La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 3

El mercado Saintream no luce tan abarrotado como de costumbre. Pocas personas transitan las aceras de piedra artificial. A través de la ventana del carruaje, atisbo los rayos pequeños del sol que se cuelan. Siento en cada poro de piel el pequeño calor que me refresca.

Los sirvientes de algunos palacios realizan sus extremas compras, algunas esposas de los Altos ya se encuentran en compañía de sus doncellas, encargando vestidos en algunas tiendas y algunas otras bebiendo té en las terrazas de los establecimientos, bastante elegantes.

Le aviso al cochero que se detenga en el lugar de siempre. El sonido de los cascos de los caballos se detiene cuando el hombre les hala de la cuerda. El joven cochero aparca. Escucho los pasos de sus botas sobre el pavimento antes de abrir la puerta. Muy amable me tiende su mano que por educación tomo para ayudarme a bajar. Le agradezco el viaje no sin antes decirle que no tardare más de dos horas. Sin esperar ninguna reverencia me despido.

Mi vestido se arrastra por el piso plano de piedras, en algún punto del camino tengo que tomarlo entre las manos de manera que no se enrede en mis zapatillas mientras guio mis pasos al lugar que ansío venir desde hace días: la tienda de pintura. Dos de mis guardias y amigos de años: Félix y Giulio ya se han bajado de sus caballos y me siguen de cerca, quizá divertidos de escuchar mis quejas con respecto a la prenda.

—¿Qué tal ha ido la noche? Nosotros nos perdimos en el hermoso camino de la vida—volteo hacia Giulio quien se posa a mi lado derecho con la confianza que tenemos. Félix se ubica a mi otro lado.

—No me di cuenta de ello, porque no los busqué en ningún momento —bufo. Ambos ruedan los ojos. Termino imitándolos.

Giulio, Aaron y Félix son mis tres escoltas personales, con quienes he establecido una relación bastante fuerte, somos grandes amigos, no puedo considerarlos de otra manera. Los conozco desde que tenía trece años y quienes se encargaron de muchas cosas.

—Se corría la voz que lucía muy a gusto con su Majestad —Félix se burla y me codea, levanta sus cejas de manera sugerente.

Le doy un pequeño empujón con mi hombro. Ambos caballeros ríen a mi costa. Saben cuánto detesto ser el centro de las voces.

—Ya no me agradas tanto, Félix —ruedo sus ojos y dejo escapar un suspiro—. No hubo mucha diferencia a los eventos anteriores. Saludar y regocijarme en mi propia miseria interior, lo de siempre. Y los rumores que corren son ciertos —los observo a ambos—. Estuve a solas con Milickan y solo mis ancestros sabrán cuanto desee mantenerme lejos de su cercanía, pero tal parece que tengo alguna energía mística que lo atrae o no sabe captar mis indirectas. No es tan difícil deducirlo y él no es tan tonto como para no captarlo —ambos caballeros asienten a cada cosa que digo. Giulio incluso parece pensativo.

—Respire, lady Sharon —hago caso a la petición del buen Félix.

—¿Todo bien? ¿Ya puede hablar? —Giulio enarca una ceja. Tomo un último respiro y asiento con una maravillosa sonrisa bastante falsa.

—Por supuesto, todo bien —Félix ríe mientras niega.

Charlamos por el resto del camino. Ambos caballeros llamando la atención con el porte y la armadura plateada.

Giulio es un joven de veintidós años, quien llegó al palacio a la edad de diecisiete años a petición de mi padre. Es un joven bastante apuesto, piel trigueña, de contextura musculosa y porte alto, como la mayoría de los caballeros quienes muestran el arduo entrenamiento al que son sometidos. Su cabello castaño liso, corto de los lados, lo lleva atado en el centro con una coleta que le va de maravilla, destacando las facciones marcadas de su rostro, en especial sus ojos… dos orbes bicolores preciosos que embelesan a cualquiera. Además de su astucia y simpatía. Es un joven que le gusta hablar mucho siempre que tiene oportunidad y a mí me deleita escuchar cada una de sus ocurrencias.

Por otro lado, Félix de veintitrés años, un poco más delgado que Giulio, pero con buena altura, cabello negro ondulado, este prefiere tener un estilo diferente y lo lleva hasta los hombros recogido en una media coleta que le sienta de maravilla, destacando su blanca piel y sus orbes castaños, además de los pómulos marcados al igual que una cicatriz al lado de una de sus mejillas. Es igual de sociable que Giulio y atraen la atención de cualquiera debido a sus ocurrencias en las conversaciones.

A veces solo hace falta verlos para ponerme a sonreír de inmediato.

Nos acercamos a nuestro destino, sin embargo, me detengo al ver que ambos lo hacen. Los observo, esperando una respuesta.

—Yo la espero aquí. Giulio seguirá —anuncia Félix, observando los alrededores con el ceño fruncido y su mano apretando la empuñadura de la espada.

—¿Pasa algo? —no puedo evitar preguntar, también merodeando los alrededores, aparentemente en calma.

—Tranquila, no es nada, se trata de seguridad, nunca sabemos que puede pasar. No debemos bajar la guardia —noto a Giulio también sostener su espada, atento y dispuesto a atacar en cualquier momento.

Las personas parecen ajenas alrededor, pero nunca dudaría de ellos. Tienen el instinto bastante desarrollado. Suelto un suspiro, confiando en ambos, avanzo por el camino mientras Giulio me sigue hasta quedar de nuevo a mi lado, sin dejar de analizar los alrededores.

—Dime que pasa Giulio, sé que algo sucede, no soy tonta para no intuir que actúan a la defensiva —el mencionado suelta un suspiro y se acerca lo suficiente a mí de manera que pueda escucharlo cuando susurra.

—La noche del baile, escuchamos a Jackson hablar con alguien, no sabemos quién es, pero escuchamos mencionar su nombre, hablaban en alguna clave y mencionaron el día de hoy. No lo sé, miladi, ese tipo nunca me ha dado confianza. Nunca esta de más ser atentos —sus palabras causan que una pequeña corriente me recorre la columna.

—Yo tampoco me fio de él. Nunca me ha visto con buenas intenciones. A veces incluso creo que me odia, Giulio —evoco el instante de su sonrisa ladina y el agarre de su mano contra la mía—. Estaré atenta, gracias por compartir el mensaje




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