo levantar la cabeza de golpe, sorprendida y ligeramente irritada. Cuando su esposo se ponía imposible...
Pero antes de que pudiese decir nada, este lo hizo por ella.
-Puede que en parte sí, pero vamos... Creo que ya me conformo con que sepa lo que es una guitarra española, eso te lo garantizo -aseguró, y al comprobar que la mueca de ella se suavizaba, le acarició la mejilla con cariño-. No me interpretes mal, mi amor. Pero reconocerás que la música de hoy en día... No es lo que era en nuestra época. Y me resisto a conformarme con lo que hay... -alzó las manos al techo con impotencia mal disimulada-. Quiero... Algo mejor.
Cora tenía que admitir que Marco tenía razón. Ella deseaba exactamente lo mismo que él; pero, en este caso, no se dio por vencida. Tenía una corazonada: el candidato que tenía que acercarse a hacer la prueba en directo aquella mañana parecía que realmente sabía lo que hacía. O, al menos, eso demostraba su humilde maqueta.
Queriendo repasar los detalles de la misma por si alguna flaqueza del aspirante que su marido hubiese llegado a detectar se le había escapado, la mujer alargó la mano despacio y cogió un pliego de papeles que había sobre el escritorio, evaluando su contenido con atención.
-Este al menos viene especialmente recomendado -murmuró al fin, cuando terminó de repasar su currículum artístico y los detalles de la grabación, así como las anotaciones que había garabateado Marco tras escuchar la maqueta. Él era el productor ejecutivo, el encargado de revisar el material y dar su veredicto. Pero Cora suponía que, en este caso, su marido ya estaba tan quemado de escuchar a solistas y grupos de medio pelo que no había contemplado un diminuto pero crucial detalle. Por lo que, al ver la mirada perpleja que le dirigía Marco, aclaró con una sonrisita irónica:- Si tu hija y tu sobrina opinan que este mozo tiene talento y potencial... ¿No deberíamos darles un voto de confianza?
Entonces sí que la sincera carcajada de Marco resonó por todo el estudio. Pero no estaba molesto y Cora lo supo al instante; especialmente cuando, con infinito amor, el productor de Black Records la besó en los labios durante un minuto entero para, tras separarse, murmurar burlonamente junto a su oído: