Por un buen rato Alexandra y el señor Rey siguieron conversando de sus vidas, de sus cosas, de sus negocios, hablar con él a quién consideraba como un padre le hacía sentir mucho mejor.
Y bien… volviendo al tema del amor…
¡No quiero hablar de eso! – Detuvo Alexandra al señor Rey que llevaba todas las intenciones de conocer más al susodicho –
Vamos reina, debo conocer mejor a mi yerno…
¡Rey!…
No me mires con esos ojos que sabes que es verdad, aunque te resistas tu corazón va a temblar un día y no vas a poder evitar amarlo como se debe…
¡Yo no puedo amarlo! – Dijo bajando la mirada y jugando con sus dedos evitaba los ojos de Rey –
¿Por qué? ¿Él no te ama acaso?… No me digas eso porque no lo creo, todos se mueren por ti, ¿Ya te viste en el espejo? Alexandra tú eres toda una reina…
No es eso, él… me ha dicho que me quiere pero…
¿Pero qué? Ay no… ¿Dime que no es cierto? – Decía el señor Rey mientras se ponía de pie y se acercaba a Alexandra que no quería verlo –
Por favor… no siga…
¡Es Maribel de nuevo! ¿Verdad? ¡No le bastó quitarte a Cristian sino que ahora también quiere al hombre que por fin decidiste amar después de que sufriste tanto! Es una…
¡Ya basta! No siga, eso no…
¡Ni te molestes en negarlo! Todas tus lágrimas tienen un nombre y se llama Maribel, después de todo lo que te ha hecho y te sigue haciendo tú te haces cargo de una cruz que es a ella a quién le corresponde…
Kary y Dulce no son una cruz…
¡Dices eso porque las amas! Y tienes razón, yo adoro a esas niñas también, pero son una responsabilidad de ella no tuya Alexandra por todos los cielos, después de que le pagas un sueldo que no se merece, la mantienes, le cuidas sus hijas, todavía quiere quitarte lo único que te hace feliz además de las niñas…
No quiero hablar de esto – Exclamó Alexandra volteando a su computadora de nuevo, así ella evadía las conversaciones delicadas –
¡De acuerdo! No seguiré… pero no voy a dejar que esa mujer vuelva a arruinar tu vida… ni que te haga desdichada otra vez… de mi cuenta corre que tú seas feliz con el “bajito” ese – Diciendo eso el señor Rey salió de la oficina de Alexandra y decidió buscar a alguien muy especial –
¿Se le ofrece algo? – Preguntó Piero al notar que el señor ese estaba frente a su escritorio con cara seria –
¿Tú eres Piero? – Dijo cruzando los brazos y enviando una mirada despectiva hacia su “yerno” –
¡Sí señor!...
¿Amas a Alexandra? – Esa pregunta hizo que Piero casi perdiera el equilibrio en su propia silla pero se armó de valor y respondió con la verdad –
¡Sí! – La respuesta de Piero parece que hizo feliz al señor Rey que cambió su semblante amenazante y dibujando una sonrisa en su rostro se abalanzó contra Piero y le dio un gran abrazo –
¡Entonces bienvenido a la familia “yerno”! – Decía alegremente sin dejar de abrazarlo –
Gracias… ahora que usted me dice yerno y Kary me dice papi… creo que no me queda de otra que casarme con Alexandra - Bromeó Piero arreglando sus hombros que se habían dislocado un poco por la emoción del señor Rey al abrazarlo –
¿Kary te dice papi? ¡Esa niña sí que sabe! Nunca deja de sorpréndeme su inteligencia…
¿Espere? ¿No está molesto?...
¿Molesto? ¿Por qué? ¿Por devolverle la capacidad de amar a mi hija adoptiva? ¡Es algo que debo agradecerte! – Sonrió ampliamente mirando a Piero –
¿Qué? Pero por qué dice eso…
¡Piero! Te voy a contar una historia muy trágica, la historia que convirtió a mi Alexandra en la reina de hielo, en la desconfiada y cruel Alexandra De Fara a quienes todos temen –
¿Entonces ella no ha sido así siempre?...
¡Claro que no! Ella era todo un amor de persona… lo que sigue siendo debajo de toda esa armadura de dureza y frialdad que aparenta… y no sabes cómo me duele… tener algo de culpa en su desgracia – Esas palabras alarmaron a Piero… ahora conocería la historia de su amada… sabría porque ella es como es –