¡No soy una cobarde!
A cada paso que doy, los pasillos se me hacen cada vez más estrechos y me resultan asfixiantes. Aunque, la verdad, es que no es por su tamaño, sino por la situación en la que me encuentro ahora. Ya mi padre dio su orden y no hay dios Olímpico que lo haga cambiar de idea.
Eso me quedó muy claro, cuando iba entrando a la estancia principal, y en la gran pantalla aparece el rígido y seguro rostro de mi padre. ¡Ya había comenzado la entrevista!
El evento se celebraría en uno de los salones del Palacio, pero a mí se me había prohibida la entrada al lugar. Seguro para que no pudiera armar ningún escándalo.
Y ahí estaba yo. De pie, ante la orden de atarme perpetuamente a un hombre al que no amaba. Ya no pude aguantar más. Ya no soportaba continuar parada, viendo como mi propio padre anunciaba a todo pueblo mi futuro y feliz casamiento. Cuando él conocía perfectamente mi opinión sobre ello.
Aparté mi vista del televisor y me largué de ahí. Aunque, para mí sorpresa, esa tarde no iba a poder librarme tan fácil de todo. En cada habitación, pasillo o recinto del Palacio nadie hablada de otra cosa. Toda pantalla existente, modelaba el exclusivo rostro del Rey Nickolás Sterling.
Salí hacia los establos, que ese día se veían más sofocantes que nunca. Tomé a mi yegua Estela, me subí de un salto en su montura ya colocada, y galopé a toda velocidad. Solo necesitaba alejarme de ese lugar.
Galopé a través de los árboles, de la llanura, de las piedras. No me detuve, solo quería escapar, y sentí que Estela también compartía mis sentimientos; que deseaba la preciada e inalcanzable libertad tanto como yo.
La brisa acaricia mi rostro y noto como el esplendor de la naturaleza me atrapa entre sus brazos. Por primera vez en todo el día, mis preocupaciones guardan silencio, y dejan salir pensamientos distintos.
Ahora sólo sentía el sol calentando mis rosadas mejillas, al compás del perfecto sonido del viento y el canto de las aves, que se pasean por mis oídos. Se siente realmente en paz.
Dejo mi yegua atada a un tronco y trepó por la colina. Me cuesta trabajo con el pomposo vestido rosa que llevo, pero logro subir. Al llegar a mi pensado destino me dejo caer en una piedra y hundo el rostro entre mis manos.
Me alejé bastante del castillo pero desde donde estoy se puede ver a lo lejos el grande y magestuoso Palacio Real. Lo contemplo, ya sin fuerzas para que me invadan sentimientos como la rabia o el enojo. Solo me resta suprimir mi agonía en lágrimas, en lágrimas de impotencia ante la situación. Las cuales se deslizaron por mis mejillas, para morir en la tela de mi vestido. Y sin más, rompo en un llanto espeso.
Después de un rato de lágrimas, me encontraba ya con los ojos hinchados y la cabeza me palpitaba de tanto llorar. Me veía totalmente patética, con mi vestido magullado y mi pelo todo desaliñado.
Mis ojos seguían contemplando la obra arquitectónica que se extendía a lo lejos. Luego sin premeditación mi vista se desplazó a la dirección contraria.
Puedo huir ahora mismo hacia la insegura y tentadora libertad, o regresar por donde vine y encarar lo que sea que me tenga preparado el destino como princesa de Harión. Por primera vez tenía la oportunidad de elegir.
Y ahí lo supe.
No era que nunca me había llegado la oportunidad de escapar de mis obligaciones y ser libre. La opción siempre estuvo ahí, pero yo nunca la tomé, nunca me atreví a dar el paso y tomarla. Y sé bien porque nunca lo hice; no quería cometer la misma injusticia que mi madre.
No quería ser igual que ella, me negaba a ser una persona que abandona a sus seres queridos y sus deberes solo para satisfacerce a sí mismo. Y sí, mi madre nos abandonó a mi padre, a mi hermano y a mí, cuando solo tenía dos años. Por eso me niego a ser como ella.
Y por primera vez en mi vida, tuve certeza absoluta de algo.
¡No soy una cobarde!
Me lleno de coraje y me pongo de pie. Miro a trás, y contemplo una última vez la libertad que se expande ante mi. Tentadora como siempre. Pero ya tomé mi decisión.
Me dispongo a marcharme de allí, pero cuando me agacho para poder sujetarme de la roca y descender de la colina, noto algo bajo la tela del vestido que me causa una sensación de malestar algo extraña.
Me retuerso para que lo que sea que se haya colado en mi ropa, salga de una vez y a los pocos intentos lo hace. Pero no lo que me esperé.
Un pequeño papel cae al suelo y recuerdo que es el mismo que encontré accidentalmente cuando choqué con aquella persona desconocida.
El signo en el centro me trajo cierta incomodidad. No sé podía distinguir bien los detalles por el desgaste del papel, pero se podía apreciar un círculo rojo con dos picos en el fondo y un dibujo de una especie de corona cubriendo todo el centro.
Como no pude establecer ninguna coincidencia decidí guardarlo nuevamente. Pero de repente, un recuerdo colmó mi mente y saqué de prisa la hoja con el símbolo, pasmada. Recordé que eso no era un símbolo. Lo había visto en los libros de historia. Era un escudo.
—Carajos.—Fue lo único que pude pronunciar, antes de salir disparada como una bala de un arma y me subí a Estela.
Si antes había galopado rápido, esta vez iba a una velocidad inmedible. Todo mi cuerpo temblaba. Yo conocía bien ese escudo, y no era nada bueno.
Hacía unos setenta años, antes de que mi bisabuelo, fundara este reino, estás tierras no eran más que siete pequeños pueblos, masacrados por el hambre y la guerra. Muchos imperios importantes deleitaban la idea de poseerlos, pero había uno en específico que ya estaba listo para invadirlos. Ese era el Imperio Markeply. Mi bisabuelo, ante la agresión de ese imperio, reconoció que la única forma en que tendrían oportunidad de ganar contra ellos, era si unían las fuerzas de todos los pueblos. Y así lo que empezó como un pequeño ejército se transformó en una enorme masa de personas que peleaban como unos solo. Cinco años después ganaron la guerra, y se decidió crear el Reino de Harión. En cambio, Markeply nunca dejó de hostigar la paz de nuestro reino. La última vez que supimos de este imperio fue para despedirnos del Rey Tedor II, mi abuelo, muerte de la cual fueron los responsables.
Por eso sí había descubierto el escudo de este imperio en nuestro palacio, eso significa que hay graves problemas.
Veo las hojas de los árboles pasar de prisa junto a mí, pero no oigo más que los latidos de mi corazón, que retumban agitadamente por la desesperación.
Cuando ya estoy cerca del Palacio, puedo ver en la cima de la torre principal, algo que me dejó totalmente petrificada. Ya en nuestra mástil no surca el cielo de Harión la bandera de nuestro reino. Ahora otra bandera, con otro escudo se iza en lo más alto. La de Markeply.