La reina del cementerio

Capitulo 6

 

  A la entrada del cementerio llegaron en una hora. Solo los padres de Ela, Ricchi y el hombre de pelo largo llamado Herbert. Por su manejo de la situación él parecía una persona importante en esta ciudad.

  Los policías ya estaban allí con palas en las manos. Eran dos hombres callados y muy serios. Los llamó Herbert para que vinieran.

  Ricchi casi se caía del sueño. El no entendía para que lo trajeron aca. Pero Herbert convenció al padre de Ela, que era necesario. Serviría como testigo.

  Los padres se acercaron a los policías y con las manos endurecidas de nervios, firmaron el permiso para exhumación. Recién después, todos entraron al cementerio.

  Ricchi vio el camino al sepulcro marcado por los mismos claveles que en la entrada de la casa. La luz de luna pintaba el lugar color tinta azul.

La madre de Ela, caminaba colgada del brazo de su marido, y no paraba de llorar.

Al llegar, primero revisaron la tumba. Las linternas de policías mostraron que la tierra estaba todavía fresca e intacta.

Uno ellos policías miró a Herbert.

- ¿Empezamos?

Herbert estaba observando la tumba, como tratando de encontrar algo raro en ella. En un momento él miró a Ricchi. Miró fijo. Escaneando su comportamiento. Y parecía que Herbert le creía al chico.

- No pensé que voy a enterrar a mu hija dos veces en un día – dijo padre de Ela con la voz llena del dolor y se acercó para tocar la foto de la hija en la lápida.

Herbert les dio señal a los policías – "empiecen".

Los dos uniformados empezaron levantar la tierra quejándose del esfuerzo físico. Herbert les alumbraba el campo con dos linternas.

Los padres de Ela estaban al lado abrazados.

De a poco apareció el cajón. También estaba intacto.

- ¿Vez?Ella esta allí. ¿Qué más quieres? - dijo la madre al marido. - ¡yo no puedo verla otra vez! - Se largó a llorar y escondió la cara en el pecho del marido.

El padre tomo el aire.

- Vamos hasta el fin – dijo padre con la voz ronca de emoción - Abren el cajón.

Los dos policías se bajaron a la tumba con cuidado, tratando de no pisar la madera del cajon.

Con las puntas de palas empezaron a levantar la tapa.

En un minuto la tapa se corrió.

Las linternas apuntaron a lo que estaba adentro.

Todos se asomaron para ver mejor.

Ela estaba adentro acostada en una posición relajada. No cabía duda que está muerta.

El padre se arrodilló. Miró un rato a la cara de su hija. Se levantó y se dio vuelta a Ricchi. Lo miró fijo y meneó la cabeza.

- Necesitas un tratamiento, chico.

Herbert estaba muy concentrado en su observación de la cara de Ela.

Ricchi también. Sin ninguna duda era la chica que él conoció hace unas horas. La chica con quien él habló. Y que le gustó tanto por su belleza.

- Nos vamos - dijo el padre – terminan sin nosotros.

Herbert le puso la mano en el hombro, consolándolo.

- Lamento mucho, Jerome.

Ricchi no podía creer en lo que veía.

- Me permite la linterna – dijo a Herbert.

Herbert le estiró la mano con linterna y lo miró con curiosidad.

Ricchi pasó el rayo de luz por la cara de la chica.

Sin ninguna duda era Ela.

"¡Me están jugando una broma!"

Ricchi saltó al cajón y agarró a Ela de la mano. Sintió que la chica estaba muy fría.

La sacudió. El cuerpo se movía como una muñeca de trapo. Ela estaba muerta.

Ricchi no sabía que pensar. Su mente se daba vueltas alrededor del sistema solar.

Lo "despertó" la voz de Herbert.

- Ya basta. Sáquenlo de allí. Este chico necesita ayuda de un psiquiatra.

Uno de los policías se agachó y lo agarró a Ricchi del brazo.

Del susto el chico en un segundo se dio vuelta y se soltó como una víbora.

Sin más decir empezó a correr.

- ¡Deténganlo! – gritó Herbert. Atrás se escuchaban los pasos rápidos de los perseguidores.

Ricchi corría sin ver el camino, esquivando los sepulcros y las criptas, rogando de no atropellarse.

De a poco los perseguidores se atrasaron. Ricchi se detuvo. Respiraba muy profundo. Los pulmones se reventaban.

Trató de oír la persecución. Pero no se escuchaba nada.

Caminó despacio sin hacer mucho ruido. Miró alrededor. La imagen del cementerio a la luz de luna aterrorizaba. El estómago de Ricchi se hizo tamaño de pelota de ping-pong.

"No temes" - dijo a sí mismo. "Hay que temer a los vivos, no a los muertos". Y allí no más se acordó de Ela. ¿Estaba viva o muerta? Él estaba seguro que la vio, que pasaron tiempo juntos, eso no fue un sueño. Y él no está loco.

"Parece que tengo que dormir acá en el cementerio". Ya con solo pensar en eso casi se cae del susto. Pero más lo aterrorizaba llegar en manos de Herbert. Por lo menos los muertos de acá, no lo van a encerrar en un manicomio.

Ricchi camino un poco más, buscando lugar. Vio una cripta. Se acercó despacio. Golpeó la puerta.

"¡Que tarado! ¿A que estoy golpeando?"

Abrió la puerta crujiente y se metió adentro. Tratando de no mirar al cajón que estaba en el medio, se sentó en un rincón. Cerró los ojos.

Recordó a Ela. Con vida. Su mirada. Su voz suave. Sus ojos.

"Gracias por todo, Ela. Eras mi ángel. Adiós."

Se quedó dormido con una leve esperanza de encontrar a Ela una vez más.

Probablemente alma de ella. En el cielo.

 

                              



 




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