Ariana se quedó con la espalda recargada en la puerta de su habitación. Durante varios minutos no pudo moverse. Estaba demasiado confundida como para siquiera pensar en algo.
Por más que quisiera buscar algún pretexto, no podía encontrar nada que pudiera explicarle por qué no había apartado a Austin en cuánto lo sintió demasiado cerca de ella. Por otro lado, también era una suerte que no lo hubiese apartado. Quizás eso le podía servir de entrenamiento a su subconsciente y de esa manera evitar darle un puñetazo en la nariz el día de la boda.
Si. La boda.
Bajó la vista y contuvo el aliento en cuanto vio el brillo de su nuevo anillo. Recordaba perfectamente el día en que había comprado el anterior y el pensamiento de que solo era un artículo necesario de utilería para su actuación. Este en cambio, lo consideraba más como el obsequio de un amigo que una pieza de utilería.
O al menos eso decía ella.
Cerró los ojos para calmarse y no dejarse llevar por sentimentalismos que solo conseguirían darle migraña. Después respiró profundamente, se quitó los zapatos de tacón y entró en el cuarto de baño.
Cuando Austin despertó a la mañana siguiente después de toda una noche de insomnio, la cabeza le dolía como si estuviera experimentando el efecto de una fuerte resaca. A pesar de que solía resistir muy bien el alcohol, quizás ese champán que había bebido durante la cena tenía algún aditivo del cual no le habían advertido. Esto sería lo único que podría explicar porque su comportamiento la noche anterior.
Aunque para estar sumamente borracho, recordaba con demasiada facilidad la sensación de tener el cuerpo de Ariana presionado contra el suyo mientras aquellos suaves labios helados se derretían gota a gota en la calidez que él le ofrecía.
Se dio una bofetada a si mismo con la intención de apartar el recuerdo. No le gustaba reconocer que Su Majestad podía llegar a tener ese efecto en él. Maldijo entre dientes al darse cuenta como esa mujer podía convertirlo en un muñeco de trapo a sus pies sin necesidad de mover un solo dedo.
¿Qué rayos le estaba pasando?
El timbre sonó en ese momento. Austin empezó a murmurar algunas palabras que ni siquiera estaba seguro de que estuvieran en el diccionario cuando se encaminó a abrir la puerta. Por lo temprano que era solo podía ser su representante favorito.
Pero la persona que esperaba tras la puerta no era Mitchael ni ningún otro que pudiera reconocer.
Era una mujer alta, de piernas largas, cabello rubio —el cual obviamente era artificial—, y piel bronceada. Llevaba un vestido de seda rojo que daba inicio sobre la mitad del muslo, y conforme avanzaba hacia arriba se acoplaba perfectamente a su cuerpo en una especie de vaina terminando así en un escote profundo y exponiendo la parte superior de sus hombros.
Austin frunció el ceño al verla.
—Vaya, las revistas no le hacen realmente justicia. Debo aceptar que mi primita sí que ha tenido buen gusto —comentó la mujer quitándose las gafas de sol que ocultaban unos finos ojos de color miel—. Soy Marisol Seager…y tú tienes que ser Austin Lawrence, ¿no?
—¿Seager? —preguntó Austin, sorprendido. —¿Tienes algún parentesco con Ariana Allen?
—Por supuesto. Somos primas. ¿Acaso ella no lo ha mencionado?
—Me temo que no.
—No me sorprende. A mí tampoco me hace ninguna gracia pregonarlo. Pero no me malinterpretes, aunque no lo parezca le tengo aprecio.
—Sí, se siente perfectamente el aprecio que le tienes. Quizás sea un tipo de amor frío propio de familia.
—En eso te equivocas. La relación especial que tengo con Ariana no tiene nada que ver con la sangre fría que corre por los Allen.
En realidad, el tono con el que lo decía era demasiado obvio como para malinterpretarlo. Austin frunció el ceño. —¿Qué no?
—No. Pero dejemos ese asunto para otro día. Hoy he venido a tratar de negocios. ¿Me permites pasar?
Austin consideró la opción de negarse. Si alguien obtenía pruebas de que había estado solo en su departamento con una mujer que, sin entrar en mayor detalle parecía tener relación con la industria de la moda, la nueva portada del periódico no era algo que Ariana y él necesitaban en esos momentos. Y menos si sucedía a escasas horas de su matrimonio.
Pero tampoco podía asegurar que no hubiera nadie en el pasillo escuchando la conversación. Así que puesto todo sobre la balanza, decidió darle unos minutos de su tiempo.
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Editado: 20.10.2019