La rebelión de las escobas

El Camión numero 3

     Don Marcos era un hombre mayor, ya pisando los 50. Algunos años atrás había sido bastante obeso, pero la situación del país le había robado muchos kilos demás y dejado varios centímetros de piel extra. Trabajaba como conductor de un camión de basura y tenía un par de meses que la alcaldía no se manifestaba con su salario. 

     Con el trabajan Francisco y Javier, ambos jóvenes apenas empezaban su vida laboral. Habían tomado esos empleos con la intención de reunir dinero para poder largarse a otras latitudes a “probar suerte”, como solían decirse en cada oportunidad en la que el tema saliera a relucir en una conversación. 

      Aquella tarde, quedaron con varios colegas en reunirse después del trabajo para tratar el tema de su salario adeudado y probar un menjurje que Manuel, el conductor del camión 17, había destilado en el patio de su casa. 

     El temita de lo “adeudado” no era cosa fácil de tratar. Vivir bajo un régimen que muy generosamente les otorgaba el privilegio de vivir, aunque en la opinión de muchos eso no calificara como vida, hacía que presentar una queja pudiera colocar sus “privilegios” en una balanza fatal. 

     —¿Qué horas son? —Preguntó Francisco.  

     Ya el sol empezaba a ocultarse, esa tarde de viernes, e iban retrasados para guardar el camión número 3 que era el que manejaba Don Marcos. Habían pasado por la venta de mangos de su mujer, la cual todas las mañanas en temporada de cosecha deambulaba por los solares de las casas donde estos manjares se encontrarán, para recoger su cosecha y solventar la aguda crisis que los embargaba. 

     —¡Tarde! —Respondió Javier. 

     —Pero valió la pena muchachos — agrego Don Mario —. Además, vamos a llegar antes del cierre. 

     Francisco era muy bueno en el bricolaje, había sido una de las razones por las cuales Javier lucho para convencerlo de empezar ese empleo. La basura de unos puede ser una fortuna para una persona que sepa cómo sacarle provecho. Ese día, en la basura, encontraron muchos retazos de madera y otros recursos aprovechables, además de herramientas desechadas de una antigua carpintería que años atrás quedara fuera del negocio. 

     —¡Si! Estoy seguro que Francisco puede hacer muchas cosas con esas herramientas y el desperdicio. 

     Francisco solo asintió a lo que su amigo Javier afirmaba, los 3 habían llegado a un acuerdo para solventar, con lo que lograban rebuscar en la basura, la precaria situación en la que se encontraban. 

     —Bueno muchachos, otro día, otro centavo que nos deben. —llegaron al depósito donde guardaban los camiones de la alcaldía justo cuando estaban cerrando, lo que los ha salvado de una amonestación. 

     La Alcaldía contaba con 25 unidades, en funcionamiento, de 50 que tenían para el aseo urbano. Como en todo lo demás, de la administración pública, poco les importaba el aseo urbano, el agua o la luz, excepto cuando se dañaba el servicio o, en el caso de la basura, el problema apestaba demasiado. 

     Originalmente el camión que manejaba Don Marcos, empezó su servicio siendo el numero 23, al dañarse el primero solo borraron el 2 y con eso solucionaron el problema, claro, en la hoja de mantenimiento colocaron un cuantioso gasto en reparaciones y del otrora camión 3 solo quedo el esqueleto de la copiosa canibalización a la que fue objeto. 




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