Kalinda suspiró y desvió sus ojos al fuego de la chimenea por un momento. Cruzó su mirada con la de Orel, quien asintió con el rostro grave, animándola a continuar. Volvió a suspirar, y decidió finalmente responder a la pregunta de Calpar:
—Nuestra respuesta ante la agresión humana no fue pelear, no sabíamos cómo, así que huimos. Abandonamos nuestras espléndidas construcciones sagradas, nuestros hogares en los bosques, pero eso no fue suficiente. A donde íbamos, los humanos nos rastreaban y nos encontraban, usando las mismísimas habilidades aprendidas de nosotros. La carnicería parecía no tener fin. Ante la desesperación, nuestros guías y sabios tomaron medidas impensables: huir a un lugar imposible de alcanzar para los humanos, un lugar interdimensional, desfasado de este mundo.
—Arundel —murmuró Calpar.
—Sí —confirmó Kalinda—. El lugar fue llamado Arundel en honor al Druida que dio su vida para crearlo. La idea la concibieron Arundel e Iriad, nuestros más venerables ancianos. Crear el acceso a ese lugar fuera de este mundo requería mucha energía. Toda la comunidad debía hacer su aporte. La hazaña era peligrosa, pero más peligroso era quedarnos en Ingra. Arundel abrió portales en varios sitios del continente y las islas, y mi gente huyó a través de ellos. Uno de los portales se volvió inestable durante el proceso. Arundel murió tratando de estabilizarlo, junto con más de cien de los nuestros.
—¿Y ustedes? ¿Por qué quedaron varados aquí?
—No quedamos varados, elegimos permanecer en Ingra —aclaró Kalinda—. No toda la comunidad estaba de acuerdo con huir y entregar nuestras tierras, nuestro mundo. Ileanrod, Ovate aspirante a Druida, junto con su colaborador Valamir, decidieron quedarse y luchar. Por supuesto, luchar abiertamente contra los ahora numerosos humanos que se multiplicaban sin cesar por todo el continente como conejos, era imposible, pero Ileanrod propuso un plan a largo plazo, un plan de infiltración y engaño, un plan que requería paciencia, longevidad y memoria. Algo que los humanos no tenían, pero nosotros sí. El objetivo de su plan era la restauración de nuestra raza, de nuestra hegemonía en Ingra. Su plan envolvía mentiras, violencia y derramamiento de sangre humana, algo que Arundel consideró abominable. Fue así como nuestra comunidad se fragmentó en dos facciones por primera vez en milenios. Arundel quiso obligar a Ileanrod a abandonar sus ideas y cruzar junto con los demás por los portales, pero Iriad, de mentalidad más abierta, lo convenció de que Ileanrod tenía derecho a disentir y proponer una solución diferente al problema. Ileanrod e Iriad llegaron a un acuerdo: la facción de Arundel cruzaría al espacio desfasado y la de Ileanrod se quedaría aquí, protegiendo los portales para que los humanos no pudieran cruzar. Ileanrod se encargó de borrar nuestra existencia de la historia humana, y por supuesto, el conocimiento de la existencia de Arundel. De esa forma, ya nadie nos buscó y nuestra apariencia humana nos permitió infiltrarnos con facilidad en las sociedades humanas. Y si, aun así, alguno de los magos corruptos encontraba fortuitamente alguno de los portales y lograba cruzar, del otro lado solo los esperaría el Bucle, una trampa ilusoria inescapable.
Trampa ilusoria inescapable, resonaron las palabras en la mente de Calpar. Esa era su misión: romper el Bucle y llegar hasta Arundel con Dana y Sabrina, misión en la que había fracasado estrepitosamente. Pero tal vez Kalinda y Orel pudieran ayudarlo a restaurar el plan de Cormac. Por el momento, solo decidió seguir escuchando la historia en silencio, estudiando la manera de plantear su propio problema.
—El precio fue muy alto… —murmuró Orel, meneando la cabeza.
—¿El precio? ¿Las vidas perdidas con la falla del portal? —inquirió Calpar.
—No —intervino Kalinda—, Orel se refiere a que la instalación de ese mecanismo de protección hizo que el regreso de nuestra gente desde Arundel se volviera imposible.
—Oh —respondió Calpar—. Entonces… ¿La gente de Arundel está atrapada sin posibilidad de retorno?
—Así es. Nuestra gente quedó dividida de forma permanente —confirmó Kalinda.
Se hizo un silencio tenso y prolongado. Las miradas nerviosas que cruzaron Kalinda y Orel hablaban de que había más en la historia.
—Sigue, Kalinda. Debes explicarle todo hasta el final —la animó Orel.
—No, la siguiente parte es tu responsabilidad —le contestó ella—. Tú eres el que está convencido de que ha llegado la hora.
—¿Hora de qué? —interpuso Calpar, recordando que ese era el cuestionamiento exacto que la bruja había hecho a Liderman cuando los interceptó por primera vez en el bosque oscuro.
—De la Restauración —respondió Orel con el rostro serio.
—¿Restaurar la hegemonía de los druidas? ¿Cómo? —inquirió Calpar, aunque ya sospechaba por dónde venía la cosa.
—Existe una profecía de la que seguramente has oído hablar —comenzó Orel—. La que habla de la Reina de Obsidiana.
Calpar permaneció con el rostro inmutable, sin confirmar ni negar tal conocimiento.
—Ella es la que va a unir a Ingra, unir las dos razas —continuó Orel—. Trabajará junto con la Llave de los Mundos, quien la ayudará a reabrir el paso para que nuestra gente pueda retornar desde Arundel.
Calpar siguió sin dar señales de entender de lo que el otro estaba hablando.
—Por eso estás aquí, Myr —le apoyó Orel una mano en el hombro a Calpar—. Por eso nuestra misión es protegerte.
—No entiendo —meneó Calpar la cabeza.
—Tú eres el punto de unión entre esas dos partes, tú eres el enlace entre la Llave de los Mundos y la Reina de Obsidiana.
—No, se equivocan —negó Calpar.
—No, Myr —intervino Kalinda—. Sabemos bien que tú eres amigo de la Llave de los Mundos, alguien a quién él respeta, y sabemos también que sabes de la Reina de Obsidiana. Tú eres el enlace —recalcó—. Sin ti, la Restauración no es posible.
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Editado: 19.02.2021