La Rosa Blanca

La cueva en el acantilado

Esa mañana ha habido tormenta y los barcos no han salido a faenar. Por eso, Ana y Daniel están en la playa junto al acantilado disfrutando de un momento de tranquilidad lejos de sus preocupaciones diarias. El cielo aún está gris y el mar algo agitado, pero la marea es baja.

-Ayer Guillermo me llevó a dar un paseo por la playa –comenta Ana-. La verdad, me esperan años muy aburridos de matrimonio. Ni siquiera tenemos nada en común de lo que hablar.

-¿En serio? Tal vez eso sea bueno.

-¿Por qué lo dices?

-No tener nada de qué hablar con él dice mucho a tu favor, ¿sabes? Demuestra que no eres como esas chicas que tanto odias.

Ana se acerca a la pared del acantilado. Acaricia la superficie pensativa mientras escucha el sonido del mar algo más abajo.

-A veces me gustaría poder escoger. No es justo, ¿sabes? Tal vez no tenga derecho a enamorarme –comenta distraída-, pero si al menos me hubiesen dejado escoger...

-Si tienes derecho a enamorarte, Ana. Todo el mundo tiene ese derecho.

-Pero el deber siempre estará por delante de mi corazón. Lo sabes bien. De mí se espera que me case con alguien importante que aporte riqueza y beneficio a mi familia, igual que de ti se espera que salgas todos los días a pescar a la mar. Todos hemos nacido con un propósito, con una obligación. La mía es casarme con Guillermo, aunque no tengamos ni siquiera un tema del que hablar –melancólica sique palpando la pared distraídamente a la vez que habla.

De repente su mano se posa en un saliente de la roca y lo presiona ligeramente sin querer. Al hacerlo la pared se abre hacia el interior del acantilado dejando ver una oscura e inmensa cueva al otro lado.

Se hace el silencio.

Los dos muchachos se acercan a la abertura.

La poca luz que se cuela del exterior deja ver una blanca playa que termina en un lago de agua salada en el interior de la cueva.

-¿Y esto? -pregunta Daniel rompiendo el silencio.

-No lo sé. Yo solo toque una roca y la pared se abrió.

-Es espectacular. No sabía que hubiese una cueva bajo el acantilado.

-Mi abuela me habló una vez de una cueva bajo el acantilado. Pero quedó oculta hace años en un derrumbamiento.

-Pues debemos haberla encontrado. ¿Quieres investigar?

Ana le mira sorprendida. La idea de explorar una cueva misteriosa parece muy tentadora, pero imprudente. Además, creía a su amigo mucho más reservado ante la idea de vivir una aventura. Pero entiende su curiosidad. Hacer algo imprudente resulta muy tentador. Pronto será una mujer casada y no cree que la condesa le quite el ojo de encima. ¿Qué puede tener de malo adentrarse en la cueva y así poder contarle a sus hijos y nietos la anécdota en el futuro? Se sentarían a su lado a escuchar la historia y la alabarían por su valentía. Aún así le transmite su inseguridad al respecto a su amigo.

-Está muy oscuro y no tenemos velas. No me parece buena idea Dani -comenta en un intento de convencerle de no entrar en la cueva.

-No tienes que tener miedo Ana, yo estaré a tu lado.

-No tengo miedo de entrar allí. Pero no sirve de nada entrar si no podemos ver.

-¿En serio no tienes curiosidad? -pregunta él sorprendido.

-La verdad es que sí, pero...

-No te preocupes Ana, si no nos alejamos demasiado de la zona iluminada por la entrada, no pasará nada. ¿Dónde está tu sentido de la aventura? ¿Acaso se fue con ese tal Nicolás?

-Soy una dama, Dani. Las damas han de ser cautelosas.

-Entonces eres tan aburrida como esas chicas que críticas. Vamos. No sabremos que hemos encontrado si no investigamos un poco. Merecerá la pena, estoy seguro.

Ana suspira y cede. Sin embargo, le convence de regresar otro día con luz para poder explorarla mejor.

                              

Los muchachos caminan por el interior de la cueva.

Hoy han traído una larga vela cada uno.

La luz de la larga figura de parafina ilumina la playa bajo sus pies. Caminando un poco por la orilla, no muy lejos de la entrada, hay una barca de remos. Parece vieja y desgastada. Seguro que la madera está podrida en algunas partes.

-¿Por qué no la reparamos? -pregunta Daniel emocionado.

-Yo no sé nada de reparar barcas, Dani. Además, ¿para que quieres hacerlo? Está vieja y podrida. No sirve para nada.

-Pero yo sí se reparar barcos. Será divertido. Te necesito para poder hacerlo. Además, podremos usarla para ir hasta ese barco de allí -el muchacho señala al agua a lo lejos.

-¿Qué barco? -Pregunta ella girándose hacia donde él señala.

La luz de las velas ilumina la sombra de un velero en la penumbra de la cueva. Ana no es capaz de distinguir su forma, pero su amigo, más familiarizado con los diferentes tipos de navíos, sí. Los dos jóvenes dejan atrás la barca y caminan por la arena en dirección a la silueta. Poco a poco, conforme se acercan, las velas van iluminando el casco de la embarcación situada en medio del negro lago. La luz no es suficiente para verla entera y bien, pero no deja margen de error: Se trata de alguna clase de velero, de eso no hay duda.

- Vaya, ¿Cómo ha llegado hasta ahí ese barco? -Pregunta Ana impresionada.

-No lo sé. Pero solo hay una forma de averiguarlo, y es arreglando la barca. Pero deberá ser nuestro secreto. No creo que nadie sepa que este barco está aquí escondido.

Ana asiente. Un poco de acción a su vida no le sentará mal y, arreglar una vieja barca en una cueva secreta es justo lo que necesita. No parece algo peligroso ni arriesgado, pero es diferente y secreto: La clase de cosas que mejor reconfortan a alguien cansado de la rutina.



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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