Ivette gritó de dolor golpeando la pared de piedra.
No sabía si volvería a ver a su padre, durante años se había estado entrenando para proteger a Alanna y contaba los días hasta que llegara ese momento. Ahora que por fin lo había experimentado, sintió miedo. Respiró hondo, quitándose las lágrimas de la cara y notando las manos de la joven sobre los hombros. Ella se giró y se abrazaron.
— Lo volvereis a ver, os lo prometo.— Rompió el silencio la joven y la mayor sonrió.
— Tenemos que salir de aquí, niña. — Intentó buscar algo para iluminar el pasillo.
— Puedo ayudaros, mas no os alarmeis, os lo pido por favor. — Ivette le sonrió con ternura, conocía su poder aunque ella no lo supiera.
Alanna se relajó y serena, dejó que el fuego fluyera para encender su mano. Al ver la expresión de su dama de compañía, se dio cuenta de que no tenía nada a lo que temer y empezó a andar a través del pasadizo. Avanzaron en silencio, atentas a lo que pudiera aparecer en su camino, piedra sobre piedra y nada más. El túnel era largo profundo, lleno de curvas, al llegar al final se toparon con una puerta cerrada.
— ¡Atrás, voy a abrirla!
La joven enfocó a la cerradura que se derritió en segundos y la derribó de una patada. Era vieja y no tuvo ningún problema. Salieron con la luz en contra, la puerta estaba camuflada simulando una roca.
— ¿Dónde estamos Ivette? — El paisaje era seco, apenas había vegetación salvo algunos matorrales y el calor empezaba a ser insoportable.
— ¿Veis a lo lejos la muralla? Hemos salido de la ciudadela.— señaló la mujer. — Vamos, buscaremos provisiones en el pueblo más cercano, tenemos que continuar.
— ¿A dónde iremos? Nadie sabe quién soy, además no tengo dinero.
— Y por eso precisamente tenemos que avanzar, mi señora, es hora de despertar al pueblo, tiene que ver a Shalmai.
Alanna suspiró agotada.
— ¿Me dirás al menos quién es esa mujer? Siento que me estáis ocultando cosas...
— Hablaré de ello más adelante, es por vuestra seguridad. — empezó a andar, escuchando los bufidos de la muchacha.
— Me tratáis como a una niña...
— ¡Os trato como lo que sois! — se giró dolida.— Lo único que me queda. — susurró. La miró a los ojos, los suyos ya estaban enrojecidos, ninguna de las dos dijo más y poniéndose en camino, empezaron un viaje que les cambiaría la vida.
El tiempo pasaba a medida que andaban, Alanna sentía que sus pies le dolían, delante ella, su dama de compañía se retiraba el sudor de la frente. Se quitó el manto que le cubría el pelo ceniza y se lo tendió a la mujer para que se cubriera. El calor del medio día, era insoportable para alguien que no tuviera que lidiar con él todos los días.
Cuando el sol empezó a esconderse, llegaron a Rahkam, pueblo de artesanos y vendedores de sedas. Ivette le devolvió la túnica y le pidió silencio. Era mejor pasar desapercibidas, con el poco dinero que llevaban pagaron una habitación en una de las posadas, pidieron un plato de comida caliente y cenaron ajenas a más de una mirada curiosa.
Al terminar, la mujer se levantó de la mesa.
— Esperadme aquí, mi señora.— Susurró.— Necesitamos un guía hasta la frontera, conozco a alguien que me debe un favor. — La muchacha asintió y se dispuso a terminar su cena, no sin antes ver como abandonaba el lugar.
No fue hasta ese momento, cuando se dio cuenta del sitio donde estaba. Definitivamente no tenía nada que ver con los grandes salones de palacio ni con el solitario torreón en el que había crecido. Era un refugio para comerciantes y viajeros, con trofeos de caza colgados en las paredes y una gran chimenea en el medio, lleno de hombres que bebían cerveza y mujeres burdas. Desentonaba y ella no era la única que se había fijado.
Pegó la oreja a la conversación que mantenían unos en voz baja. — Estos últimos meses la tierra no ha dejado de temblar, lo de esta mañana ha sido la puntilla, no me sorprendería que el volcán entrara en erupción más pronto que tarde.
—Lleva dormido veinte años, la última vez que pasó ocurrieron cosas muy extrañas.
— Ya lo dicen las leyendas, cuando la tierra tiemble y la voz regrese, el mal volverá más fuerte... — Rieron por sus palabras los demás hombres.
— ¡Tonterías de viejas! ¡Posadero, llene las jarras!
Las carcajadas resonaron en sus oídos. Alanna se revolvió en la silla inquieta, había visto en el dibujo del libro aquello que ellos tachaban de locura. Sintió que su poder crecía en su interior.
En ese instante la puerta de la posada se abrió de golpe, el frío de la noche la hizo temblar y se aferró a su manto. Dos jóvenes entraron, uno cargaba con las alforjas llenas de pieles de animales y el otro iba provisto de un arco y unas flechas.
— ¡Azai, has vuelto! — El susodicho sonrió ante la sorpresa de los presentes. Su compañero dejó las pieles en lo alto de la barra.
— Traigo noticias del oeste, pero antes...— miró al posadero. — Sírvenos, mi amigo y yo hemos realizado un largo viaje hasta llegar aquí. ¿No es así, Eliān?
Se sentaron en un taburete y deleitaron con gusto la carne puesta ante ellos. La joven los observaba desde su posición, por su piel y el acento no eran de Altnarag, eran extranjeros.
#16523 en Fantasía
#35300 en Novela romántica
#5872 en Chick lit
personajessobrenaturales, elementos naturales, amor fantasia magia
Editado: 14.07.2021