Lug levantó la vista del libro que estaba leyendo en su escritorio en la escuela de las Marismas cuando escuchó la puerta de su oficina abrirse. Por un momento, frunció el ceño. ¿Quién se atrevía a simplemente entrar e interrumpir su privacidad sin tener la delicadeza de al menos golpear la puerta? Cuando vio que era Lyanna, olvidó todos los reproches que le habían venido a la cabeza y simplemente sonrió complacido; hacía tiempo que no tenía una de las enriquecedoras visitas de su hija.
—¿Cómo te fue en Ingra? —fue lo que Lyanna dijo primero.
—¿Tú sabías? ¿Por qué no me dijiste? —la cuestionó él.
—¿Decirte qué? —se encogió de hombros ella.
—Que debía intervenir.
—Oh, papá, si me estás haciendo esa pregunta es porque no has aprendido nada —suspiró ella, meneando la cabeza.
—Dímelo, Ly, ya sabes que soy un poco lento para estas cosas.
—Intervenir o no hacerlo estaba en tus manos, era tu decisión. ¿Por qué estabas esperando a que yo te lo dijera? No tiene sentido.
—Me hubieras ahorrado mucha inseguridad y debate interno.
—¿Qué tiene de malo el debate interno? ¿Y por qué crees que ese debate no se habría producido igualmente si yo te hubiera dado mi opinión?
—Nunca me haces las cosas fáciles, ¿eh?
Ella solo sonrió.
—Las cosas salieron bien —suspiró Lug—, y supongo que lo que aprendí es…
—¿Qué? —lo animó ella a seguir.
—Que no debo pensar tanto las cosas y simplemente seguir mis instintos; que esforzarme por seguir los planes de otros a rajatabla no siempre es la mejor opción; que debo confiar más en mí mismo y no tener tanto miedo de cometer errores.
—Esas son lecciones muy valiosas —asintió Lyanna.
—Hubo tantos engaños… —meneó la cabeza Lug.
—Y sin embargo llegaste a la verdad —le retrucó ella.
—Creo que había más de una verdad —dijo Lug—. Cada uno tenía su verdad.
La sonrisa de Lyanna se hizo más amplia. Tomó una silla y se sentó frente a su padre, del otro lado del escritorio. Lo miró por un largo momento y le dijo:
—Ya ves, no necesitas que yo te enseñe nada. Tu experiencia es tu maestro, un maestro muy superior a cualquier palabra que yo pueda decirte.
—¿Significa eso que ya no vendrás a visitarme? —preguntó Lug, preocupado.
—Vendré todas las veces que quieras, pero no para enseñar, sino para compartir —lo tranquilizó ella.
—Gracias, Ly, aprecio mucho eso —suspiró con alivio Lug—. ¿Cómo está Gus?
—Pasó por varios estados: enojo, reproches, juró que nunca más iría en uno de tus viajes, que había tenido suficiente… Me planteó lo mismo que tú: me acusó de no haberlo preparado para la experiencia. Después se calmó, me pidió disculpas, me hizo el amor, y finalmente, comenzó a especular sobre las características que tendría el próximo mundo al que lo llevarías y el tipo de aventura que lo esperaba.
Lug y Lyanna rieron juntos.
—¿No te preocupa que lo vuelva a alejar de ti y lo exponga a peligros? —le preguntó Lug.
—No —negó ella con la cabeza—. Creo que es lo mejor que puede pasarle. Lo veo más feliz y satisfecho, lo veo más tranquilo, más maduro, y eso me dice que lo estoy amando de la forma correcta, sin forzarlo a nada, en libertad.
—Gracias, Ly —se levantó Lug de su silla y rodeó el escritorio para abrazarla—. Gracias por ser libre y por empujarnos a todos nosotros a serlo también.
Ella le devolvió el abrazo con gran cariño.
—Esta noche tenemos una celebración en la escuela, una especie de bienvenida al grupo de exploración. ¿Nos acompañarás?
—Será un placer —sonrió ella—. Deberías invitar también a Cormac, Liam y Sabrina. Me agradaría conocer a mi tía.
—Ya lo hice —aseguró Lug—. Mantenerme en contacto con viejos y nuevos amigos en Ingra es una de mis prioridades.
—¿Eso te lo dijo tu instinto?
—Sí.
—Tienes buenos instintos, papá, y te aseguro que, si los sigues, no vas a equivocarte.
—Gracias, hija —la volvió a abrazar Lug.
***FIN DEL LIBRO VIII***
Gracias a todos los lectores por haber acompañado a Lug, Liam, Cormac, Sabrina, Dana, Augusto, y a todos los demás en esta aventura de la Saga de Lug. Espero que hayan disfrutado esta lectura.
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Editado: 19.02.2021