¿Limites?
Por debajo de las nueve mantas que tenía en su cama, Shelly despertó con la luz blanca que entraba por su ventana. Sentía sus mejillas frías y podía ver su aliento. Asomó su cabeza un poco más, y bostezó, la cabaña era un congelador. Literalmente.
A ella le gustaba el invierno, pero eso era demasiado.
Para evitar congelarse mientras se cambiaba— y para ayudar a entrar en calor mientras dormía—, tenía que dormir con la ropa del día siguiente. Así era que se levantó con pesadez y lo único que tuvo que ponerse fueron las botas de montaña. Aún así sentía el frío colarse a pesar del suéter morado y las dos camisetas que llevaba debajo.
Salió de la habitación y se encontró con la cabaña vacía.
—¿Jake?
Nadie respondió.
—¿Jake? ¿Dónde estás?
Nada de nada.
Cualquiera que no conociera a su hermano pensaría que lo más sensato era entrar en pánico. Pero Shelly sabía de antemano que Jake era tan inquieto como un niño de ocho años con sobredosis de azúcar. Era muy probable que él hubiese salido a dar un paseo matinal como siempre solía hacer cuando vivían en Nueva York. Recordar eso provocó que el nudo en su corazón reapareciera con fuerza. Pero, pensó, no era necesario llenarse de melancolía por un hecho que ya no tenía arreglo.
—La vida sigue— era lo que le dijo Jake antes de abandonar su hogar después de velar y enterrar a su madre.
Inspiró el gélido aire, estornudó, tomó un par de abrigos después de comer tres pastelillos de chocolate y salió afuera.
Los leopardos les habían exigido permanecer un mes en la cabaña con permiso para alejarse a menos de cien metros. Ese tiempo terminaba hoy. Afuera una nueva capa de nieve borró las huellas del día anterior y aumentó en grosor la capa existente. Shelly acostumbraba ver mucha nieve en su ciudad natal, pero no tanta ni tan gruesa para caminar sobre ella.
El hielo en el pavimento era más que suficiente.
Sin embargo la necesidad de explorar ese ambiente natural era más fuerte que el costo que podría causar andar sin equipo necesario. Era muy torpe con esas botas, no entendía como ellos podían hacerlo.
"Son cambiantes" eso lo resolvía todo.
Paso tras paso, echó andar sobre la nieve, el bosque estaba casi silencioso, sólo se oía las voces de las aves que no se marcharon al sur, las oía piquetear las ramas, dar chillidos agudos y batir sus alas. La mezcla de árboles con hojas y sin hojas era algo curioso, aún mas la naturaleza que la rodeaba y que le invitaba a adentrarse mas en el paisaje, aunque no sabía exactamente hacia dónde iba.
El terreno subía y bajaba en colinas y surcos resbaladizos, encontró arroyos casi congelados y claros pequeños y hermosos, nada en la ruidosa Nueva York podía compararse con aquel lugar casi mágico, místico, Shelly se sentía como toda una aventurera y cuando salió del bosque se detuvo al borde de una carretera. Alguien mas prudente habría dado media vuelta y regresado, pero ella quería caminar más. Tal vez habrían cosas más interesantes del otro lado.
Con una sonrisa cruzó la carretera, casi cayó al pasar sobre una zona con hielo, pero llegó al otro lado en una pieza.
Miro hacia atrás, pero después tomó confianza, no estaba haciendo nada malo, el bosque le pertenecía al clan de Liam por lo que estaba a salvo. Mientras caminaba por una zona de pinos que se elevaba, Shelly pensó en la expresión que el leopardo podría tener si la viera caminando a sus anchas por su territorio.
—Probablemente me ordenaría regresar— pensó.
Si se lo encontraba, le diría en la cara lo que Aria les había dicho "Pasaran el siguiente mes en su cabaña, después podrán recorrer el territorio" Liam no tenía ningún derecho sobre ella, a pesar de que él los había acogido bajo su protección, aquel hombre debía entender que los humanos apreciaban su libertad tanto como ellos.
Jadeando, llegó a la cima, lo que a simole vista le pareció una colina acabó por ser una montaña pequeña, la cima estaba desprovista de árboles, el aire azotaba con fuerza y la vista era espectacular, un frondoso valle se extendía a ambos lados repleto de árboles, más a lo lejos otra montaña se elevaba más alta, los profundos tonos marrones se mezclaban con el blanco puro de la nieve y el cielo nublado. Al girar su vista pudo ver los altos techos de unos edificios borroneados por el reflejo de las nubes, una ciudad se ubicaba ahí.
—Es precioso— se dijo cuando emprendió el descenso al otro lado.
La ladera era más empinada, rocosa e irregular. Tenía que tener la mirada fija en el suelo para evitar caer y perder sus dientes.
Era divertido, mucho, la sensación de libertad y adrenalina hacía latir con fuerza su corazón.
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Editado: 23.09.2018