Perspectiva de Hakon:
Podía ver cómo se alejaba de nosotros lentamente, mientras escuchaba de forma lejana a Astrid quejarse por la actitud de la pelirroja, pero yo solo podía sentir una nueva emoción que no sabía cómo describir.
Cuando estaba con ella todo era más difícil, no importaba cuánto me esforzara en poder conocerla, la pelirroja no estaba dispuesta a abrirse conmigo.
El día de su llegada, cuando cayó en mis brazos, sentí algo diferente en ella, cómo había dicho mi nombre. ¿Cuál había sido ese sentimiento con el cual me identifico? ¿Nostalgia? ¿Frustración? Podría estar horas queriendo identificarlo.
Después de aquel día en la cabaña comprendí que ella, sin dudas, era alguien especial. Me conocía, pero no como el hijo de Ragnar, sino como Hakon, el cual había dejado de existir hacía muchos años. Su pregunta todavía resonaba en mi cabeza como un eco lejano.
“—¿Qué? Pero ese era tu sueño.”
Su mirada era de sorpresa y el tono de preocupación me dejó desconcertado. ¿Por qué a alguien como ella le preocuparía que dejara mi sueño de lado?
Para mí, esa vez en la cabaña fue una mezcla de emociones. Desde entonces me he querido acercar más a ella. Siempre está envuelta en un aire de misterio y al mismo tiempo de bondad y tristeza palpables, pero algo en mi interior me gritaba que lo mejor era mantenerla lejos.
Mi mente volvió a los hechos recientes. ¿Qué había sido todo ese espectáculo? O sea, sabía que no era su persona favorita, pero ¿por qué actuar de tal forma conmigo y Astrid?
Sentí que alguien sujetaba fuertemente mi brazo y volví a la tierra. Astrid estaba mirándome con una mezcla de molestia y preocupación. Sin decir palabra empezamos a caminar, dejando atrás todo lo sucedido.
Al llegar al pueblo nos teníamos que separar: yo tenía que volver a la herrería y ella tenía que ir a su entrenamiento diario con los demás jóvenes. Pero antes de que pudiéramos despedirnos, Astrid habló.
—¿Hak? —me llamó suavemente—. ¿Sigues pensando en la forastera?
Tomó mi rostro entre sus manos para que la mirara a los ojos.
—No, solo estoy cansado —mentí.
Pude ver cómo un destello de duda cruzó sus ojos, pero en esta ocasión no tenía ánimos para tranquilizarla.
Sin mediar palabra alguna, cada uno tomó el camino que le correspondía. Al llegar a la herrería, me puse a ver qué había en la lista de pendientes. Opté por empezar con el pedido más reciente: una espada con un arco y sus respectivas flechas.
Mientras me ponía manos a la obra, tantas preguntas recorrían mi mente. ¿Cómo me conocía? ¿Cómo sabía de mi libreta? ¿Por qué fue nombrada matriarca? Estaba muy adentrado en mis pensamientos cuando la voz de Bjorn me trajo de nuevo a tierra.
—No me digas que estás de nuevo en las nubes, Hakon —habló con tono severo.
Me rasqué la nuca, apenado.
—Estaba pensando en la que cayó del cielo —dije mientras me ponía de nuevo a martillar un pedazo de hierro caliente—. ¿Ya la conociste?
Miró con una ceja levantada y una mueca de diversión cruzó su cara. Para ser uno de los vikingos más feroces, su personalidad suele ser muy… blanda.
Se quedó pensativo por unos minutos.
—Sí, ya la conocí —dijo divertido mientras me daba la espalda para volver a su trabajo.
Me di vuelta a medio golpe. ¿Ya la conoce?
—¿Y qué impresión te dio?
Levantó los hombros, restando importancia, pero sin verle el rostro sabía que algo me ocultaba.
—¿No tienes nada que opinar de ella?
Volví a mi mesada, pero quería poder sacarle algo de información.El silencio reinó por unos minutos, hasta que por fin el grandote habló.
—Es muy agradable y entendí por qué la anciana la nombró matriarca —dijo sin más.
Mis ojos se agrandaron lo más posible. Me quedé atónito. ¿Qué era esa respuesta?
—¿Qué? —simplemente logré decir, incrédulo.
Ignoró mi pregunta y siguió trabajando en silencio. Quería seguir indagando, pero el ruido de un cuerno me interrumpió.
Era la señal de amenazas en la costa noreste. No tenía tiempo para dudas, tomé mi arma y me dispuse al llamado. Al salir de la herrería pude ver cómo todos corrían para tomar sus armas.
Corrí con todas mis fuerzas y al llegar primero me encontré con los Portadores del Olvido comandados por quien nos advirtió la anciana: Trosten. Se veía uno o dos años mayor que yo, su pelo rojo brillaba con los rayos del sol y su semblante era relajado, pero firme.
Al verme llegar solo, sonrió. Sus hombres se aproximaban a mí, pero levantó su mano y habló.
—De él me encargo yo, va a ser mi regalo para su padre.
Sus hombres retrocedieron sin chistar. Mis músculos se tensaron; el cuero del mango de mi espada quemaba mis palmas sudorosas. Recordé cada golpe de mi padre, cada caída en los entrenamientos, cada vez que me levanté aun con los huesos adoloridos. Este era el momento de demostrar que no había sido en vano.
El pelirrojo se aproximaba a mí con paso tranquilo. Yo lo estaba esperando en guardia, recordando todo lo que mi padre me había enseñado, trayendo a mí todas las noches de entrenamientos donde terminaba exhausto. Con cada paso que daba aproximándose a mí aumentaba su velocidad; cuando quise reaccionar ya estaba encima mío.
El primer golpe se sintió como la roca que rompe la tranquilidad en un lago. Mi espada vibró y aquella vibración subió por mis manos hasta mis hombros.