Habían transcurrido seis meses desde el secuestro de Laonis y su rescate.
Seis meses es un largo tiempo.
Después del drama vivido, las cosas mejoraron para los Macdougall.
Betty fue enjuiciada y condenada a morir en la horca. Había atentado contra la vida de su señora, había confabulado su secuestro y atacado a su Laird y heredero.
La horca era un castigo cruel para la opinión de Laonis pero poco pudo hacer para salvarla o darle una muerte más digna.
El día de la ejecución el ambiente en la aldea era tenso y silencioso. Laonis decidió no asistir y después de pensarlo, Alexander tampoco quiso hacerlo. Aunque estaba furioso por lo que Betty había ocasionado, se sentía triste y culpable. El había provocado todo este lío. No había tratado a Betty de buena manera y la chica sólo había reaccionado a sus tormentosas emociones.
Pero, ella había decidido actuar como lo hizo y puso en peligro muchas vidas por su necedad. Alexander lamentaba que ella hubiera actuado así. Hubiera deseado que todo fuera distinto.
-Pero ya está hecho.-le dijo su padre. -Ella obtendrá el castigo de su rebelión.
-Pero, ¿No es demasiado?-se quejó Alexander.
Su padre suspiró con pesar y le puso una mano al hombro.
-Es lo justo. Ella atentó contra nuestra vida y la de Laonis. Es lo justo. Cuando se esta en la posición en la que estoy y en la que tu estarás después de mi, deberás tomar decisiones como estas. No son fáciles de tomar y te pesará en la conciencia, pero deberás hacerlo.
Alexander suspiró pesadamente pero ya no dijo nada. Su mente era una maraña de pensamientos. Cada uno peor que el otro. Quizas eran las voces de su propia culpa.
El Castillo se encontraba en silencio. Los criados iban y venían haciendo sus quehaceres mientras la familia Macdougall se encontraba reunida en el salon frente a la chimenea. Las dos mujeres estaban sentadas y los dos hombres paseaban de aquí para allá.
Todos a la espera de la noticia.
El leve sonido que hacia la mecedora de Lioslaith era el unico ruido fuerte en el salon. Hasta el fuego parecia timido en su crepitar.
La puerta del Castillo se abrió y por ella entró un guerrero. Les lanzó una mirada significativa a los Macdougall y estos entendieron perfectamente.
Alexander se dejo caer en una banca, en silencio y con la mirada perdida.
El fin. Su fin había llegado. El fin de una vida tormentosa e injusta.
La culpa lo desgarró. Le costó esfuerzo y mucho dominio propio recuperarse de ese horrible sentimiento. Poso la cabeza sobre las manos e intento enfocarse en su respiración. Un peso horrible le oprimía el pecho. No quiso hablar con Betty desde su arresto. No quiso ir a verla, no quiso ni siquiera abrir la carta que ella le envió. Sabía que se arrepentiría.
Los guardias le decían que ella se mantenía tranquila. De alguna manera, se había resignado a su destino. Había hablado con un confesor y habia encontrado la paz. A Alexander le sorprendio esa entereza en ella. Mostro una valentia enorme hacia su propia muerte digna de aplaudir.
Fue sepultada en el cementerio local. Sin ningún tipo de ceremonia. Solo fue sepultada y ya. ¿Habra en alguna parte alguien más que le llore?
Laonis observaba a su marido. No podía acercarse a él. Entendía su dolor. Entendía su culpa. Entendía toda la maraña de emociones que el sentía en ese momento. Y aunque ardía en deseos de consolarlo, prefirió esperar. El debía sacar todo su dolor por ahora y después tendría tiempo para el Consuelo.
Le dolio mantenerse alejada de su marido en ese momento pero cualquier palabra dicha no seria suficente para aliviar su dolor.
**Un año después **
El júbilo, la algarabía y la alegría retumban en todo el castillo.
¡Había nacido! ¡Había nacido! ¡La hija de los señores había nacido!
Alexander sostenía en sus manos a la pequeña bebé pelirroja que Laonis le había dado. Era preciosa. Tan pequeñita y frágil que despertó gran ternura en él.
La madre sonreía con orgullo. El parto había sido doloroso. Más aún de lo que ella hubiera pensado. Jamás hubiera imaginado que podría experimentar tanto dolor para después, experimentar una increíble felicidad.
Y después de nueve meses, horas de labor de parto ahí estaba su bebecita en los brazos de su papi.
Los abuelos llegaron poco después y se organizó la celebración. Quizás no era el anhelado varón pero seguía siendo la hija del futuro laird del clan.
-¿Que nombre le pondremos?-quiso saber Laonis.
Alexander levantó la vista de su hija. El nombre. El nombre deia ser algo especial. Marcaria su vida, su destino y su andar. Seria el legado que ellos le dejarian. El nombre.
-Se llamara Yvaine. Porque sera la estrella que mas brillara en nuestros cielos.
Yvaine, tan gracil, tan inquieta, aventurera y tan dulce a la vez, honro su nombre toda la vida. No solo llego para alegrar la vida de sus padres y abuelos, si no tambien la de todo el clan. Cada vez que Alexander la miraba se recordaba asi mismo que despues de varios tropiezos, la vida te recompensa con miles de bendiciones y alegrias. No todo debe ser oscuro y gris cuando se tiene a una familia incondicional.
A lo largo de su vida, aún cuando ya tenía sus hijos y después nietos, ese horrible estigma, esa mancha en su corazón aparecía de vez en cuando para amargarle la existencia. A veces creía ver el fantasma de Betty acechandolo y solía despertarse a media noche con pesadillas o sintiendo su presencia.
La culpa lo persiguió toda su vida. Una vida larga y feliz pero con ese punto negro siempre presente.
Laonis era consciente del sufrimiento de su marido. El no solía decirle nada pero no era necesario. Ella dormía a su lado y era testigo de sus pesadillas. Anhelaba que su marido encontrará la paz y se desesperaba por su situación. Pero esa guerra era entre Alexander y su consciencia.