El rey estaba encerrado en su habitación, como lo había estado todo el tiempo las últimas semanas. La desaparición de Sabrina lo había sumido en angustia y preocupación, y los asuntos del reino habían perdido interés para él. Aunque había sido un padre distante para la princesa, nunca había pensado que su ausencia pudiera afectarlo tanto. Con ella había un futuro para Marakar, pero sin ella… sin ella su reino estaba perdido.
Ariosto apenas levantó la cabeza de la almohada al ver entrar a Zoltan. El mago se había hecho cargo de todo ante su apatía, había mantenido a Marakar unido y a flote, por lo cual Ariosto estaba agradecido, pero había fallado en la única tarea que le interesaba al rey: encontrar a Sabrina.
Zoltan echó a los sirvientes que pululaban por la habitación para quedarse a solas con el rey.
—Ariosto —lo llamó Zoltan, sentándose en una silla al lado de la cama.
Ariosto solo suspiró con la mirada vacía, sin responder, como lo hacía siempre cada vez que Zoltan aparecía con nuevos decretos que requerían su firma. Pero esta vez, Zoltan no traía papeles bajo el brazo, y su rostro… su rostro estaba… como decirlo… complacido, iluminado, casi podría decirse que el mago estaba… feliz. ¿Podría ser que tuviera novedades?
—Zoltan —se incorporó Ariosto en la cama—, ¿la encontraste? ¡Por favor, dime que la encontraste!
—No, Ariosto, y creo que deberías ir haciéndote a la idea de que…
—¡No! —lo cortó el rey en seco—. No aceptaré que está muerta hasta que no me traigas su cuerpo en brazos, ¿entiendes?
Zoltan suspiró. Esta misma situación se repetía la mitad de las veces que venía a ver al viejo rey.
—Ha surgido una oportunidad para Marakar —cambió de tema Zoltan deliberadamente.
El rey no se dignó a contestar. Todos los temas que no tuvieran que ver con Sabrina no le interesaban.
—Si nos movemos rápido, podemos aprovecharla y hacernos con el control de Agrimar e Istruna. Necesitaré de la Guardia Real y todo el ejército del palacio. Ya di las órdenes para que se preparen. También inicié una conscripción obligatoria para varones mayores de catorce años en todo el reino. Necesitaremos todos los soldados que podamos conseguir.
—¿Te volviste loco, Zoltan? —frunció el ceño Ariosto.
—No, Ariosto, te aseguro que esta vez tengo fuerzas de mi lado que nos aseguran la victoria.
—¿Qué fuerzas? ¿Estuviste otra vez dejándote envolver por ese delirante de Linus?
—¡Cállate, viejo tonto! —gruñó Zoltan, disgustado.
—¡Conquistar todo Ingra! ¿Quién es el viejo tonto aquí? Ni siquiera tienes el poder para encontrar a mi hija. ¡Eres un inútil!
Zoltan apretó los puños, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano por contener su furia.
—No envolverás a Marakar en otra de tus ambiciosas guerras —se puso firme Ariosto.
—Es tarde para eso, ya todo ha sido puesto en marcha —respondió el mago con tono helado.
—¿Sin mi autorización? ¿Quién crees que eres? —lo cuestionó el rey.
—Soy el que está a cargo mientras tú pasas los días esperando la muerte en esa cama —le escupió Zoltan con desdén.
—Desde este momento, ya no eres consejero real de Marakar. Estás despedido —le gruñó Ariosto.
—¿Y quién va a evitar que Marakar se caiga de a pedazos si yo no estoy aquí? ¿Tú? ¡Mírate! —se burló Zoltan.
—Si no recoges tus cosas y sales del palacio para el anochecer, te haré arrestar y te pondré en una celda junto a Mordecai Linus —le espetó Ariosto.
Zoltan no pareció perturbado ante la amenaza. El mago solo suspiró, se puso de pie y se inclinó sobre Ariosto en la cama:
—Hubieras podido llegar muy lejos a mi lado —le murmuró con fingida compasión—. Es una lástima que no tengas la inteligencia para verlo.
Sin darle tiempo a Ariosto para contestar, Zoltan lo tomó del cuello y presionó con todas sus fuerzas. Ariosto intentó desprender las manos del mago de su cuello sin éxito. Intentó gritar, pedir ayuda, pero solo logró proferir un gemido, inaudible fuera de la habitación. Lo último que vio antes de morir sofocado fue el rostro de Zoltan con una sonrisa perversa danzando en sus labios.
Zoltan reacomodó el cuerpo inerte del rey en la cama. Lo tapó con las mantas y se dirigió a la puerta de la habitación. Al abrirla, vio a los sirvientes del otro lado, con los rostros preocupados y nerviosos. Seguramente, habían escuchado la discusión.
—Llamen al médico real —les ordenó Zoltan—. Su majestad está muy alterado hoy y temo por su salud.
Los sirvientes asintieron con una reverencia y partieron raudos en busca del médico. Zoltan se volvió a encerrar en la habitación con el cuerpo de Ariosto y esperó. El médico llegó diez minutos más tarde. Se acercó a la cama y comprobó la respiración y el corazón del rey.
—Hice todo lo que pude… —meneó la cabeza Zoltan con fingida angustia—. Me preguntó por la princesa y cuando le dije que no tenía novedades… Su corazón no lo resistió más.
El médico vio las marcas en el cuello del rey y se volvió hacia Zoltan, pero cuando abrió la boca para hablar, el mago lo cortó abruptamente:
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Editado: 19.02.2021