Su cercanía me molestó, por lo que me aparté sin ocultar mi disgusto. Sin embargo, eso no fue suficiente para que Urano dejara de mirarme como lo hacía: el excéntrico brillo en sus ojos delataba la admiración que sentía hacia mí.
La luz de la Luna caía sobre mí como las gotas de agua al llover; la sensación me embelesó. Cerré los ojos e inhalé una gran bocana de aire, embriagándome de aquel delicioso aroma a sangre fresca que se había esparcido por todo el salón.
Era una lástima que se estuviese desperdiciando.
El ardor en mi garganta se hizo presente. Aquella pequeña porción que le habían dado a Wynona no había sido suficiente; habían pasado siglos desde la última vez que había degustado la sangre como era debido.
Estaba más que hambrienta.
Jocelyn Disney estaba arrodillada frente a mí, al igual que todos los vampiros presentes. Dejé escapar un suspiro: nunca había visto a tantos vampiros reunidos. Mi pecho se infló de orgullo; Jocelyn y los años habían logrado unificar a los míos.
Arión estaba apoyado en la pared, sin llamar la atención de ninguno de los sobrenaturales que se encontraba en la sala. Cuando nuestras miradas se encontraron me dedicó una pícara sonrisa, en compañía de aquellos ojos ensombrecidos que solo él poseía.
La camisa de botones que llevaba puesta se adhería a sus fuertes brazos como una segunda piel; los tenía cruzados uno sobre el otro. Me resultaba extraño verlo con aquel peculiar y ajustado atuendo, pero no podía negar que le quedaba bien. Aquel duro rostro que poseía Trevor no era más que una copia juvenil de lo que en realidad era Arión.
—Nunca pensé que escogerías a alguien tan… insípida —dijo, estudiándome con su mirada color café.
Me detuve frente a él y alcé la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. El cuerpo de Trevor era muchísimo más alto que el de Wynona.
—¿Acaso me veo mal? —pregunté, mirándolo con una ceja alzada. Arión se mordió el labio antes de negar con la cabeza.
—Tú jamás te vas a ver mal, Lilith —dijo—. Pero este no es tu estilo.
—Un cambio no siempre está de más. Las chicas ingenuas de cabello rubio y ojos azules ya no son lo que los hombres quieren. Las morenas con curvas son lo más cotizado del siglo 21.
Arión rió suavemente y negó con la cabeza.
Un par de brazos me abrazaron por la cintura, para luego alzarme y darme vueltas en el aire. Alcander rió con alegría, haciéndome reír a mí también. Para él era excesivamente difícil ocultar su contagiosa felicidad.
—No creo que sea momento para este tipo de cosas, Alcander —comentó Arión antes de rodar los ojos.
A pesar de que Alcander estuviese rodeado de oscuridad, ni nada ni nadie —en especial Arión— lograrían que él dejara su paradójica felicidad.
Sonreí levemente.
—No seas aburrido, Arión —dijo Alcander, para luego sacarle la lengua—. ¿Acaso no la extrañaste?
Alcander se inclinó y dejó un húmedo beso sobre mi frente.
—Hola, Alcander.
—Hola, hermosa.
A pesar de que no podía ver quién estaba detrás de mí, podía sentir su esencia. El rostro de Alcander se ensombreció, desapareciendo de un solo golpe aquella sonrisa que le había estado inundando el rostro.
Un gruñido se escapó de sus labios.
Wendy y Joanne estaban junto a Edmond. Al darme la vuelta, me encontré con la atención de tres personas sobre mí. Las muchachas me miraban sin brillo alguno en los ojos; en cambio, Edmond tenía una enorme sonrisa estampada en los labios.
Me mordí el labio y di un par de pasos en dirección a Edmond, meneando las caderas de un lado a otro con sensualidad. Aquel olor que lo rodeaba era inconfundible: Lycan había reencarnado en el cuerpo de Edmond Graves.
Joanne y Wendy se limitaron a observar cada uno de mis movimientos detenidamente.
—¿Quién lo diría? —exclamó, alzando los brazos y formando una V—. La grandiosa Lilith reencarnando en el cuerpo de una humana tan antiestética.
Me fue inevitable contener aquella risotada.
—¿A quién quieres engañar, Lycan? —pregunté—. Ni yo ni Basha nos creeremos ese cuento. Ambas sabemos que, incluso en este cuerpo, te sigo encantando.