La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

224. Dorian

Más de un mes después de que todo se destapó, mi padre llegó a Rosnia y pidió hablar conmigo. Solicito el permiso y la audiencia con Stefan y esté aceptó siempre y cuando yo estuviera de acuerdo.

Dije que sí.

No por él. Sino porque quería escucharlo. Solo quería saber que tenía que decir ahora que el reino se venía abajo. Ahora que Donovan había sido detenido.

Stefan fue muy amable al prestarnos su despacho para que pudiéramos hablar a solas.

Entonces lo tuve frente a mí. Mi padre, el rey Sebastián de Saltori.

Lo veía más demacrado y notablemente preocupado.

Parecía más delgado, con su barba sin cuidar y los ojos hundidos. Nunca antes lo había visto así. No sabría decir si era la edad, la culpa o ambas.

Me hubiera gustado sentir algo de compasión, pero la verdad es que no. No me inspiraba nada de eso. Solo lastima.

Solo vi a un hombre vencido por sus propias decisiones.

—¿Y, bien? Te escucho —le dije con los brazos cruzados.

Mi padre se reacomodó en su asiento y observé sus manos temblorosas.

—Me he equivocado. —Claramente, pensé—. No era así cómo quería que se dieran las cosas. Yo… me dejé llevar por el cariño que le tenía a tu hermano.

—Lo sé.

—¿Me comprendes verdad?

—No.

Me miró consternado. No iba a mentirle. Yo no. No era igual que él. Lo vi tragar saliva y bajó la mirada por un instante.

—Yo… no sé qué hice mal —confesó en voz baja.

—¿Quieres una lista?

Se removió herido.

—Me equivoque —repitió con notable arrepentimiento—. Confiaba en tu hermano, confiaba en que sería un buen líder, un buen sucesor…

—Confiabas en Donovan como si no vieras lo que todos veíamos. ¿Cómo podía ser un buen sucesor alguien que maltrataba a su propia madre? —encaré y mi padre me observó por un momento—. Alguien que lastimaba a su prometida y a todo el que no estuviera de acuerdo con lo que deseaba.

—Dorian el no…

—No te atrevas a decir que no lo hacía —le advertí, con voz dura—, porque sabes perfectamente que es verdad. Donovan hacía eso y mucho más. Y lo hacía por el placer de torturar.

Hubo un silencio culpable. Siempre fue cómplice y esta vez no tenía donde esconderse.

—Nunca me di cuenta —intentó seguir pero su tono era cada vez más vergonzoso.

—O no querías darte cuenta. —Espeté y noté los ojos perdidos de mi padre y de nuevo me recordé porque no debía caer—. Pasé años deseando tu atención. Haciéndome a un lado durante mucho tiempo. Callando, Aceptando. No participe en los eventos de la realeza y solo destaque en la escuela para no opacar a mi hermano. Obligaste a Stella a aceptar el acuerdo de su padre y ni siquiera pudiste defenderla de tu hijo. Ni a ella ni a mi madre. Ni siquiera a mí, tu segundo hijo. —Supe que mis palabras dolían. Y sin embargo, lo seguí haciendo—.Siempre supiste lo del envenenamiento y preferiste callar para proteger a Donovan

—Discúlpame —murmuró, más pequeño que nunca—. No fui un buen padre. Solo quería… solo quería ver prosperar al reino.

—¿Acosta de qué? —pregunté tajante.

Mi padre no pudo responder y yo tampoco quería su respuesta.

—Discúlpame —repitió apenumbrado—. Sé que no tengo derecho de pedirte esto, pero… sin un heredero el reino se desestabiliza…

—Ese ya no es mi problema.

—Sí. Si lo es —insistió aferrándose a un último hilo—. Sigues siendo el segundo príncipe por nacimiento.

—Me exiliaste, ¿recuerdas? Yo solo firme estar de acuerdo con la carta que tenías preparada con Donovan. —El rostro de mi padre se contrajo al mencionarlo, cada vez podía verlo más inseguro, pero yo no paré—. No puedo regresar.

—Sí puedes, ¿quieres que rompa esa carta? Puedo hacerlo. Puedes volver, el reino te necesita. Necesita a su segundo príncipe ascendiendo como primero en la línea de sucesión. Después de ver el buen trabajo que hiciste en Tornes, no me queda duda de que superaste mis expectativas y eres una muy buena opción.

Fruncí el ceño y lo miré fijamente.

Alguna vez quise su aprobación.

Alguna vez quise escuchar esas palabras.

Que me eligiera.

Que me diera su bendición… pero hoy no. Ya no, no me hacían efecto.

Entonces meneé la cabeza lentamente y solté una risa irónica.

—No —dije al fin—. No puedo y no quiero.

—Dorian, hijo…

—El príncipe Stefan me ofreció un lugar en su corte y el puesto del ducado de Dessen —conté con confianza y percibí cómo mi padre se hacía la idea de lo que diría—. Y dije que sí. Dentro de poco se realizará la ceremonia de mi nuevo puesto.

—Pero, Dorian…

—No tengo nada más que decir —zanje—. Te perdonó, pero no puedo aceptar volver a Saltori y hacerme cargo de la corona. No puedo ser la segunda opción.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.