JULIA
El despertador suena nuevamente en la madrugada. Me apresuro a apagarlo, no quiero llamar la atención siquiera en ese sentido. Tomo asiento en el viejo colchón y paso las manos por mi rostro con el objetivo de espabilarme, no me permito mucho tiempo así que tomo mis objetos de aseo personal y abandono la pequeña, por no decir diminuta, habitación que alquile hace algunas semanas ya.
Reviso que el pasillo se encuentre despejado, una vez me aseguro corro rápidamente hacia los baños compartidos al final del pasillo. Desde que llegue aquí hace tres semanas tengo miedo de que algo me suceda así que me aseguro de ser la primera en despertar para aprovechar un poco de la privacidad momentánea que se puede llegar a tener en aquel sitio.
Por lo menos las duchas se encuentran divididas y hay cortinas de baño que puedan evitar que alguien vea mi trasero. Termino rápido y envuelvo mi cuerpo en una toalla. Antes de abrir la cortina mi cuerpo se tensa al escuchar voces masculinas provenientes del pasillo, son graves y cada vez se vuelven más cercanas.
Coloco una mano en mi boca y pego mi cuerpo a la pared. Cada una de las terminaciones de mi cuerpo tiembla, pienso en el peor de los casos y lo que podría sucederme, lo que le sucedería a Ben y el abuelo. Cuando escucho que las voces han entrado al baño palidezco, no comprendo que están hablando hasta que uno de ellos menciona que su esposa acaba de perder su trabajo.
Mi cuerpo se relaja lentamente, mi subconsciente pide que me marche, sin embargo, algo me llama a terminar de escuchar aquella conversación.
Resulta que ambos hombres trabajan en una construcción, la esposa de uno de ellos es cuidadora, pero no ha tenido suerte consiguiendo trabajo.
—¿Hombre pero qué sucedió esta vez? —pregunta uno de ellos—. De nuevo molestaron a Yadin.
—No, gracias al cielo porque le parto la cara al sujeto —responde al otro.
—¿Entonces qué sucedió para que haya salido despavorida de esa casa?
—No lo sé, no paraba de llorar, solo repitió lo mismo que dice la gente de la zona —explica—. Que el tipo está loco, la casa esta embrujada y tampoco le agrado el hecho de permanecer todo el tiempo ahí.
—¿A qué te refieres?
—Era de tiempo completo, debía mudarse a la casa y sobre mi cadáver la dejaría quedarse en una casa con un riquillo desquiciado.
—¿Tienes miedo de que se enamore de un viejo millonario?
—Muy difícil, se ha vuelto adicta a esta… —ríen e ignoro el resto de la conversación que se torna vulgar. Ruedo los ojos aburrida.
«¿Qué no tienen otra cosa en la cabeza?»
Después de unos minutos ambos hombres salen del baño y procedo a básicamente huir hacia mi habitación. Termino de vestirme y busco una barrita de granola en mi mochila como desayuno. Al igual que todos estos últimos días, compro algo sencillo en la maquina expendedora
Dejo los pocos centavos que llevo y guardo en mi bolso lo que se supone sera mi almuerzo. Debido a que básicamente me la pase en trabajos no formales, apenas cuento con tiempo para comer y tambien esta el detalle que no cuento con mucho dinero.
Llego al mismo sitio donde me han dejado trabajar estos últimos días; es un restaurante pequeño, pero agradable. Me asignaron la tarea de lavaplatos y este es el primer empleo del día hasta las dos de la tarde que comienzo otro, o más bien, solía ser el trabajo de la mañana.
—Hola niña, lo lamento, pero ya no te necesitamos —habla el sujeto regordete encargado de la cocina.
—¿Qué? ¿Pero qué ha sucedido? ¿Hice algo mal?
—No, el lavaplatos regreso, ya no te necesitamos.
—Pero… por favor puedo hacer cualquier cosa —pedí desesperada—. Puedo fregar los suelos o encargarme de la basura, limpiar cuando cierren, pero por favor, necesito el dinero.
—Con que necesitas el dinero —su tono de voz cambio, se acerca a mi y puedo sentir su asqueroso aliento. El pánico comienza a crecer dentro de mi —. ¿Qué serias capaz de hacer por el?
—Ya no es necesario señor —intento prevenir cualquier desagrado, sin embargo, el sujeto me retiene del brazo con sus mugrosas manos.
—Vamos cariño, solo serán unos minutos y quien sabe, puede que eche al chico que lava los platos. Nos divertiremos.
Mis ojos se humedecen y quiero vomitar. Una serie de imágenes pasan frente a mí, el pánico me recorre, sin pensarlo decido defenderme pateando su pierna y aplicando un golpe de codo en su flácido abdomen.
—¡Maldita! ¡No se te ocurra aparecer por aquí de nuevo!
—¡Cerdo! —. No tuve miedo de gritarlo.
Huyo rápidamente, logro respirar con tranquilidad cuando me encuentro en un lugar más transcurrido. Volteo y para mi suerte el hombre decidió no venir por mí. Cansada, suspiro y emprendo viaje al sitio donde realizo mi segundo trabajo.
También es una cafetería, de esas que tienen un menú limitado y establecido desde los años 50s y cuyo dueño sigue siendo el mismo. Es una señora muy amable que me tomo como mesera suplente, aunque con mi suerte, seguro me echan hoy también.
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Editado: 06.09.2023