La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XLI

Apenas amaneció, la insurrección se posicionó a las afueras de Burgo Gris. Dejaron un barco salvavidas con carbón en llamas para confundir a la Rebelión cuando encontraron una bifurcación. Encontraron refugio entre los frondosos árboles, apenas distinguiendo la ciudad en ese enorme mar de neblina.

— No podemos adentrarnos a Burgo Gris sin tener una ruta de entrada y otra de escape — comentó Akali.

— Hay una estación de tren, mientras unos revisan qué tren podemos tomar y hacia dónde, otros revisarán el terreno — respondió Skycen, mientras sus subordinados construían un refugio improvisado entre todos.

— Pero, ¿Quién podría ir y ver toda la ciudad? — se quejó Akali, angustiada.

Pero en lugar de responderle, Skycen fue escogiendo entre sus aliados: Alan y Xotur comenzaron otra riña, sólo que Xotur sí le golpeó la nariz en venganza; Gendra continuaba somnolienta, el frío le refrescaba la piel; Kat yacía temblorosa en una esquina mientras Rose hacía a sus químicos escupir humo blancuzco y denso; Rita y Víctor apestaban como dos cerdos sudados, ni siquiera dos días de viaje funcionaron para quitarse ese aroma.

— Necesitamos a alguien listo, pero que sea mañoso — mascullaba Skycen a sus adentros —, alguien que tenga una retentiva y ojo para analizar la ciudad al derecho y al revés. Alguien no tan impulsivo, sino sutil. Que pueda conseguir lo que necesitamos y sin levantar sospechas de nadie. Alguien cuyo rostro nadie note…

— ¿Te envío un maniquí? Si quieres — se burló Akali, bufando.

— Tal vez no lo necesitemos.

Skycen tomó el rostro de Akali y lo giró hacia sus subordinados, quienes eran casi un circo de fenómenos preparado para pelear. Entre ellos, Amarel caminaba con un portapapeles y una pluma y contando todos los suministros, cuervos y armas.

— Señor Skycen, necesitamos un martillo, un mayal y un sable, preferiblemente pequeño, para los Marine. Recuperamos los suyos tras la inundación, pero…

— ¡Amarel! ¡Muchacho! — Skycen se lanzó para atraparlo en sus brazos — ¿No te gustaría ser el primero en pisar Burgo Gris? Escuché que su gastronomía es… Bueno, tiene un museo… ¡En realidad! Hay una estatua que… Ay, no engaño a nadie, es un pueblucho sin más.

— ¿¡Qué!? —  Amarel gritó tan fuerte que se le salió un chillido, que corrigió carraspeando — Digo… Señor, no puede mandarme para allá, no soy un soldado. ¡Es una locura! Debería mandar a Alan o a Rita… Quizás la guardia de Bianca. Ellos pueden hacer más que yo.

—  Alan está mordiéndole la pierna a Xotur — mencionó Akali, viendo que Thorten y Froilán trataban de separar a Alan y a Xotur —. No necesitas ir a pelear, sólo ver y regresar sin que nadie te vea.

— Puedo ir yo con él — intervino Worgaine, dándole un codazo ligero al muchacho —. Me aseguraré de que no haga demasiado escándalo.

— ¡Esperen! — Rita llamó desde el fondo del campamento — Dejen que hable con él.

Rita tomó a Amarel de los hombros y lo llevó junto a su hermano Víctor, quien peinaba a Galleta con un cepillo más que áspero. Amarel sudaba igual a como lo haría en un desierto de Oriente, pero por los nervios. Estaba más pálido que un oso polar silvestre.

— ¡No pienso ir! ¡Ustedes están locos! — reclamó el rubio cuando los Marine sugirieron que fuera.

— Ay, no es tan malo, y si lo dice el señor Skycen, es verdad — contradijo Rita, risueña.

— ¡Sólo piénsalo! — siguió Víctor cuando Galleta saltó de su regazo — Vas, das una vuelta y regresas ileso. ¡Facilísimo! No es como si fueras a matar a alguien.

— Si es tan fácil, ¿Por qué no van ustedes dos?

En respuestas a Amarel, Rita y Víctor levantaron un brazo cada uno y a Amarel se le quemaron los pelos de la nariz. Parecía que llevaban una manada de cabras, cerdos y tres toneladas de queso podrido bajo el brazo. Incluso con Amarel casi llorando del hedor, los Marine se cayeron a carcajear.

— Yo creo que puedes, las posibilidades están de tu lado — comentó Rose al entrar a la tienda —. ¿Y de qué se ríen? ¿Y por qué lloras?

— ¿¡Acaso no los hueles, estúpida!? — reclamó su hermano tapándose la nariz.

— La verdad es que no — confesó, encogiéndose de hombros. No tenía sentido del olfato —. ¡Y estúpida no soy! Para tu información.

Amarel no pudo hacer más que aceptarlo, repitiéndose cientos de veces lo que le decían sus amigos: sería ir, dar una vuelta y regresar. Worgaine lo tomó y lo disfrazó con su equipo de maquillaje para espías. Lo tiró del pelo para peinarlo, le quitó la ropa para ponerle otra y lo pintó con un pincel. Para cuando Amarel y Worgaine terminaron, la pandilla encontró a un Amarel de pelo lacio y oscuro, con ropa apretada de la alta clase, un tatuaje de la Orden falso en el dorso de su mano y un lunar falso en su mejilla derecha.

— Casi pareces otra persona — confesó Víctor, quien se estaba tomando su medicina contra las amebas del desagüe —. Excepto por, obvio, tus ojos.

— ¿No puede usar lentes de contacto? — mencionó Rita.

— Lo intenté, pero sus ojos rechazaban el lente. Creo que es alérgico — contestó Worgaine —. Pero nos vamos en media hora, Amarel, deja que me aliste y partimos. Lleva una libreta por si acaso.



#1133 en Fantasía
#1653 en Otros
#100 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.