El banquete de celebración del regreso, rotundo triunfo y coronación de la nueva reina de Marakar se llevó a cabo con una suntuosidad y algarabía nunca vistas en el reino. No solo los nobles disfrutaban en el amplio salón del trono que una opípara cena, sino que los campesinos festejaban también en el patio y Sabrina había ordenado que se repartieran alimentos y cerveza a los que habían decidido quedarse a los festejos.
Los más encumbrados nobles habían sido desplazados de la mesa principal para acomodar a los amigos de Sabrina, lo cual no les había sentado nada bien.
Liam se puso de pie y levantó su copa, haciendo un brindis por la nueva reina al que todos respondieron con entusiasmo. Cuando Liam se sentó, Augusto le clavó una mirada de reproche a su lado.
—¿Qué? —frunció el ceño Liam ante la mirada desaprobadora de su amigo.
—Entiendo que esta es una ocasión especial, pero… —señaló la copa Augusto.
—Relájate, parece vino, pero es solo jugo de moras —explicó Liam.
Augusto le arrebató la copa y dio un sorbo:
—Me disculpo —le devolvió la copa a Liam.
—¿Quieres también probar mi comida? ¿O tal vez revisar mis bolsillos por si escondo drogas? Tal vez quieres una muestra de mi orina para…
—Liam, ya basta, ya me disculpé —lo cortó Augusto.
—¿Cuándo vas a convencerte de que mis días de intoxicación terminaron hace mucho tiempo? —le reprochó Liam, dolido.
—Perdóname, Liam, yo… no sé qué me pasa… —intentó Augusto.
—Tienes suerte de que estoy demasiado contento esta noche como para pelearme contigo, Gus —le palmeó la espalda amistosamente Liam—. Trata de relajarte y disfrutar.
Augusto intentó sonreír sin mucho éxito y bebió un largo trago de su vino. No acostumbraba a beber alcohol, pero esta noche lo necesitaba. Se sintió un hipócrita por cuestionar a Liam cuando él se estaba apoyando en la ayuda del vino para calmar sus preocupaciones. Lo cierto es que ver a Liam feliz con su flamante esposa no había hecho más que recordarle que era muy posible que él no volviera a ver a su amada Lyanna nunca más. Mientras su mente había estado ocupada con la misión de recuperar el trono de Sabrina, casi lo había olvidado, pero ahora…
—¿Estás bien? —le preguntó Bruno a Augusto al oído del otro lado.
—Bien —mintió Augusto, tomando otro trago.
Mientras la música alegraba la fiesta y los comensales conversaban animadamente entre ellos, un mensajero se acercó a la mesa elevada, hizo una reverencia y entregó un sobre lacrado a Sabrina. Ella lo abrió y lo leyó, intrigada.
—¿Qué pasa? —preguntó Liam a su lado.
Ella se puso de pie bruscamente, sin contestar.
—¡Silencio! —pidió Sabrina con una mano en alto.
Los músicos cesaron de inmediato y todos los presentes se callaron, volviendo su atención a la reina, expectantes.
—Reciban con respeto a dos importantes invitados tardíos —anunció Sabrina, haciendo una seña a los músicos, quienes tocaron una música solemne.
—¿Quién viene? —tironeó Liam a Sabrina de la manga del vestido desde su silla.
—Invitados sorpresa, sorpresa incluso para mí —sonrió ella, enigmática.
Una pareja entró por las enormes puertas del salón, avanzando por la alfombra roja hacia la mesa principal. Mientras todos murmuraban entre sí, preguntándose quiénes eran estos dos desconocidos que llegaban a la corte, Liam se puso de pie de un salto al reconocerlos. La mujer era Dana, y el hombre… No, no podía ser…
—¿Lug? —inquirió Liam, desconcertado.
—Ese no es Lug —dijo Bruno—. Es solo Iriad en el cuerpo de Lug.
Liam observó que Dana llevaba su brazo entrelazado con el del hombre y le lanzaba constantes miradas cargadas de afecto. Iba prendida a él como si no tuviera intenciones de soltarlo nunca. Algo estaba mal…
—¿Sabe Dana que va del brazo de un impostor? —cuestionó Liam.
—Debería… —dijo Bruno.
—Muchachos, creo que es él —dijo Cormac, sentado junto a Bruno—. Reconozco sus gestos, su forma de caminar…
—Por supuesto que es él —confirmó Sabrina con una sonrisa.
—Pero ¿cómo? —planteó Augusto.
—Valamir —le pasó Sabrina el papel con el mensaje a Augusto para que lo leyera—. Lo vi trabajando con el Tiamerin sobre el cuerpo de Iriad. Al parecer, la conciencia de Lug estaba guardada allí y Valamir la transmigró a su cuerpo original.
—¿Por qué nunca dijiste nada? —le reprochó Augusto.
—Felisa me pidió que mantuviera el secreto. Las posibilidades de éxito no eran muchas. No quería crear falsas esperanzas.
Dana y Lug se detuvieron a unos dos metros de la mesa principal.
—Bienvenidos —los saludó Sabrina.
—¿Lug? ¿En verdad eres tú? —inquirió Liam.
—En verdad soy yo, Liam —sonrió Lug—. Lamento haberme perdido tu boda. Atravesar Ingra a caballo es lento y exasperante.
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Editado: 19.02.2021