La rosa que no florecía

La Catedral de Guayaquil

Decido tomar un descanso largo antes de seguir, por lo que me refugio en el parque de la Avenida del Periodista durante dos días. Pude quedarme en casa de la tía Sofía, pero preferí usar los parques como refugio; es más aventurero.

El viaje hacia lo que supongo es el último lugar a visitar parece que será el más divertido de todos. Vainilla está más animado que de costumbre y no es para menos; sabe que ya estamos a un paso de finalizar esta búsqueda por la que hemos sorteado peligros, conocido personas que tal vez no volvamos a ver y, al menos, he llegado a conocer a mamá un poquito más, a pesar de que aún hay misterios que desconozco.

De los seis dibujos que he encontrado, cuatro representan cosas que le sucedieron a mi mamá. No entiendo qué tienen que ver esas experiencias con lo que escribió en su diario, en aquella página que leí en el sofá de la sala de mi casa. Supongo que cuando quiso decir que esperaba que esos dibujos le ayudaran a recordar quién era, realmente se refería a que le ayudaran a no olvidar quién fue cuando aún era solo Paulina y no mi mamá.

Vainilla camina a mi lado, olfateando la vereda a cada paso que damos. Huellas, en cambio, con sus repetitivos «cuacs», parece estar diciendo que todo está bien o, al menos, que se siente cómodo en la cangurera de la tía Sofía.

Avanzamos en silencio hasta un parque donde hay canchas de básquet. El parque está vacío, por lo que entramos y nos sentamos cerca de una de las canchas a comer los sándwiches que me dio la tía Sofía. Le doy un pedazo grande a Vainilla y a Huellas —a quien saco de la cangurera con agujeritos— le ofrezco pedazos más pequeños de mi sándwich. Tienen un sabor distinto al de los que comí en su casa.

Por curiosidad, abro el sándwich y veo que lleva pollo, jamón y queso amarillo. El sabor del pollo casi no se siente; creo que el jamón le roba todo el sabor. Mastico despacio, mirando un momento a la rosa de mamá. Aún no se me pasa el miedo de ver cómo la rosa ardía sin quemarse. Miro a mi alrededor y no se escucha ni a los pajaritos; tal vez se aburrieron de salir a cantar. Termino mi primer sándwich; agarro mi mochila y tomo el cuaderno de direcciones.

Leo un momento la dirección que me dio el guardia de la universidad cuando buscaba el cuarto dibujo y alzo la vista por un ratito. Busco en la mochila una mascarilla nueva y me la pongo junto con las gafas. Si tuviera un espejo, me vería como el hombre invisible, con las gafas y la cara cubierta, aunque me faltarían el sombrero y las vendas de momia de los dibujos animados. Creo que podría asustar a mi papá durante las noches o cuando esté durmiendo... así termine castigada.

—¿Qué opinas, Huellas? ¿Doy miedo? —le pregunto a mi patito, mirando cómo sigue comiendo.

—Cuac —responde, moviendo la cola.

—A ver, dame tu idea.

Huellas me queda mirando y luego camina por la cancha, seguido de Vainilla, que no le quita el ojo de encima. Bueno, supongo que su idea es tan buena que no me la quiere decir. Sigo comiendo unos sándwiches más antes de beber el jugo de mora. Bebo un poco y luego les doy agua a Vainilla y a Huellas, que beben despacito en el vasito donde le daba las vitaminas a mi perrito.

Vuelvo a tomar mi mochila y saco el diario de mamá para leer un poco; abro y paso las páginas hasta dar con las fechas siguientes, las cuales fueron escritas un año después del sexto dibujo.

16 de enero de 2019

Cuatro años. Han pasado cuatro años de noviazgo con Daniel y siento que algo se ha estancado. No es el amor, ni la relación; es algo más, como si mi corazón me dijera: «Ya llegamos hasta aquí, pero falta algo más importante». Daniel también lo ha notado, aunque no lo mencione.

Visité a mi mamá y me dijo que tal vez eso que siento es porque he compartido tanto con Daniel que algo dentro de mí está pidiendo dar el siguiente paso. Bueno, estos cuatro años han sido como surcar un mar salvaje; además, llevamos apenas unos meses viviendo juntos en un pequeño apartamento, aunque se sienten como décadas.

Sin embargo, tengo miedo de que, si doy ese paso, me quede sin nada, sin el futuro que he escogido y el camino que he decidido seguir. Mi madre también me ha dicho que es natural sentir miedo ante el cambio radical que se avecina cuando alguien toma esa decisión importante, que seríamos fenómenos si no tuviéramos o sintiéramos ese temor.

Tal vez hable con Daniel cuando regrese a nuestro apartamento. Quiero escucharlo a él, saber qué opina o qué siente.

Solo espero que no me salga con algunas de sus locuras, pero conociéndolo, sé que acabaré dándole un manazo mientras me río con él.

Levanto la mirada y veo a Vainilla correr en círculos con Huellas, que agita las alas para intentar volar un poco. A pesar de que lo logra por un momentito, se estrella contra Vainilla, igual que en la casa de tía Sofía. Devuelvo la vista al diario y paso la página a la siguiente fecha.

Antes de seguir leyendo, le doy un trago a mi botella de agua. Poco a poco, siento que hace más frío; ese frío que provoca ganas de chocolate caliente y galletas. Busco mi suéter azul en la mochila, pero no está. El corazón se me acelera un poco al no encontrarlo, pero luego recuerdo que se lo di a una niña que llevaba ropa viejita y caminaba por el parque grandote de la avenida del Periodista, cuando seguía refugiada en el parque. Estaba vendiendo caramelos junto a una señora y le compré unos cuantos.




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