La nieve cubría la gran ciudad ubicada en el centro del valle rodeado de montañas. Los residentes de esta ciudad se encontraban disfrutando el inicio del invierno sin saber que a tan solo un par de días de distancia se encontraba una desgarradora noticia que a cada momento se acercaba más y más.
"Descansemos aquí, mañana al anochecer estaremos llegando a Bauernhof", dijo Murat mientras clavaba el estandarte real junto al camino y se sentaba junto a la comitiva. "Será duro dar esta noticia".
"Y el frío no ayuda", respondió otro miembro de la comitiva, el cual estaba temblando, otro miembro de la comitiva estaba encendiendo una fogata.
"Coman un poco y duerman, yo haré la primera guardia. Murat, tú la segunda", ordenó Dozon. Tras organizar quiénes acompañarían a Dozon, los demás fueron a descansar. Por la mañana, la comitiva continuó durante todo el día. Llegada la noche, se encontraban a minutos de la puerta de la ciudad de Bauernhof.
A pesar de la oscuridad, los guardias de la ciudad lograron distinguir el estandarte real y abrieron la puerta mientras ordenaban que se le informara al gobernador. Después de ingresar a la ciudad, la comitiva se dirigió a la mansión del gobernador.
"Bienvenidos, es un honor recibir a los emisarios de su majestad", dijo el gobernador.
"Soy Dozon West. Vamos camino a la capital y necesitamos alimentos y un lugar donde descansar", respondió Dozon.
"Claro, mi lord. Pueden descansar en la mansión y estén tranquilos de entregarle sus caballos al cuidador. Él los llevará al establo y los alimentará", ofreció el gobernador. La comitiva bajó de sus caballos. Tras recoger la corona y la espada, siguieron al gobernador hasta la habitación. "Esta será su habitación", dijo el gobernador.
"Necesitaremos toda copia de la llave de esta habitación. Murat, tú estarás a cargo de cuidar los objetos", ordenó Dozon. Tras la orden, el gobernador trajo todas las llaves y observó cómo Murat dejaba sobre una mesa su alforja y una espada.
"Mi familia y yo nos disponíamos a cenar. Si gustan acompañarnos", ofreció el gobernador. La cena transcurrió tranquilamente. Murat se enteró de que los vecinos eran familiares de su prometida, además de enterarse del embarazo de la tía de su prometida.
"Fue una agradable cena, pero ya debemos regresar a nuestra habitación. Continuaremos al salir el sol", dijo Dozon al finalizar la cena. Durante la mañana siguiente, la comitiva recogió sus caballos y se disponía a salir.
"Mis sirvientes han cargado sus alforjas con algunas frutas y otros alimentos, Lord Capell y Lady Claw, ¿qué los trae tan temprano?", preguntó el gobernador en cuanto se dio la vuelta y se encontró con los tíos de Ana
"Nos informaron de la llegada de una comitiva proveniente de Mirza", respondió Marcus Capell.
"Somos nosotros. Es un placer conocerlo, Conde Capell, al igual que a la madre de Lady Elena", comentó Dozon
"¿Conoce a nuestra hija? ¿Cómo se encuentra ella?", preguntó el Conde.
"Su hija se encuentra bien. Sus primas están siempre con ella", respondió Dozon evitando comentarle sobre lo ocurrido.
"Mi señor, lamento interrumpir, pero debemos irnos cuanto antes", interrumpió uno de los acompañantes.
"Tienes razón. Denme el estandarte. Yo lo llevaré. Murat, tú llevarás los objetos", ordenó Dozon.
Tras la orden, la comitiva continuó su viaje. Un día y una noche pasó, y la comitiva comenzó a acercarse a las montañas que rodeaban la capital imperial. Cuando la comitiva se acercaba a la puerta encantada, esta se abrió permitiéndoles ingresar. Uno de los guardias de la puerta montó su caballo y les indicó que lo siguieran. La comitiva estuvo más de cinco minutos atravesando el túnel. Cuando salieron, contemplaron la magnificencia de la ciudad. En el centro de Daria se erigía la catedral Imperial, hogar del sumo pontífice y de los caballeros santos. Al este de la ciudad se encontraba la gran academia para nobles del continente. Al oeste, sobre una gran colina, se encontraba el cuartel imperial, encargado de proteger, controlar y entrenar a los caballeros. Al norte de la ciudad, detrás del distrito noble, al margen de la montaña más alta, se encontraba la joya de Bizandria, el Palacio imperial. Esta increíble escena venía acompañada por la nieve que cubría los techos de las casas y edificios. La comitiva siguió al guardia. Pasaron frente a la catedral y de esta se escuchaba al sumo pontífice promulgando las palabras de los cinco señores. Luego, atravesaron el distrito noble e ingresaron a través de la puerta sur al jardín principal del palacio. La comitiva bajó de sus caballos y recogieron los objetos. Murat recogió la corona y la almohada. Tras poner la corona sobre la almohada, Dozon la cubrió con una tela blanca. El guardia se percató de esto y supo inmediatamente lo que sucedía. Dozon le entregó el estandarte a uno de sus acompañantes y él recogió la espada.
Cuando la puerta se abrió, la comitiva observó a más de doscientos guardias con armaduras doradas y lanzas a los costados del gran pasillo. "Bienvenidos al palacio imperial, soy el jefe de sirvientes. ¿Cuál es su...?" El jefe no pudo terminar de hablar cuando reconoció lo que sostenía Murat. "Vengan por aquí". El jefe de sirvientes los llevó hasta la entrada de la sala del trono. La puerta se abrió y Murat y Dozon comenzaron a caminar lentamente, detrás de ellos otro soldado los acompañaba sosteniendo el estandarte. Los administradores, contadores y nobles de la capital quedaron en silencio mientras observaban a la comitiva, todos sabían lo que significaba. Cuando estuvieron frente al emperador, se arrodillaron y le entregaron la corona y la espada.
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Pasado el mediodía, me despedí de mi esposa y fui a la sala del trono. Mis administradores tenían asuntos importantes que discutir conmigo. Me informaron que el invierno había llegado muy crudo y que tarde o temprano necesitaríamos racionar los alimentos. Tras proponer distintos métodos de acción, me disponía a abandonar la sala del trono cuando la puerta se abrió. Detrás de ella había trece soldados de Mirza. Mi corazón comenzó a preocuparse cuando comenzaron a caminar hacia mí. Cuando estuvieron frente a mí, ellos simplemente se arrodillaron y me presentaron dos objetos. El mayor de los dos me presentaba una espada, pero el más joven tenía una almohada con un objeto cubierto por una tela blanca, sabía lo que significaba, pero no quería creerlo. Cuando levanté la tela, mi corazón se detuvo. Estas personas me entregaban una corona, la corona de mi príncipe, mi hijo. Tras unos momentos de silencio, pude decir las tristes palabras: "El príncipe ha muerto. Que los señores protejan su alma", dije con dificultad. Los nobles comenzaron a murmurar y lamentar la muerte de mi único hijo. "Informen a la ciudad que estamos de luto. Se cancela cualquier celebración" luego de dar la orden comencé a recordar la frase que mi padre dijo cuando mi tío murió.