—Es una trampa —murmuró Augusto.
El grupo se había apartado de Phillippe para deliberar en privado.
—Por supuesto que es una trampa —confirmó Liam.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Caminar directo a ella —respondió Sabrina.
—Humm —se llevó la mano a la barbilla Liam, pensativo—. Eso podría funcionar.
—Ustedes dos son tal para cual: ambos están dementes —los acusó Augusto.
—Gracias —contestó la pareja al unísono.
—Muy bien —se frotó las manos Liam con entusiasmo—. El problema del punto de entrada está solucionado. El resto del plan queda como está.
—¿Cómo puede quedar como está? —protestó Augusto—. Liam, no podemos…
—¿Todo bien, su majestad? —inquirió Phillippe con impaciencia, a unos metros de ellos.
—Apoyo a Liam —murmuró Sabrina al grupo—. No más discusiones. Haremos esto —y luego en voz alta a Phillippe: —Daré aviso a mi gente y entraremos pacíficamente con usted.
—Puede entrar con esta escolta, su majestad —señaló Phillippe a los miembros del grupo que acompañaban a Sabrina—, pero su ejército se queda afuera por el momento.
—¿Está diciéndole a su reina lo que puede y no puede hacer? —se encolerizó Sabrina.
—El regente le pide una muestra de buena voluntad. Como verá, hemos quitado a los arqueros de los puestos de defensa —señaló el capitán hacia las murallas—. Zoltan le pide que baje también sus armas, dejando a su ejército fuera del palacio.
—Haré eso solo si me garantiza que mi escolta y yo nos entrevistaremos con Zoltan en persona —propuso Sabrina.
—Ese es precisamente el deseo del regente, alteza —hizo una inclinación de cabeza el capitán.
—Muy bien, vamos, entonces —aceptó ella—. Pierre —se volvió Sabrina hacia Lacroix—, vuelve al campamento, avísales lo que haremos y quédate con ellos.
Pierre asintió y se alejó al galope.
—¿Crees que Zoltan haya decidido matar a Sabrina él mismo? —le murmuró Augusto a Liam en el oído.
—Por supuesto, cuento con eso. Es un maldito psicópata y querrá hacerlo él mismo, especialmente después de darse cuenta de que su mejor asesino no tuvo el éxito esperado con Yanis —respondió Liam.
—Espero que tu plan funcione —suspiró Augusto.
—Tú concéntrate en tu parte y todo saldrá bien —lo alentó Liam.
Augusto solo meneó la cabeza, preocupado.
Un jinete galopó raudamente hacia el grupo desde el campamento para alcanzarlos justo cuando cruzaban las puertas de las murallas externas. Era Pierre.
—¿Qué pasó? —frunció el ceño Sabrina cuando lo vio llegar.
—Nada. Todo está bien. Bruno está a cargo junto con Torel. No me necesitan —explicó Pierre.
—Pierre… —comenzó a amonestarlo Sabrina.
—No dejaré que enfrentes a Zoltan sin mí ni en un millón de años —la cortó Pierre—. Si quieres impedir que sea parte de esta escolta, tendrás que matarme.
Sabrina solo sonrió sin objetar. En el fondo, el apoyo de Pierre y su compañía en este crucial momento le daban tranquilidad.
Al entrar en el enorme patio interno del palacio, las puertas se cerraron tras ellos con un golpe ominoso. Cormac y los demás pasearon una mirada atenta por el lugar. No había ni un alma. Cormac conocía cada resquicio, cada posible escondite del patio, y escrutó el lugar minuciosamente desde su caballo. No había guardias escondidos, no había asesinos al acecho, no había siquiera sirvientes, pululando en sus quehaceres cotidianos en el palacio. El silencio del patio antinaturalmente desierto era más enervante que la amenaza de soldados armados.
—¿Dónde están todos? —preguntó Sabrina.
—El regente ha ordenado que su alteza no sea molestada en su llegada —explicó Phillippe.
—¿Zoltan teme que sus guardias se pongan de mi lado como lo hizo el destacamento del puente? —inquirió Sabrina con sarcasmo.
Phillippe no contestó. Liam le apretó el brazo a Sabrina para indicarle silencio. Este no era el momento de provocar a los esbirros de Zoltan.
Phillippe desmontó primero y los demás lo imitaron. No hubo mozos de cuadra que vinieran a ayudar con los caballos, así que cada uno ató su caballo a los postes que estaban a la derecha del patio, a la entrada de los establos.
Sabrina levantó la vista hacia las ventanas del segundo piso, segura de que eran espiados desde allí, pero no vio a nadie. Era como si ella y su escolta fueran los únicos presentes en todo el palacio. ¿Qué se traía entre manos Zoltan? Ella hubiese podido trabajar con la simpatía de los sirvientes, con su apoyo secreto, pero Zoltan se había asegurado de que eso no fuera posible.
Subieron en silencio por las escalinatas que llevaban a la enorme puerta de doble hoja que era la entrada principal del palacio propiamente dicho. Al entrar en el amplio vestíbulo de recepción, Sabrina inquirió:
—¿Dónde está Zoltan?
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Editado: 19.02.2021