La Red Escarlata

La Red Escarlata

Durante un instante, tan breve, fugaz y llamativo como el chasquido de un pedernal, la Red se estremeció, vibró en sus cuerdas escarlata con una danza electrizante que se arrastró con un serpenteo hasta su núcleo, donde él lo sintió.

            Murió uno de los suyos, perteneciente al más bajo de los eslabones. Eso no era lo preocupante; cada día morían, y cada día crecían en número, por lo que cada vez que uno de los más bajos moría no resultaba motivo suficiente para despertarlo de su letargo, pues para él cada muerte no era más que una gota de lluvia contra la ventana. Mas lo que realmente le hizo abrir los ojos no fue la muerte en sí, la última chispa que sueltan a la Red antes del deceso, sino quién lo provocó.

            Pudo sentirlo, y lo recordó. Recordó su olor. Sus ojos, la ventana al alma. Su… esencia.

            Su esencia… era muy diferente a lo que recordaba, incluso era muy extranjera a la esencia de su endeble especie. Era una esencia única, casi familiar, casi… invisible, como el murmullo del aire a nuestro alrededor, que no lo sentimos sino hasta que nos agita el cabello con su suave brisa. Y ella… Ella fue un torbellino que se hizo notar asesinando a uno de los suyos, y él lo sintió, sintió el deceso a través de la Red que a todos los conecta, sintió al homicida, y sintió su esencia, distinta… muy distinta a la de antaño, más… peligrosa, pero aún así la reconoció. La recordó desde lo más profundo de su memoria, y la rabia lo invadió.

            —Lucius… —exclamó a través de la Red, con una voz que rugía de la rabia, arrastrando la palabra.

            La Red se estremeció con fiereza, y ellos, los más bajos, aullaron al sentirlo, abriendo sus enormes fauces y lanzando sus garras a la nada misma. La vista se tiñó de escarlata.

            —La sentí —respondió el nombrado, desde la penumbra que lo abrigaba del letal manto dorado.

            —¡¡Lucius…!! —bramó él, preso de cólera.

            Lucius, el nombrado, se agitó en su penumbra sintiendo la rabia a través de la Red Escarlata. Los más bajos se estremecieron del dolor. Los que dormían se despertaron de su lecho, aullando a la soledad con un cacofónico y gorgoteante gruñido.

            —Dijiste… ¡Dijiste que había muerto…!

            Su voz se arrastró por la red como el gruñido de una bestia.

            —Yo… así lo creí —contestó Lucius—. Era imposible que siguiera con vida.

            —¡Ahora… ha vuelto…! —gruñó—. Ha vuelto… ¡más fuerte…!

            —Sentí su esencia, señor.

            —Me ha… despertado… Me ha… ¡¡despertado…!!

            —Ha cambiado un poco —respondió—, ha crecido, pero no debe preocuparse. Me ocuparé personalmente. Esta vez, sin piedad.

            —Aquello… —su voz dejaba de ser un ronco gruñido, y comenzaba a formarse una voz grave, hermosa y dominante a medida que arrastraba la palabra—. Aquello… no fue piedad. Fue estupidez, gula y avaricia.

            Lucius no respondió. Sentía el desprecio a través de la Red.

            —Espero que ya no conserves esos defectos —advirtió. Al oírlo, otra vez despierto, los más bajos se estremecieron de placer—. Aquel error no quedará impune. Encárgate de esto. Esta vez sin fallos, o perderás la Red.

            Lucius no dijo nada, y esa fue su respuesta. No hacían falta las palabras, pues su miedo recorrió la Red como un hilo tímido y menguante hasta el núcleo, donde él lo sintió.

            La Red… Podía perderlo todo, pero no podía perder la Red. Todo menos la Red Escarlata.

            Se alzó en las penumbras más profundas de Klavik, y se dispuso a enmendar su error.



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En el texto hay: vampiros

Editado: 07.11.2023

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