La cercanía de su cuerpo, el latir de su corazón, su respiración, su piel… ¡Que tortura tener tan cerca a esa mujer y no poder tocarla como deseaba…! Al menos… que ella quiera.
¡Ya basta! No juegues a seducirme porque no caeré… - Dijo Alexandra queriendo moverse pero Piero estaba totalmente pegado a ella y no la dejó liberarse de él –
Pero… si eso no es lo que pretendo… - Susurró en un suspiro abrazándola por la cintura y apoyando sus labios en su cuello –
¿Qué no…? ¡Aléjate!... – Cuando Alexandra se volteó queriendo encontrar una salida de sus brazos sólo consiguió facilitarle las cosas a un enloquecido Piero que al ver sus labios tan cerca ya no pudo resistirse más y la besó… ella de inmediato se apartó y le dio una cachetada –
¡No me beses! ¿Quién te crees? – Gritó dejando la marca de su mano en la mejilla de Piero que se mordió los labios saboreando el labial de Alexandra que lo estaba embriagando como ningún alcohol en el mundo –
Esa cachetada “marca Alexandra” era suficiente para que Piero se arrepintiera, pidiera perdón, rogara que no lo despidieran y saliera con algo de decencia de esa oficina… pero no hizo eso, ¡Qué va! Esa cachetada sólo pareció encender más su sangre que hervía sólo por ella, Piero volteó a verla pasó su mano por su mejilla como aliviando el dolor y sin decir una palabra tomó a Alexandra del brazo la acercó a él y la volvió a besar, ¡La obligó a besarlo! La sostenía con firmeza desde su nuca hasta su espalda, para eso tenía dos brazos y manos fuertes… Alexandra luchaba, arañaba, mordía… golpeaba sus hombros con los puños cerrados pero nada parecía hacer que Piero perdiera su fuerza y la soltara al menos un milímetro, ella sintió que su boca era invadida completamente por Piero Barone que le ofrecía el sabor de su esencia sin límites… sin inhibiciones, por cansancio, por haber sido vencida… por gusto, Alexandra poco a poco dejó de luchar, su respiración dejó de agitarse por tratar de escapar y en su lugar se agitaba por sentir más los labios de ese hombre que le estaban demostrando el amor que sentían por ella, ahora las manos de Alexandra no golpeaban a Piero lo abrazaban a ella mucho más acariciando su nuca, su espalda, dejándose besar todo lo que él quisiera y mucho más…
¿Ve que también me ama? – Balbuceó Piero con tono cansado besando las mejillas, los ojos y todo el rostro de Alexandra -
¡Tal como en mi sueño! – Exclamó ella sin darse cuenta –
¿Ha soñado conmigo?... ¿Qué soñó? ¿Lo podemos hacer realidad? – Susurró Piero mordisqueando los labios de Alexandra en tono pícaro, ella ya había perdido toda la fuerza de voluntad para resistirse –
No… no… eso no… - Dijo Alexandra abriendo los ojos y queriendo huir pero Piero la volvió a atrapar en sus brazos –
¿Tan indecente fue que no puede ser aquí mismo y ahora? – Sonrió traviesamente volviendo a besarla pero esta vez lentamente, ya nada podía detenerlo –
No digas tonterías… yo no quiero hacer nada…
¡Pues yo sí quiero hacer todo lo que he soñado contigo! – Exclamó firme aprisionando a Alexandra y usando sus manos hábilmente, si hay una forma de tener intimidad con ropa… ¡Pues esa era! –
¡Ya no te sobrepases! – Decía Alexandra mientras enterró su tacón en los pies de Piero… ¡Atravesó el zapato! –
¡Ausch! – Gritó Piero soltándola y tratando de calmar el dolor en su pie –
¡Sal de aquí! No quiero que Maribel entre y…
¿Maribel? ¿Qué te ha dicho ella?...
¡Nada! Vete – Volvió a ordenarle tomando asiento en su escritorio y tratando de controlar todo lo que Piero había despertado en ella –
Bien… me voy, pero esto no ha terminado… menos ahora que sé que también me ama – Dijo tomándole el mentón rápidamente y volvió a besarla sin previo aviso, Alexandra sólo suspiró… no podía negar que probar sus labios la habían vuelto adicta a él… ¡Qué castigo! –
Piero salió de la oficina de Alexandra con mucha confianza, defendería los intereses de la mujer que ama con uñas y dientes… de eso no había duda, pasó su lengua por sus labios limpiando el labial de Alexandra que estaba regado por toda su boca… ¡Nada más delicioso que ese sabor de cereza! Ya había probado lo prohibido… ¡Y le encantó! Ahora nada lo detendría… menos esa Maribel aprovechada.