La Reina: El inicio de la leyenda

Capítulo 12

Su pulgar áspero acaricia mi pulso y arqueo mi espalda cuando su cuerpo se cierne sobre mí. Separa mis muslos con su rodilla y baja sus labios a mi cuello.

Lame y muerde la zona sensible de mi pulso. Mis dedos se enredan en su cabello y echo la cabeza hacia atrás cuando baja los tirantes de la parte superior de mi vestido. Su boca se prende de uno de mis pechos mientras su otra mano se desliza por mi pierna, asciende por mi muslo y la enreda alrededor de su cadera sin que sus labios se separen en ningún momento de la piel sensible de mi pezón.

Levanta su rostro oscuro cubierto en sombras, pero sus ojos… ojos verdes me devuelven la mirada junto a una sonrisa de malicia.

Despierto agitada y con el corazón latiendo a una velocidad anormal. Me incorporo y palpo mi rostro caliente. En mi habitación aun no entra luz debido a la cortina.

Siento una molestia y urgente necesidad en mis piernas. Meto la mano bajo la sabana y abro los ojos cuando palpo la humedad.

Aun sigo acelerada debido a ese sueño. No pude ver el rostro de la persona que me besaba muy expertamente, pero si sus ojos.

Imagino el desenlace que hubiésemos tenido. Mis dedos se mueven por debajo de mi ropa interior, pero antes siquiera que pueda llegar a tocarme, me detengo, porque el color de esos ojos, los reconozco.

Estaba a punto de tocarme por un caballero y no cualquiera.

Por Jhuriel.

¿Cómo es posible cuando el día anterior me habló de la belleza del arte?

Grito con fuerza, sin medir las consecuencias porque en tan solo instantes hay cuatro caballeros tumbando las puertas dobles de mi habitación con sus espadas fuera.

Maldito Jhuriel, él y sus palabras y su presencia.

.

Hago una mueca cuando el doctor retira el último punto en mi mano. Una infusión relajante no iba a servir para adormecer ninguna zona de mi cuerpo, sin embargo, no quise replicar contra la orden de Elodi. Loren incluso ha comprobado que se tratara de una infusión y no de una imitación con algún otro tipo de efecto.

Dejo ir un suspiro cuando el medico termina. Elay y Jhuriel vigilan dentro de la habitación junto a mis padres.

No he tenido la valentía para ver al caballero dorado, no sin que el sueño de la mañana aparezca como traidor.

—Está listo y no hay necesidad de usar la venda, Excelentísima. Debe aplicar un par de hierbas curadoras por la noche y también aplicar esta esencia —el doctor rebusca en su maletero y saca un pequeño frasco de cristal que mi padre toma cuando se lo ofrece—. Ayudará con la cicatrización, no obstante, la marca será evidente —me mira, como si espera pesar de mi parte—. No puedo hacer mucho por ello.

—Se lo agradecemos, doctor. Ya ha hecho incluso suficiente —le agradezco.

Me despido del doctor y mi madre lo acompaña a retirarse, Elay de servidor y fiel devoto de Elodi, les sigue desde la distancia. El caballero me observa sobre su hombro. Sostengo su mirada y sonríe con suficiencia. Segundos después su imponente figura desaparezca junto con mi madre y el doctor.

Dentro de la habitación permanecemos Jhuriel y mi padre, sin embargo, este último se retira tras una orden de Leonardo. A diferencia de Elay, rehúyo de su mirada.

No hemos vuelto a hablar desde el día anterior de nuestra conversación en la biblioteca y no voy a negar que lo he evitado.

Me fui a dormir con la esperanza de que al despertar encontraría un nuevo amanecer, brisa fresca y rayos de sol. Las flores ya no estaban desperdigadas, por lo que dormí tranquila, sin embargo, lo que encontré al despertar fue mi entrepierna húmeda que si necesitaba de un objeto fresco para aliviar el ferviente deseo.

En la estancia, padre y yo quedamos en silencio. Se cruza de brazos y me observa desde su altura imponente. Ha perdido horas de trabajo para tener este espacio para nosotros

Se que mi padre sabe de la discusión el día anterior, madre no deja pasar por alto ese percance. Espero a que hable, no un reproche ya que Leonardo es un hombre que mantiene la calma y es un experto que no pierde el control de la situación, por lo que lo dejo que sea él quien acabe con el mutismo. Observar mi mano libre de puntos, mas no de una cicatriz y sirve como buena distracción.

—¿Qué ha sido tu grito en la mañana, Sharon? —muerdo el interior de mi mejilla y llevo mis ojos a su rostro.

—Eso… —me relajo en la silla—. Ha sido un pájaro que ha entrado en la habitación, me ha asustado.

Padre se mantiene serio y afirma.

—Media docena de mis caballeros se alertaron y no vieron ningún ave dentro.

—Eso quiere decir que están bien entrenados —padre no se altera.

—Sharon, espero no utilices la guardia a tu favor para esquivar tus responsabilidades —

—¿Insinúas que lo he hecho para evitar la cena de hoy? —rio—. Como si eso fuera posible.

Sus ojos me examinan. No lleva su Jabot o su saco de levita, solo sus pantalones negros ajustados, sus botas del mismo color y su camisa blanca. Ni siquiera lleva su cabello negro perfectamente peinado.

Baja los brazos y los cruza detrás de su espalda al mismo tiempo que da dos pasos cerca.

—Tu madre me ha contado el… altercado del día anterior y quiero escuchar tu versión —comienza con voz calma. Tuve la certeza que padre no sacaría el tema durante el desayuno.

Sus pies se mueven sobre la alfombra hasta que llega y se sienta a mi lado. Apoya una mano sobre mi hombro y me obliga a sostener su contacto visual.

—Supe que te lo diría ya que entre ustedes no hay secretos y estimo que quieras discutir el asunto en silencio y escuchar mi versión —comento.

—No se trata de ocultar secretos, Sharon, se trata de la confianza y de ti —Leonardo pasa su brazo sobre el respaldo del sofá, despreocupado y cerca de mis hombros.

Sus palabras me recuerdan de nuevo a Jhuriel, nuestra conversación.

No le mentí cuando le dije que quiero su confianza. Estoy acostumbrada a caminar entre deslaves, espero a cualquier indicio sospechoso y caminar en otra dirección, lejos del desastre.




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