Quizás era una noche de paz para los otros, una noche de amor que no la incluía a ella.
Sabrina lo había intentado. El árbol de navidad y las luces de colores sobre el tejado daban fe de ello. Pero simplemente no había dado resultado. Nada quitó aquella ardiente opresión en su pecho, ni aquella densa neblina instalada en su mente.
Hastiada de mirar por la ventana un ir y venir de personas sonrientes, una sucesión de familias cargadas de bolsas de regalo en las manos y brillo navideño en las miradas, ella caminó con pies de plomo hasta el sillón de su sala. Allí se dejó caer y cerró los ojos. Estaba satisfecha con su decisión de pasar esa fiesta sola, aunque para lograrlo tuvo que mentirle a un par de personas y también quitarle el cable conector al teléfono. Sus padres ( que habían insistido en ir a buscarla sin lograr su propósito) de seguro se estarian preguntando porqué aun no llegaba. Sus hermanos, probablemente, estarían llamando una y otra vez tanto a su teléfono fijo como a su celular, chocando, de seguro con la típica frase " Este número se encuentra apagado o fuera del área de cobertura"... la que estaba apagada y lejos era Sabrina, pero no había botón o cable que pudiera solucionarlo.
Así se quedó un par de minutos, hasta que, como solía sucederle, su mente comenzó a remontarse al pasado, a uno cercano que solo contaba trescientos sesenta y cinco días, a una noche igual a esa, salvo porque aquella rezumaba vida y felicidad, esperanzas y promesas de alegrías futuras, y esta solo soledad y tristeza, mucha tristeza. Hacía exactamente un año a esa hora Sabrina estaba ocupándose de la cena mientras que Pablo, su flamante esposo, ponía la mesa demasiado temprano. Su traicionera memoria le traía adjunto el recuerdo de sí misma, en la cocina, tarareando un pegajoso villancico al mismo tiempo que acariciaba su vientre apenas hinchado. Un sollozo brotó de su boca y eso cortó de cuajo las remembranzas.
—Falta el pan—había dicho Pablo, antes de que los tres emprendieran un camino que traería de vuelta a uno solo. Tal vez ni siquiera a uno.
Sabrina no pudo frenar las lágrimas que llevaba aguantándose desde la mañana, ni pudo lograr contener aquella sensación de vacío, de alma ahuecada. Subió sus piernas al sillón y las rodeó con sus brazos. Se meció lento, como si Paloma ( nombre que habían elegido al conocer el sexo de su bebé) todavía estuviera dentro de ella. Paloma...que lejos de casa había volado.
Cuando el llanto cesó ella se quedó con la vista fija en el árbol. No supo porqué pero algo en su imagen festiva y luminosa atrapó absurdamente su atención. Solo porque sí se puso de pie con lentitud y se acercó hasta aquel emblema de la navidad. Lo contempló como quien contempla algo que vio mil veces pero que aun así siente que ve por primera vez.. Se abstrajo en sus relucientes adornos, en sus cintas plateadas y doradas, en la estrella de cuatro puntas que lo coronaba, "la estrella de Belén" como le decían, y suspiró. No significaba nada. Tampoco la cena en familia, ni los regalos en botas, ni el pesebre, ni la maratón de películas navideñas que daban en la tele...ni comprar pan para la mesa para que todo fuera perfecto, ¿perfecto para qué?, ¿perfecto para quién?
De repente sintió que el aire le faltaba, se sintió claustrofóbica dentro de su propia piel, se percibió igual a ese papa noel que tenía enfrente encerrado dentro de una burbuja de plástico, como un muñeco que transmitía solo emociones artificiales, las que los otros querían ver; la resignación, la fortaleza, la esperanza, la fe, todas sintéticas y artificiosas.
Harta de todo decidió que lo mejor sería acostarse y dormir hasta el día siguiente. Ya se giraba cuando notó una pequeña luz resplandeciendo en medio de las ramas. Esta, para su sorpresa e incomprensión fue creciendo y ensanchándose, y conforme lo hacía empezó a reflejar los tenues esbozos de una escena que segundo a segundo iba aclarándose. Un minuto después la imagen que manifestaba era tan nítida como todo lo demás a su alrededor. Lo que contempló en esa "ventana sobrenatural" le causó cierto dolor y nostalgia. En ella se veía a una familia ( lo supo por el parecido que guardaban) compuesta por unas quince personas. Había cuatro niños y dos niñas que hacían barullo y un jovencito que aparentaba recién dejar la adolescencia, una anciana de mirada sabia y tres hombres robustos y sonrientes, además de cuatro mujeres de mediana edad. Todos menos una, estaban sentados en cuatro mesas largas de madera que formaban un cuadrado alrededor de un árbol, un pino, cubierto de frutas y adornos de toda clase hechos a mano. La mujer que no estaba a la mesa estaba en cinta, y no fue su vestimenta, igual a la del resto; antigua y hermosa en su sencillez, con su vestido de lana plisada en tonos tierra y su cabello rubio como el sol y trenzado y sujeto con una pieza de tela, ni la irrealidad de estar observando a una familia noruega del siglo IX en el comedor de su casa, lo que la dejó sin reacción ni palabras, sino fue que aquella mujer la miraba, a traves del tiempo y de lo imposible, ella la miraba, directamente a los ojos.
—Le pregunté a las nornas con que nombre honraría al hijo de quien amé y perdí... y ellas me muestran esta visión de ti. Skuld, la que ve lo que ha de acontecer, debe tenerte en gran estima.
Sabrina desconocía el idioma en el cual la mujer le hablaba pero aun así comprendió sus palabras. Su propia falta de temor la asombraba y guiándose por ella fue que le respondió.
—No sé que pueden ver en mí tus deidades, pues yo no puedo ver en mi interior más que vacío. Aun los hilos que me sostienen tienen grietas, pronto van a cortarse y me desplomaré en el suelo.
Ella le sonrió con una empatía y dulzura tal que se estremeció hasta los huesos.
—Has perdido y te has perdido también. Conozco ese dolor. Es el dolor de lo que se escapó de entre tus manos, y te preguntas, ¿debí sostenerlo con más fuerza?, ¿fui necia, torpe o egoísta?
Cuantas veces se había hecho las mismas preguntas, ¿fue mi culpa?, ¿pude evitarlo?
—Nada podías hacer—continuó la mujer—En el tapiz de las nornas están los hilos de cada vida, no hay influencia en nuestras acciones. Cuando uno se corta es porque era su tiempo, no pueden volver a unirse las cuerdas de ese telar como tampoco se puede volver atrás el tiempo.
—Lo sé—dijo Sabrina—Lo sé, y el no poder volver, el que no haya retorno, el perder para siempre, me mata de pena.
Nuevamente las lágrimas se hicieron presentes. Darle voz a su dolor parecía hacerlo más fuerte.
La mujer dio un paso adelante. Sabrina pudo ver de cerca sus ojos azules, las pecas en su nariz, debería tener la misma edad que ella, poco más que treinta.
—Pero aun así estas de pie.
¿Podría llamarse "estar de pie" a todavía no haber caído? Sabrina deseo que sí, porque eso significaría que alguna vez podría animarse a dar el primer paso. Asintió en respuesta, y hasta sonrió un poco.
—En honor a ti, que has sufrido mucho pero que aún lo intentas, cada día cuando amanece, y cada noche cuando el sol se acuesta, le pondré a mi hija, porque ahora sé que será una niña, Gerda, que entre los míos es " Fortaleza".
Ese gesto la conmovió hondamente. Pensó que ni siquiera le había dicho a esta mujer lo que había perdido, pero que aun asi parecía poder verlo. Tal vez llevaba impresa esa desgarradora falta en el semblante, en la mirada, en toda ella.
—Mi nombre es Sabrina—le contó—, y me siento honrada por tu decisión.
—El mío es Engla, mujer de los días que vienen.
Sabrina sonrió ante aquel mote. Arrobada observó con ternura a la familia de Engla.
—¿Qué festejan?—le preguntó, sintiendo aquella celebración tan familiar.
Engla se giró por un momento y contempló lo mismo que ella. Cuando volvió a mirarla estaba resplandeciente.
—El nacimiento de uno de nuestros dioses, Frey, dios y señor del sol—dijo y luego bajó su mirada a su vientre—, y de la fertilidad. Hoy más que nunca le venero pues él me bendijo con vida.
—¿Y el árbol?—inquirió Sabrina mirando detrás de ella—¿Porqué un árbol?¿Y para qué reunirse a su alrededor?
Engla dejó escapar el aire lentamente. Se mordió los labios por un momento, mientras cavilaba en esto, o eso parecía.
—El árbol—le explicó, señalándolo con un dedo—, representa a el Ygdrasil; el árbol de la vida, el cual mantiene a todos los mundos unidos en perfecta armonía. Cuando lo evocamos, estamos haciendo una declaración sobre nuestras familias, que así como el fresno del universo sostiene a los nueve convirtiéndolos, a pesar de sus diferencias y singularidades, en uno, así también sucederá con los nuestros, quienes se harán más fuertes, unidos por el amor y entrelazados por el compromiso de la sangre.
¡Qué cálida sensación le dejó aquella explicación! ¡Cuántas preguntas respondían aquellas pocas palabras!
—Gracias—dijo en medio de un suspiro—Por... todo.
Engla extendió una mano hacia ella, casi como, si la quisiera tocar. Al instante Sabrina hizo lo mismo. Estuvieron a milésimas una palma de la otra, pero una fuerza invisible y poderosa no les permitió ir más allá.
—A ti también. Vuelve ahora con mi bendición y con la de mis dioses, y recuerda esto cada mañana al levantarte: Lo que te parece poco no lo es. Lo que te quedó: los recuerdos, las sonrisas, las ilusiones, las charlas... todo ello tiene su valor y es el alimento que necesita tu alma, no se lo niegues, aunque duela, pues necesita volver a caminar otra vez. Sabrina, las migas también son pan. No lo olvides.
La imagen frente a ella, tan poderosa en su significado, empezó a desvanecerse de la misma manera en la que apareció, de la nada. Sabrina comenzó a retroceder lentamente mientras el rostro dulce de aquella mujer del pasado iba desapareciendo poco a poco. Mientras caminaba, aun extasiada por aquella experiencia, mil pensamientos distintos llenaron su mente. Y entendió qué, bien podía llenarse de amargura al corroborar que aquella fiesta tan esperada por muchos, era solo una tradición más, cimentada sobre otra ya muerta, sobre las ruinas de otra fe. Aferrándose a esa idea desdeñaría aquel festejo, le restaría importancia y tal vez con eso lograría que doliera menos, pero no, Sabrina ya estaba cansada de enterrarse en el despecho y en la oscuridad, prefirió transitar un camino mejor, uno en el que allá, a lo lejos, cerca del final, tuviera una luz de esperanza. Pensó entonces, justo cuando sus tobillos chocaron contra el sillón, en lo que representaba la navidad, en lo que aquella visión le había enseñado. La navidad era un árbol sosteniendo en sus ramas a los mundos: una familia fortaleciendo y celebrando el vínculo entre los suyos, era afecto, compromiso y lealtad, era una promesa. Ella volvió a llorar pero no de tristeza. Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir no supo si lo que acababa de vivir había sido un sueño, y eso no importó en lo mas mínimo. Se halló a sí misma sentada sobre el sillón con las piernas sobre su pecho.
Con una sola cosa en mente Sabrina se estiró hasta su bolso de cuero y rebuscó dentro de el lo que necesitaba. Lo hizo con manos ansiosas, húmedas por las gotas saladas que caían sobre ellas, con emoción.
—Mamá—susurró a ese árbol que ansiaba tanto sostenerla en su dolor—¿Me pueden venir a buscar?