Los bailes de la corte no son cualquier festejo que pueda pasar desapercibido al ojo del público, por lo que no me sorprende ver desde la distancia los grandes carruajes buscando un espacio donde estacionar, a los guardias de la realeza con su pesado armamento dorado, merodeando cada rincón, firmes, alertas a cualquier movimiento sospechoso y tampoco escoltas de los Altos de Kindstone perfectamente alineados con sus brillantes armaduras con los colores distintivos de cada palacio haciendo el protocolo de bienvenida para sus monarcas.
Cierro los ojos ante el dolor de cabeza que pica por estallar. En unos momentos estaré dentro, haciendo reverencias a los Altos de las líneas siguientes, reluciendo mis modales de perfecta duquesa, escuchando como ellos parlotean de sus adquisiciones y riquezas, de los éxitos que tuvieron en el extranjero, de su poder y temas de negocios.
Madre y yo debemos estar ahí, escuchando a todos hablar, acompañando a padre que es el único que sabe entenderse y entablar conversación con los demás, sin embargo, se de los negocios, se cómo se maneja el sistema y logro retener la información que comparten a pesar de no ser de mi interés, no soy ignorante, pero prefiero mantener el perfil de una simple dama que finge ignorancia.
Contengo el impulso que nace en mí de querer abrir la puerta del carruaje, lanzarme al vacío en movimiento, salir huyendo hacia algún lugar remoto y escondido donde no existan reglas ni sociedades a las que soportar.
Un pequeño momento junto a Loren y las chicas hubiese sido mejor encuentro a esto.
Las rejas de la entrada se abren. Mi cuerpo da pequeños saltos cuando el carruaje pasa por el camino empedrado de la entrada al palacio de la familia Real, hogar de los Máximos de Kindstone; El Rey Milickan y la Reina Melissa Macall
Cruzamos los metros extensos de jardín verde y pulido, decorado con luces doradas incrustadas en la grama y farolas que iluminan el camino central de piedra el cual atravesamos.
Dos fuentes ubicadas en cada lado del jardín con formas de criaturas místicas, enormes, que le dan cierto aspecto no vacío al lugar.
Dejo de mirar por la ventana cuando siento que madre me observa desde su asiento frente al mío como lo ha hecho desde que entramos en territorio Real, atenta a cualquier movimiento que hago, creo incluso que cuenta cuantas respiraciones doy por minuto.
Su mirada claramente dice «Se lo que piensas, no lo intense, no lo pienses, ni siquiera respires»
Parece como si me hubiese leído la mente ante mi pensamiento anterior y, aunque tuviera el valor para lazarme y huir, me encontrarían en cuestión de minutos. Los guardias de padre están entrenados para cualquier tipo de situaciones, así como lo hicieron un año atrás.
Elodi viste un espléndido vestido color azul oscuro con detalles bordados en los espacios correspondientes, de mangas largas que cae en cascada hasta sus muñecas, vestida de tela más fina y elegante, resaltando cada una de sus curvas bien cuidadas a pesar de su edad. Su cabello castaño tiene un recogido similar al mío con una peineta de plata con decoración fina a un lado de su peinado, un abanico que sostiene en su mano izquierda y joyería de piedras caras adornan sus muñecas y orejas
Leonardo Fliescher; mi padre, un hombre del que aun hablan muchas señoras, un hombre atractivo de cuarenta años, solo dos años mayor a Elodi, viste un saco de levita negro con un corte triangular en la parte trasera, una camisa y jabot blanco alrededor del cuello, su pantalón también blanco y estrecho característico de su vestimenta y sus largas e infaltables botas de cuero, su melena oscura como la mía va perfectamente peinada hacia atrás, remarcando sus ojos igual de azul que los míos.
Él me observa con dulzura y fascinación como siempre me ha visto. Parece ser el único que nota mi incomodidad, pero no hace nada para evitar el encuentro, detener el carruaje, poner una excusa y regresar a nuestro palacio. Desafortunadamente, nada de lo que quisiera pasa. Él se limita presionar la mano de madre y sonreír, como si todo fuese cambiar por ese simple gesto y, pese a toda mi revolución, devuelvo el gesto de manera sincera.
Leonardo Fliescher es todo lo contrario a mi madre. Es un hombre paciente y ha sido condescendiente en algunos aspectos. Sin embargo, cuando se trata de su apellido y de todo lo que implica su legado es casi o igual a su esposa, esa misma actitud.
Tenerlos a ambos en mi contra es mucho más agotador.
El carruaje se detiene, aun sin el sonido del galope de los caballos, se escuchan los pasos arrastrados de los lacayos, caballeros y todas las personas que se pasean fuera.
El cochero nos abre la puerta haciendo una leve reverencia a modo de saludo. Elodi y Leonardo son los primeros en salir, me quedo anclada en mi asiento un par de segundos más, reuniendo el valor suficiente para soportar las horas venideras. Una última plegaria a los ancestros, dejo escapar un escombro de calma.
Cuando salgo, los caballeros de armadura plateada pertenecientes a nuestra guardia están perfectamente alineados, dispuestos a recibirnos con más reverencias como se hace y se dicta el protocolo siempre para este tipo de encuentros.
Espero a que mis padres sean los primeros en pasar y lleguen a las puertas principales del palacio Real, pero ambos, por muy ensimismados que van en magnífica y perfecta entrada, esperan por mí.
Resignada, llego a su lado y por suerte padre no me tiende su brazo como normalmente se hace. Elodi como buena esposa se aferra al brazo de su flamante y codiciado esposo.
Los caballeros saludan con la reverencia y les devuelvo el gesto a cada uno. En medio de la fila ubico a Giulio, uno de mis amigos a quien saludo con un asentimiento. Este sonríe y hace una ridícula reverencia con la cual ruedo los ojos.
Conozco a la mayoría de los caballeros. Soy quien debería rendirles tributo por el arduo trabajo que realizan, jóvenes que desde muy temprana edad abandonaron su hogar, a su familia y se olvidaron de su apellido. Caballeros leales, dispuestos a arriesgar su propia vida. Todos tienen mi más grande respeto.