CLARENCE DOMINIC
Desperté desorientado con un hedor a Whisky envolviendo todo mi cuerpo.
Todas mis articulaciones dolían horrores, pero ese dolor no era comparado con el agujero sin fondo en mi pecho que me impedía respirar correctamente, me levanté de la cama a trompicones y choqué con los muebles de la habitación en mi intento de llegar al baño. Tenía mal aliento, la garganta seca y los ojos enrojecidos; el espejo del baño me devolvió la apariencia de un hombre que había envejecido doscientos años en solo tres días.
El deseo de desvanecerme creció y me odié por ser tan débil, la necesidad de beber para apagar todo me removió las entrañas y me encontré yendo al bar de la habitación y tropezando entre las botellas vacías para alcanzar una nueva y atragantarme bebiendo a grandes tragos el liquido ámbar como si fuese maldita agua.
El dolor me había nublado el juicio, me había dejado indefenso; no había estado preparado para ese escenario, un escenario sin Bailey en la ecuación, un escenario sin mi reina de color azul y ojos llorones, verdes, que me observaban como si fuese la puta mejor cosa del universo. Incluso en su mirada de odio tenía esa forma intensa de tragarme y hacerme suyo sin pedir permiso.
Amaba la forma en la que se apoderó de mí sin muchos esfuerzo, solo se abrió paso dentro de mi sistema, rompiendo mis entrañas y plantando su jodida bandera que declaraba mi corazón como suyo.
Siempre fui suyo, siempre sería suyo. Ni siquiera la muerte iba a cambiar eso.
Me sentí miserable.
Me sentí pequeño vertiendo mi valor en una jodida botella sin ser el hombre fuerte que decía ser, sin poder enfrentar la muerte de mi mujer con valor. El espacio empezó a desvanecerse cuando mi visión se volvió borrosa y preferí sumergirme en los recuerdos, al menos allí, ella y yo seguíamos juntos.
Sonreí de forma rota y me bebí las lágrimas junto al ron mientras recordaba su risa y la deliciosa forma en que besaba, como sis labios dominaban los míos incluso en medio de su dulzura, como soltaba gemidos de placer que eran solo míos y la forma en que su corazón se aceleraba, danzando junto al mío en una jodida melodía que solo conocíamos nosotros dos.
Dos amantes que siempre estuvieron destinados al fracaso. Gemí de dolor.
Me levanté furioso y volví a destruir toda una habitación de la rabia, ni un solo mueble de salvó de mi puño y de mi ira, queriendo dejar todo de la misma forma en la que se encontraba mi interior, destrozado.
Cuando volví a despertar, el sol me azoaba la cara y me encontraba tumbado boca abajo en una cama destrozada, la realidad invadió mi cerebro y me levanté asustado.
Yvaine.
Mi Yvaine.
Busqué con torpeza una camisa y me vestí a toda prisa sin molestarme en mi aspecto, corriendo, queriendo ver a mi hija, queriendo tenerla cosida a mi lado por miedo a perderla igual que a su madre. Busqué en todos los salones llenos de silencio y enloquecí.
Mi mejor amigo y mi hermana se encontraban desayunando en la cocina en ese momento, dejaron de murmurar cuando me vieron entrar. Madyson lucía cansada, ojeras que nunca había visto en su perfecto rostro se encontraban decorando la parte inferior de sus ojos. Atón levantó la cabeza para observarme sin hacer ningún movimiento.
—¿Dónde está Yvaine? —pregunté, jadeando.
Atón miró a Madyson, esta última tragó saliva. Fueron tres segundos sin una respuesta y podría haber golpeado a alguien si pasaba un segundo más.
—Donatello decidió que era mejor que estuviera con ellos en la mansión.
—¿Donatello decidió? —cuestioné, enfureciéndome —. ¿Por qué tendría Donatello que decidir sobre mi hija y ustedes permitirlo?
Madyson se levantó, dejando el lado el desayuno y se plantó delante de mí con firmeza.
—No es bueno que ella esté cerca de ti en este momento.
—¡Es mi hija! —rugí —. ¡Mi bendita hija! ¡Aquí es donde debe estar!
—¡Pues empieza a comportarte como un padre responsable y deja malditamente de beber! ¿Eso es lo que quieres que Yvaine recuerde de ti? ¿Qué sus primeros momentos contigo se eclipsen en su mente y te pinte como un papá violento y ebrio?
El dolor me aplastó en una gran marea, un dolor diferente. Saber que estaba haciendo todo mal. Ellos tenían razón, Yvaine merecía mi fortaleza, mi amor incondicional y un padre fuerte para ella, sin embargo en ese momento solo era una imitación barata de mí, llorosa y sin rumbo.
No me quedó más opción que admitirlo.
—No sé que hacer —susurré, sin poder mirarla a los ojos —. Duele más de lo que puedo soportar —admití —. Puedo ser fuerte en muchas cosas, Mady, puedo ser un asesino a sangre fría, puedo ser el hombre analítico e inteligente que pasó por un campo militar. Pero no puedo ser fuerte ante el hecho de que la mujer que amo no va a regresar, que la mujer que amo se encuentra bajo tierra y yo sigo aquí sin saber como diablos seguir viviendo.
La voz se me rompió como un crío, Atón me tomó de la nuca en ese momento y me apretó contra su rostro, Madyson me abrazó del otro lado.
Los tenía a ellos, me recordé. No tengo por qué hacer esto solo. La mayor virtud de un guerrero era reconocer cuando necesitaba ayuda y yo no podía solo en ese momento. Si algo aprendí en el ejercito es que el trabajo en solitario no funciona, el trabajo en equipo es el único que da buenos resultados.
—No me dejen hundir —supliqué —. No me dejen hundir, por favor. Yvaine no puede perder también a su papá.
Visité todos los días una tumba con el nombre de Bailey.
Fueron cuarenta y cinco visitas, un mes y medio. Cuarenta y cinco días para enfrentar un dolor más grande que yo y tomar las riendas de la venganza hacia mi mujer. Cuarenta y cinco días alejado de Yvaine, no iba a permitirlo un día más. Me forcé a ser el Clarence de siempre, poniendo los pies en la tierra a pesar de tener el pecho destrozado. Bailey me patearía el trasero si supiera como estaba manejando la situación.
#2617 en Novela romántica
#228 en Thriller
#106 en Misterio
romance, romance y sexo, dolor carcel eterna condenas y miedo
Editado: 10.11.2024