Liam se inclinó sobre Sabrina, que dormía tranquilamente sobre una cama limpia y mullida, y le tocó la frente. La temperatura de su cuerpo ya era casi normal.
—Estará bien —dijo Dana a su lado.
—Gracias a Gus —asintió Liam—. ¿Dónde están él y Bruno?
—Los envié al mercado en el centro de la ciudad con una lista de lo que necesitamos— dijo ella.
—Al menos es una suerte que el dinero que nos dio Bernard no se perdiera en el río —musitó Liam.
—Bruno lo tenía bien sujeto a su cinto.
—¿Qué le dijiste al posadero sobre nosotros?
—Le dije que veníamos de Walis en Istruna y qué íbamos hacia el oeste, camino a Sefinam. Eso fue suficiente para que no sospechara de nuestro extraño acento o de las monedas de plata con la efigie de Novera.
—Parece que tú conoces el mapa de Ingra casi tanto como Sabrina —comentó Liam.
Dana no dijo nada.
—¿Por cuánto tiempo más me ocultarán el verdadero plan? —inquirió Liam.
—Ten paciencia, Liam, ten paciencia. Y por favor no pienses que esto tiene que ver con alguna falla de tu carácter. Nada más alejado de eso, te lo juro. Estas órdenes fueron dadas para tu protección y la nuestra —expresó Dana.
Liam solo suspiró, meneando la cabeza con manifiesto resentimiento.
—Toma —se desenganchó Liam el puñal de Dana de su cinto, entregándoselo—. Olvidé devolvértelo después del ataque en el río.
—Consérvalo —le respondió ella.
—¿Estás segura?
—Sí, no es justo que seas el único que está desarmado.
—¿No contradice eso tus órdenes secretas? —dijo él con tono sarcástico.
Dana solo le palmeó la espalda de forma amistosa:
—Voy abajo a ordenar algo de comer —se puso de pie—. ¿Qué quieres que te traiga?
—Cualquier cosa que no sea estofado de vegetales —dijo Liam—. Estoy un poco harto de la comida vegetariana, sin ofender.
—Te conseguiré algo de carne —prometió Dana, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Liam? —pestañeó Sabrina, despertando por fin después de más de doce horas.
—Aquí estoy —le sonrió él, tomando su mano.
—¿Dónde estamos? —miró en derredor, desconcertada—. ¿Qué pasó?
—Estamos en una posada en Strudelsam —le informó Liam—. Estuviste inconsciente y con fiebre durante las últimas doces horas a causa de la picadura de la serpiente en el río, de la cual olvidaste informarnos.
—Solo era un rasguño, no pensé que hubiese entrado veneno —se escudó ella—. Cuando comenzó el dolor, creí que era mejor ocultarlo. No quería que me llamaras niñita mimada y que pensaras que no puedo soportar la vida al aire libre lejos de un confortable palacio.
—Pues no lo vuelvas a hacer o te llamaré peores cosas que “niñita mimada” —la reprendió Liam con suavidad—. ¿Cómo estás?
—Me duele la cabeza.
Liam se puso de pie y fue a buscar agua caliente en el caldero que descansaba sobre el brasero que calentaba la habitación. Vertió un poco de agua en una taza de madera y le agregó unas hierbas que Dana había conseguido con el posadero, que supuestamente tenían propiedades parecidas a la Robidra.
—Este té ayudará —le alcanzó la taza a Sabrina, ayudándola a incorporarse en la cama para poder tomarlo.
—¿Fuiste tú otra vez? —preguntó ella, mientras daba un tentativo sorbo al té.
—¿Eh?
—¿Fuiste tú el que me salvó la vida?
—Fue Augusto —respondió Liam—. Bajo mi supervisión, por supuesto —agregó enseguida.
—Por supuesto —repitió ella con una sonrisa—. ¿Dónde están los demás?
—Consiguiendo comida y provisiones, también ropa extra para ti porque ya es hora de que me devuelvas mis pantalones —bromeó él.
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Editado: 19.02.2021