Cap 40
Ricchi apretó el celular que tenía guardado bajo la remera. Hay que hacer algo.
Él metió la mano y tocó la pantalla. La pantalla se iluminó, pero debajo de la tela el brillo no se notaba tan fuerte. Era una ventaja.
Pero a través de la remera Ricchi tampoco podía distinguir la imagen en la pantalla.
Todos en la sala estaban esperando la llegada de los policías que fueron a buscar a Ela.
Herbert empezó a bostezar.
La doctora estaba muy nerviosa. Tenía la mirada clavada en la puerta de entrada.
Ricchi tocó un icono en la pantalla del celular. Por la imagen que se abrió pudo distinguir unas filas de números. "Debe ser para marcar el número de teléfono para hacer llamada".
Cerró el icono.
Abrió el otro.
Otra fila de números. "Debe ser la calculadora". – Pensó Ricchi – "Lo que menos necesito ahora es la calculadora. ¿Qué voy a calcular? ¿Cuantas horas de vida me quedan?"
Abrió otro icono. "La cámara de foto. No es el momento para una selfie".
"¡Dios! ¿Dónde están los contactos?"
El próximo icono le mostró una lista. "¡Contactos!"
Los dedos del chico temblaban. Parecían ser de madera.
Richi miró a los policías. Nadie lo observaba.
El chico eligió primer contacto y empezó a escribir. Las letras casi no se distinguían. Más que nada Ricchi trataba de encontrarlas por la ubicación en el teclado.
Las letras empezaron a aparecer:
"SOS morg hosp st brig"
Apretó enviar.
"Espero que entiendan de que se trata".
La pantalla cambio el fondo. Mensaje salió.
"Ojala que sea destinatario indicado. No sé cuántos mensajes más puedo llegar a enviar".
Otra vez volvió a los contactos y eligió otro. Los elegía ciegamente. No se podía leer los nombres.
Repitió el texto del mensaje. Lo envió.
"¿Cuantos más voy a poder avisar? Y ojala que a ellos no se les ocurre contestar el mensaje, el sonido me va a dilatar."
Desde pasillo se escuchó el ruido de las ruedas de camilla, acercándose.
Todos se quedaron con nervios de punta.
La puerta se abrió con un golpe.
Los dos policías entraron una camilla con el cuerpo tapado con la sabana.
"¡Debe ser Ela!" - pensó Ricchi y se levantó de golpe.
Al último segundo llegó a sostener el celular que casi se cae.
Los policías dejaron la camilla en el medio de la sala.
Herbert se levantó de la mesa. Se acercó a la camilla y con un tirón sacó la sabana.
En la camilla estaba Ela.
Su cuerpo estaba endurecido, totalmente rígido.
Parecía un maniquí. Estaba congelado. Era de color blanco, сubierto con la escarcha de hielo.
La chica tenía puesta la ropa que le compró Ricchi.
- ¿Que le hicieron a mi hija? - preguntó Jerome con la voz de sufrimiento.
Herbert lo miró con la cara de consuelo sarcástico.
- Solo la congelamos para que el cuerpo no llega a pudrirse. La encontramos en muy mal estado. Toda azul y con olor a podrido. Y además yo sabía que la iba a necesitar. Si no, como puedo apretar a la doctora.
La doctora se bajó de la mesa y se envolvió en la sabana. Ahora parecía una diosa griega.
Se acercó a Ela.
Jerome trató de liberarse del policía que lo tenía apretado contra el piso.
Pero el uniformado sacó la pistola, se arrodillo al lado de Jerome y le apretó la sien con la punta del arma. El padre de Ela le tiro una mirada llena de odio.
Ricchi sin sacar el celular debajo de la remera, lo metió atrás del cinto.
Tambien se acercó a Ela. La tomó de la mano, miro a la cara preciosa.
"Pude mandar solo dos mensajes, esperemos que esto ayuda" - lo último que pensó el chico antes de tocar la mano de Ela.
Herbert se alejó un paso de la camilla.
- Bueno, acá tienen a la señorita Dickens.
El hombre suspiró.
- Pensar que la conozco desde chiquita – dijo Herbert - la tenía en mis brazos. Era buena chica, hasta que la convirtieron en una bruja. O ya era bruja desde su nacimiento, no sé.
- ¿Que vas a hacer ahora con mi hija? - preguntó Jerome.
- Mira Jerome, - Herbert lo miró sonriendo. - Ahora todo depende de la doctora. Si acepta mis reglas, podemos encontrar una opción.
La doctora estaba mirando a Ela con amor de una madre. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Tanto que ella quería que Ela sea la reina. Que pudiera sacar a los "crimson" del escondite y darlos el derecho de vivir entre la gente. Pero ahora ya no hay esperanza. La lucha de la doctora se terminó. Solo queda un último intento.
La mujer se dio vuelta y miró a Herbert.
- Primero la tengo que resucitar. Y después hablamos.
- Acepto - dijo Herbert. - Adelante. Haga tu brujería.
Unos chorros de traspiración helada empezaron a deslizarse por la espalda de Ricchi. Hay que aguantar otra resurrección. Pero ahora es de Ela.
Ricchi apretó fuerte la mano de la chica. No la iba a soltar.
La doctora miró a Brash.
- James, dame el suero y el elixir.
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Editado: 27.09.2019