MAGNUS
No tengo idea de la fecha u hora. Todos los días se han vuelto monótonos, repetitivos y sin sentido alguno. Ignoro las razones de seguir y cualquier indicio de humanidad dentro de mi muere lentamente.
Aparte de la ira y frustración, no he logrado concebir sentimiento diferente desde hace algún tiempo.
—Dime Magnus ¿Cómo te sientes el día de hoy? —pregunta el inepto psicólogo que Cedric contrato para “sanarme”.
Me mantengo de espaldas a él. La maldita prisión a la que estoy condenado se encuentra en dirección al gran ventanal que ilumina la alcoba por decisión de mi tío, ya que ni siquiera tengo derecho a escoger si quiero pudrirme entre las sombras o a la luz de sol.
Desde su perspectiva parece que observo el jardín cuyo aspecto en detalle desconozco ya que frente a mis ojos se recrean imágenes de un pasado que me tortura. En ocasiones, durante escasos segundos, la sonrisa de la mujer que robo mi alma aparece, prestándomela nuevamente para robarla en silencio.
—¿Magnus? —interrumpe mis pensamientos —. ¿Prefieres no hablar el día de hoy? —pregunta nuevamente el hombre cuyo nombre desconozco.
Mi irritación aumenta. La maldita sensación aparece nuevamente, fuerte y mucho más arrolladora que la ira.
—Magnus llevamos múltiples sesiones sin avance —explica el idiota y percibo cuando se pone de pie para caminar en círculos por la habitación —. No puedo ayudarte si tu no me explicas lo que sucedió o lo que te acompaña desde esos eventos.
¿Eventos? No sabe nada, solo las tonterías que se hablaron en los periódicos o seguramente un trágico resumen contado por Cedric.
No tiene ni maldita idea de lo que carcome mi interior desde ese día.
Ignoro el resto de preguntas y palabrería absurda sobre la importancia de mi recuperación y superación. Sus intentos me aburren y después de perderme nuevamente entre la nubosidad de mis pensamientos, escucho que cierran la puerta. Volteo ligeramente la cabeza y encuentro la habitación completamente vacía.
Mis ojos viajan a la pequeña mesa donde generalmente toma asiento el doctor y detallo en los medicamentos que nuevamente ha dejado para mí.
No hay pastilla en el mundo que me haga recuperarme de esto, que me devuelva al hombre que alguna vez fui, la vida que pude tener.
A través del mando que controlo, direcciono la silla junto a la mesa, leo los frascos y los coloco en mi regazo sin pensarlo un momento. Cierro la puerta de la habitación, tropiezo con algunos muebles, la impotencia crece. Me movilizo al baño y me acerco al inodoro con el objetivo de vaciar el contenido de los frascos.
Mientras realizo mi tarea, el sonido que me atormenta día y noche llega a mis oídos. Como un detonador, su origen y error me taladran la cabeza. La tortura le cede lugar a la culpa. Mi rol, mi deber, mis promesas entierran aún más la daga que no me deja respirar.
El sonido se detiene y recupero la paz por cortos segundos hasta que el bullicio de mi propia mente me ensordece.
Insulsa, ilógica, insufrible, llena de decadencia; en eso se ha convertido mi existencia.
Nuevamente las ideas llegan a mi cabeza y, pensando que es la mejor opción, abro la llave de la bañera dando inicio a mi propio final.
Permanezco inmerso en el movimiento del agua, absorto en la ironía de la situación y distante a lo que estoy haciendo. Cuando el agua alcanza el borde de la bañera, cierro la llave y observo el agua por un tiempo.
No tengo más remedio. Cedric hará un mejor trabajo que yo, no puedo ofrecer nada a nadie, siquiera a mí mismo. Incluso mi propia compañía se ha vuelto una tortura.
Situó la silla junto a la bañera y maniobro como puedo para introducirme en ella. La silla cae al suelo debido al impulso y el agua se desborda de la bañera. La mitad de mi cuerpo se encuentra sumergido, el agua se mueve en ondas sobre mi pecho y visualizo a través de esta el castigo de mi presión, mis actos.
Con mis brazos deslizo mi cuerpo hasta que este queda completamente sumergido. Mi vista se distorsiona y es cuestión de minutos para que comience la agonía de escoger este final. La sensación en mi pecho es una tortura que no hace competencia a lo que me acompaña día a día. La oscuridad surge, pierdo noción de lo que sucede y el resto de mi cuerpo.
Me entrego a lo que prosigue. Por un micro segundo pensé en la posibilidad de ver a Nina, sin embargo, cualquier oportunidad es robada cuando algo me arrastra nuevamente a la prisión de mi vida.
Los claridad, percepción y sonidos ahogados llegan. Mi pecho y garganta escuecen, regreso expulsando violentamente el agua que atentaba contra mi vida.
Mi visión es borrosa y distingo la voz de Cedric llamándome.
—¡Magnus! —pronuncia alterado—. ¿En qué demonios pensabas?
¿En qué pensaba?
—¡¿Por qué lo hiciste Cedric?! —incorporo mi débil torso—. ¡¿Por qué me sacaste?!
—Magnus tranquilízate, no puedes hacer esto.
—¡¿Quién eres tú para decidirlo?!
—¡Sabes que no lo digo por mí! —espeta—. Ella no merece esto Magnus, si tan solo le dieras una oportunidad, es…
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Editado: 06.09.2023