Observo a través de los ventanales del tercer piso del palacio, le da un reflejo mayor de luz al pasillo de cerámica y a las paredes blancas.
Desde la altura capto la belleza exterior que se extiende viva a través de metros y metros de extensiones de tierra.
Fue en este mismo lugar que Jhuriel me atajó en sus brazos e impidió mi caída, sin embargo, no le permito al recuerdo emerger y tampoco tiene la suficiente fuerza para ulular y librarme de la renuente tempestad de pensamientos oscuros que se empeña en hacer una pequeña aparición.
Después de todo, los he tenido controlados por un tiempo.
Si tan solo fueran los momentos penosos junto a Jhuriel en nuestro extraño juego del tira y afloja o si solo fuera la curiosa tarde del día anterior en donde me vi encerrada en sus brazos y cercanía o la falsa molestia que fingí causaba o la victoria engreída. Si tan solo fueran ellos los que importunaran no sentiría la carga de las emociones como lo hago ahora.
Cualquier buena memoria se remplaza por el efecto agobiante, toma fuerza y se fusiona junto a los pensamientos más atroces, más peligrosos. No se trata de un juego carente de sentido, si no de las aberturas que no ceden al tiempo, el resentimiento escondido en las grietas que simulan estar cubiertas por capas de piel que se pudre, se trata del sometimiento, de la vida misma que he sido sentenciada a cargar.
Nada permanece siendo intacto por tanto tiempo, fue una experiencia que adquirí desde hace un tiempo, es por ello por lo que nunca confío cuando en mi hogar se profesa la quietud, es por eso por lo que no permanezco en un solo espacio y siempre debo sentirme en alerta, pero hay días, en los que no lo puedo sujetar sin que la realización caiga.
Es por ello también que cuando no puedo sujetarlo, me permito caer a través de la negrura que recubre el valor, lo hago por unos instantes ya que sé que siempre debo regresar de ella y no permitir que me atrape en su camino rugiente y oscuro… tentador.
Regresar es mi única maldita opción, regresar me permite mantenerme firme, porque se cómo se siente permanecer atrapada y es también la razón por la que no permito estancarme. Llevo más de un año a través de la bruma.
Hoy es un día que he dejado de nadar y me quedo en la deriva. Descanso de seguir y me permito ir a través de la incesante tormenta y el oleaje que me arrastra.
Presiono mis dedos con fuerza en el alfeizar de la ventana mientras la pequeña brisa me da en el rostro y aleja unos mechones de mi rostro, otros se pegan a mis labios, pero no los aparto.
Me ahoga la sensación de no sentirme útil, porque aceptando la realidad, no lo soy. Sigo una rutina impuesta desde hace más de un año, en la que debo sentarme junto a mis padres por la mañana, fingir que las fisuras no existen mientras actuamos como una familia respetable, luego veo a mi padre marchar a su trabajo, a mi madre metida en sus asuntos, a veces veo a mi madre irse junto a su sequito de amigas que no son más que las mismas mujeres que pertenecen al círculo engañoso de la sociedad.
Se me aprieta la garganta porque en realidad es para lo que fui criada, sin un ejemplo en mi casa y el único que existe en la familia, yace lejos, su nombre incluso no se menciona sin que una disputa le secunde.
Fui criada para ser una dama, no para aspirar a un puesto que no sea dentro de la sociedad como esposa y madre. Mi papel es cumplir ambas y servir al mejor licitador con dotes.
A veces no quiero pensar demasiado en ello y entonces desgasto el tiempo dentro de la biblioteca, pero no soy capaz de releer algún libro de historia o al menos a los que tengo acceso y entonces el sentimiento de sentirme inservible se adentra y desisto de la tarea.
Dejo que las horas pasen mientras estoy metida en medio de libros o a través de un pincel, pero nada lo hace diferente, nada cambia lo monótono que se vuelven los días y lo desesperada que me encuentro de que termine y empiece otro de la misma manera.
No puedo vivir mi vida de esa manera para siempre.
Aaron, Félix, Giulio, Vrina, Loren y Melody hacen los días ligeros, la gran mayoría. Rio con ellos sin que se me limite o tenga a alguien recordándome que una dama no carcajea. Escucho sus andanzas, de los tantos ingenios que tienen por contar sin que nadie me diga que no puedo juntarme con ellos.
De pequeña solía jugar mucho o escaparme al cuarto que sirve de bodega para jugar ahí. No necesitaba un enorme espacio con amplia variedad de objetos, solo bastaba el lugar reducido para permitir dar rienda suelta a mi imaginación.
Elodi se esmeraba más en su situación como esposa y señora de sociedad como para dedicar una tarde completa a mis ingenios y travesuras, sin embargo, no voy a negar que estuvo conmigo una parte entera de mi infancia. En medio de sus ajetreos y rutinas hacia un espacio para su pequeña y única hija. Lo mismo ocurría con mi padre, quien en esos años lo veía como mi mayor héroe.
No necesitaba de Reyes ni príncipes cuando lo tenía a él, que era todo en una misma persona. Mi respeto y amor por él fue creciendo con los años, pero llegó un momento en el que nos estancamos y no intentamos volver a salir. Preferimos caminar en círculos, en la misma dirección y regresar al mismo punto de inicio, fingir no encontrar una salida y evitarnos el sabor amargo del recuerdo.
Fue solo un movimiento, un solo roce que tuve hacia el goce de libertad y esperanza ya que, ese mismo anhelo fue revertido en las manos de mis propios padres y terminó lastimándome como el puñal que intentaron clavar en mi cuello, burlándose de los nulos y vacíos intentos de querer algo que, desde mi nacimiento, supe no me pertenecía.
Sin embargo, el deseo permanece escondido, latente y dispuesto a no abandonar mi cuerpo y rendirse ante el freno que exista.
En días como estos suelo pensar demasiado y recordarme que solo vivo una simulación, que en cualquier momento la tela que sirve de encubierto va a caer y me va a mostrar que nada ha cambiado desde ese año y que todo volverá a repetirse.