La Reina con mascara

Capítulo I. El restaurante Pastel

Un restaurante con un ambiente de celebración se oía por todos los rincones del reino, gozando de alegría por muchos.

—Ya lo han hecho otra vez—dijo la que parecía ser la jefa del restaurante.

—Llevan tiempo sin atracos ¿no? Es normal que quieran celebrarlo—dijo una camarera recogiendo una mesa.

—Pero ya llevan más de diez años asi, a veces hasta pienso que lo están haciendo para llamar la atención—la jefa llevaba un moño mal recogido, como si no se hubiera peinado esta mañana. —Termina con eso que me tienes que hacer unos recados.

—Por supuesto señora Nadia.

La camarera dejó la bandeja dentro del fregadero y entro a la parte personal del restaurante, la cual era parte de la casa donde vivían. La señora Nadia puso el último plato dentro de una cesta rectangular y le puso su típico mantel de cuadros para que nadie husmeara dentro.

—Toma, quiero que lleves esta cesta al castillo, está repleto de los postres favoritos de los reyes—La cesta pesaba un poco pero podía con ella.

—Oh, pero ¿y quién atenderá a los clientes?

—Teo lo hará.

—Te he oído mamá—Teo era un chico de cabellos castaños como su madre, estaba sentado en frente de una ventana, leyendo.

—Y eso espero porque como tu padre te vea ahí sentado, se va a oír en cielo, tierra y mar.

—Lo siento Teo—dijo sonriente, se había librado de las tareas de camarera por un rato.

—Te odio hermanita.

—Yo también te quiero—Su odio no era real, se le notaba en su cara. Liaria salió del restaurante con su cesta y su corta capa roja. Llevaba un lazo en medio de color violeta.

El pueblo era bastante tranquilo, rara vez se escuchaban noticias de alarma, antes era más usual, pero últimamente no tanto. Era un pueblo rodeado de naturaleza y animales en libertad, ese detalle a veces les dificultaba varias cosas, pero por lo general era un pueblo en armonía.

—¡Liria!—Una voz hizo que frenase de golpe y se girase para ver quién era. —¿A dónde vas?

—Al castillo, la señora Nadia me ha pedido que les entregue unos postres a los reyes.

—¿Todavía le sigues diciendo señora Nadia? ¿No tenéis suficiente confianza?

—Aún no me siento capaz de llamarle madre, ten en cuenta que solo llevo un año aquí.

—Es verdad—Siguieron andando. —Ya ha pasado un año, en ese entonces robabas comida para sobrevivir, ¿cómo has podido vivir todo este tiempo tu sola?

—Pues la verdad es que no lo sé, hasta yo me sorprendo a veces, menos mal que la señora Nadia y el señor Juss fueron comprensivos y me dieron el trabajo de camarera. No sé que habría hecho de no ser por ellos.

—Yo no me lo quiero ni imaginar—dijo una chica de su misma estatura, llevaba dos trenzas bastante largas que le llegaban hasta la cintura.

—Alto ¿Qué queréis?—Un guardia del castillo las paró al verlas yendo hacia la puerta.

—Soy Liaria, vengo de parte del restaurante de pasteles, traigo unos postres para los reyes—dijo enseñando la cesta, el guardia la dejó pasar, pero a la otra no. —No te preocupes, les dejo la cesta y vuelvo en un momento.

—Vale, te espero aquí fuera.

Liaria llevaba su cabello suelto y liso, por debajo de los hombros, tapando parte de su capa roja. Un señor se acercó a ella y sin decirle nada le acercó las manos para que le diese la cesta, ella tardó unos segundos en darse cuenta pero se lo dio. Algo nerviosa se puso un mechón de cabello por detrás de su oreja izquierda.

—Todo está perfecto—dijo el señor. —Lo siento, siempre hacemos esto para prevenir cualquier cosa que pueda perjudicar a los reyes, soy el mayordomo real ¿no tienes calor con esa capa?

—Oh no, tranquilo, estoy bien.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Quién eres tú?—El hombre elegante y alto intimidaba un poco a Liaria quien solo se limitó a ponerse roja de lo nerviosa que estaba.

—Majestad, ella es…

—Soy Liaria majestad, esta cesta es del restaurante de pasteles, trabajo ahí y la señora Nadia me pidió traerles algunos postres de nuestro restaurante. Siento las molestias—El rey se empezó a reír, pero era agradable ya no intimidaba como antes.

—Tranquila, adoramos los pasteles de la señora Nadia, nadie los hace igual de deliciosos que ella, dale las gracias de nuestra parte y ten por presente que lo disfrutaremos, muchas gracias de nuevo.

—Eh, de nada, majestad, espero que sea de su agrado.

Liaria salió del castillo y junto con su amiga anduvieron contentas hacia la plaza del pueblo donde está la mítica fuente de agua con la que si le tiras una moneda de oro y pides un deseo, tu deseo se cumple dependiendo de si tu deseo está hecho con buenas intenciones o no.

—¿Y bien? Cuenta, ¿qué has visto en el castillo?—dijo apartándose una de sus trenzas de color violeta oscuro.

—Pues no mucho, la verdad. El castillo es bastante impresionante, tiene colores intensos, y columnas de oro.

—¿Has podido ver el espejo en alguna vitrina?

—¿Que espejo?

—¿No te acuerdas? Pero si te lo he contado muchas veces. Ese pequeño espejo que a través de él puedes ver a personas que hayan fallecido y se hayan quedado en el mundo espiritual.

—¿Estáis hablando del espejo fantasma?—Aparecieron dos chicos más detrás de ellas. —Se dice que el espejo fue hallado en el reino oscuro…

—Ya tuve suficiente, ya me acuerdo de esta historia—Liaria se levantó.

—Vamos, ¿nunca aguantaras escuchar toda la historia completa?—Preguntó uno de los chicos, este tenía el cabello rubio ondulado.

—Pues no, ¿sabéis porque? Porque a mí las historias de ese reino me producen escalofríos.

—Sí, admito que es algo espeluznante—dijo la chica. —Pero vamos, es parte de la historia, paso de verdad.

—Y por eso no pienso escucharla nunca, asi que, Brenda, Claudio y Lark, gracias por intentar contármela pero no os molestéis porque no tengo pensado en hacerlo.

—Pues tu misma, te pierdes una de las historias, posiblemente mejor y más escalofriantes de la historia.




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