La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XVI

Diago y Aaron escupían a estornudos con fuerza, la picazón en la garganta y el ardor por el resfriado eran insoportables. Por estar expuestos a la lluvia en Puerto Perla, terminaron enfermándose con una gripe que se calaba hasta en sus huesos. 

— Quédense en cama y aléjense de todos para evitar infectarlos — advirtió Cuatro dedos Afflick, con una determinada distancia —. Lo lamento muchachos, no podrán hacer nada estando así. 

— ¿Nos podremos recuperar pronto? — Aaron estaba en su camilla, tomando las sábanas con vicio. Tenía escalofríos. 

— ¡Claro! Son chicos sanos, en unos dos días estarán recuperados. 

— Eso espero — Diago dio un estornudo primal que bañó de mocos la capa de su hermano. 

Lane se sacudió cuanto antes, él y los demás continuaron muy sanos. Tenían mejores defensas que Diago y Aaron.  

Víctor había recuperado a Galleta, Rose salió corriendo a entregárselo cuando llegaron. Juró haber sido una experiencia desastrosa, la alimaña tomaba los frascos y capsulas de cristal como si nada, sin mencionar que tomaba algunos químicos en sus manos creyendo que era alguna especie de bocadillo. Skycen volvió al día siguiente del regreso de los muchachos, el mismo en el que Diago y Aaron se enfermaron, pero no sintió muchos ánimos de conversar con Lane. 

Lane lo observó con preocupación mientras se alejaba, ya no tenía su fraternal y entusiasta personalidad, ahora se limitaba a pedir tiempo a solas. Ni Worgaine ni Kyrion quisieron dar detalles siendo sus más cercanos, estaba fuera de su alcance. Akali tampoco dio mucha información, sólo estaba enterada de que estuvo con un mandado familiar. 

Alan ofreció su currículo de Guerrero para viajar a Lagos Tártaros a una misión con otros dos Guerreros más fuertes que toda la pandilla, pero más débiles que Lane: Lorraine y Krisha Polizz, hermanas gemelas expertas en el Arte del Látigo, maestras en ya seis técnicas. La misión se trataba de llevarle a Akali un comprobante de apoyo bélico por parte de tres ciudades importantes de Lagos Tártaros.

El señor feudal Deish, en Río Esmeralda, les dio el comprobante firmado por todos aquellos que jurarían lealtad por la causa: prometían aportar tropas para su futuro viaje a las Montañas del Norte después de pasar por Torres Viudas. Sin embargo, ante de regresar, Alan les dijo a las gemelas que se adelantasen. 

— ¿De qué hablas Marine? 

— Tengo a alguien a quien visitar aquí en Río Esmeralda. 

— ¿En serio? No creo que puedas irte así sin más. Hay reglas contra el viaje desautorizado.

— Por favor, cúbranme —  insistió el chico — . No me importa tomar cualquier riesgo. Es muy importante que haga esto.

— Bueno... recuerda que debes regresar antes de que nos vayamos. 

— Es una promesa. 

En la ciudad la gente se vestía parecida a la gente de la Morada de Mercurio: mujeres con corset, hombres con tirantes y gorras apretadas, hasta muchachos mugrientos vendiendo periódicos en las esquinas y palomas mensajeras invadiendo el cielo. Lo que la diferenciaba de su ciudad de procedencia era el gigantesco río esmeralda que dividía la ciudad en dos. Grandes barcos de vapor cruzaban por sus aguas desde lugares aún más lejanos, transportando mercancía o pasajeros. Los tártaros estaban familiarizados con la navegación en agua dulce, el río esmeralda era un afluyente de otro que creaba lagos, ciénagas y gigantescos pantanos por toda la región.

— Disculpe, ¿Cómo llego a la Ciénaga del Sapo? — preguntó Alan, montando su caballo y con su martillo amarrado a su espalda. 

— ¿Hasta allá? A ver... no es un trecho muy largo, no te tardarías más de una hora — le respondió un vendedor ambulante, a quien aprovechó para comprarle unas palomitas de maíz saladas. 

— No importa. Necesito una forma de llegar. 

— Siempre hay canoas que llevan a la gente compadre. Quizás encuentre una en el río. 

— Se lo agradezco mucho. 

Alan fue precavido y dejó a su caballo amarrado a las afueras de la ciudad en un árbol, no confiaba en los supuestos cuidadores. El árbol estaba cerca del río y no tardó mucho en conseguir un transporte vacío: una góndola conducida por alguien de su misma edad. 

Los nervios le devoraban las entrañas, ni siquiera el relajante sonar del agua lo tranquilizaba. Pero mantenía un rostro sereno e inquebrantable, su propia misión lo exigía. Le preguntó a su padre, cuando tenía él quince años, quiénes eran sus verdaderos padres con la excusa de simplemente saberlo: el señor Marine le dijo que no lo sabía, pero que una panadera al otro lado de la Morada de Mercurio lo tuvo resguardado y se lo llevó. Le preguntó a esa panadera un mes después y le dijo, con mucho dolor, que se lo había vendido un vagabundo durante su viaje a La Bonita. 

Después de encontrar al vagabundo al borde de la muerte por desnutrición en un pequeño viaje que hizo durante su estadía en Casquillo Plateado, le reveló que lo robó a un comerciante de la Ciénaga del Sapo llamado Lucas Norein que lo tenía adoptado. Apenas pudo conseguir esa información.

¿Quizás ese comerciante llamado Lucas Norein era su verdadero padre? ¿Lograría encontrarlo cuando llegase allá? ¿Cómo lo convencería de que era o no su hijo? Las posibilidades eran infinitas para Alan, pero estaba seguro de que debía continuar. La verdadera respuesta le quitaría finalmente ese hueco que tenía desde sus quince años en su corazón. 



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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