Invierno
Una densa capa de nieve rodeaba el paisaje, apoderándose de cada centímetro de tierra, envolviendo los árboles como un manto precioso y puro. Delgadas lanzas de hielo pendían de las ramas mecidas por una brisa susurrante. El bosque fue presa del invierno, obligado a someterse al silencio, a la tranquilidad. Las bestias se habían ido, y las criaturas del bosque estaban en sus madrigueras o esparcidas en territorios más amables. Por fin, el bosque quedaba a merced de los que se quedaban a soportar el abrazo de las temperaturas bajo cero, del gélido golpe de los vientos invernales. El bosque quedaba sólo para los aptos. Quieto y sereno.
—¡Vamos a hacer un hombre de nieve!
Toda su paz se fue por la borda.
La irritación subió por su columna como si fuese una hiedra trepadora, esa voz, tan enérgica y sonora, le causaba cierta repulsión e intriga.
Siempre provocaba un revuelo de pensamientos contrariados.
Observó desde la sombra de un viejo pino cómo la dueña de aquella voz avanzaba a paso torpe, dejando un sendero irregular en la nieve, destrozando la limpieza de aquel manto que hace un par de segundos era una extensión de las nubes blancas en el cielo.
Llevaba puesto un abrigo sintético rojo brillante, un gorro de lana negro, pantalones térmicos del mismo color y botas para nieve. Por el peso de su ropa parecía más torpe en su tarea de avanzar, pues cada dos pasos que daba se enterraba en los próximos tres. Su cabellera negra sobresalía de su gorro y caía con gracia por su espalda, era una cascada oscura que se ondulaba con cada movimiento. Desde la distancia podía ver sus pómulos enrojecidos por el frío. Pero su expresión seguía siendo la misma de todos los días, placer, determinación y alegría.
Ella era una chispa.
Pero él era hielo puro.
Sentado en la base del árbol, rodeo sus patas con su cola y siguió con su vigilia. Ella había logrado llegar donde estaba su hermano armando una bola gigante de nieve.
La brisa cambió de dirección y atrajo frescos aromas hacia su nariz, varias de las dagas de hielo cayeron al suelo, el sonido fue amortiguado por la misma nieve.
—¡No me arrojes bolas de nieve!
Rasgó la tierra con sus garras, su pelaje se estaba cubriendo por los copos que lentamente habían vuelto a caer del cielo. Sacudió su cabeza y bostezó. A lo lejos, los dos hermanos comenzaron a armar su tonto muñeco de nieve, indiferentes a la presencia del depredador que los observaba desde la protección del bosque.
Humanos. Eran tan débiles. Con un solo zarpazo podría acabarlos antes de que se dieran cuenta.
Pero no podía ceder a la tentación de esas débiles presas que jugaban como niños indefensos...
"Protege a mis hijos" la voz de su madre seguía dando vueltas en su mente cada vez que pensaba en la dulce idea de matar un humano.
¿En qué estaba pensando cuando aceptó la petición de aquella mujer moribunda?
Todavía no hallaba respuesta. Y consideraba su acción como algo absurdo, impropio dada su naturaleza, hasta muchos de sus compañeros no lo podían creer y sin embargo ahí estaba. El gran y poderoso Liam Gallagher haciendo de niñera de un par de niños humanos.
A decir verdad, no eran niños, la chica tenía veintiuno y el chico veintitrés, adultos para los de su raza, pero a sus ojos ellos seguían siendo cachorros.
Bastaba con ver su comportamiento como para darse cuenta.
¿Quién, a su edad, podría estar armando un insulso hombre de nieve? Pensó, exhibiendo sus colmillos en una señal de molestia.
O quizás lo que Riley decía era verdad, tal vez era un amargado.
Simplemente no entendía la lógica de aquellos dos.
Tuvo que levantarse para sacudir la nieve en su pelaje, sintiéndose seguro en que permanecía invisible, se estiró sobre la corteza del pino arañando un poco en el proceso, dejando finas marcas irregulares.
Justo cuando volvía a su posición, otro leopardo de las nieves apareció de entre unos arbustos, sus vivaces ojos aguamarina destellaban entre los tonos blancos y grises a su alrededor.
Hunter se acomodó a su lado, rozando su pelaje, lo que provocó que le diera una reprimenda en forma de un choque de sus fieros colmillos en su oreja. No le importó. Tampocó se alejó. Y aunque eso le irritaba, podía soportarlo. Hunter permaneció a su lado mirando con diversión al par de humanos que se habían enredado en una feroz batalla de bolas de nieve.
Gruñó bajo.
Su amigo aspiró una larga bocanada de aire y golpeó su espalda con su cola. Señal de que lo necesitaba. De inmediato se puso en pie y lo siguió, mientras ambos desaparecían en el silencioso bosque, aquella femenina voz todavía permanecía en su mente.
Llegaron a la cascada congelada, todo a su alrededor, desde la caída, las rocas y la misma laguna en la base, se hallaba cubiertas de hielo cristalino.
Los árboles desprovistos de su cubierta verde destilaban agua y hielo por las ramas desnudas, y la tierra que una vez fue verde, estaba ahora sumergida en el frío y blanco manto.
—Necesitaba hablar contigo a solas —dijo Hunter luego de volver a su forma humana—. He hablado con Aria respecto a los humanos.
Un escalofrío lo recorrió cuando quedó sentado sobre la nieve. Desnudo. Era casi doloroso. Qué bueno era que aquella chica no estuviese cerca en ese momento.
Probablemente se burlaría.
—¿Los expulsará? —Preguntó con un deje de esperanza.
—No.
Evitó echar una maldición al aire.
—Entonces ¿A qué viene esto?
—Quiere hacerlos parte del clan.
—¡¿Qué?!
Hunter cambió el rumbo de su mirada, claramente incómodo ante el tono de su voz. Él estaba por debajo Liam en la jerarquía del clan, pero no era tan fácil de intimidar.
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Editado: 23.09.2018