Una tortuga se paró sobre los hombros de la tortuga mayor, que era la más grande y la más fuerte de todas ellas, y a su vez otra tortuga se paró sobre sus hombros, y así las tortugas fueron haciendo una montaña de tortugas. La tortuga más pequeñita comenzó a trepar esa montaña, hasta quedar en lo más alto, y haciendo equilibrio, aunque estuvo a punto de caerse, al fin alcanzó el herraje de la puerta para poder abrirla. ¡La primera parte del plan había resultado un éxito! Habían logrado abrir la puerta de aquella bodega. Pero ahora faltaba lo más difícil...
El pingüino, que no sabía correr muy rápido pero sí deslizarse de panza sobre cualquier superficie que estuviese mojada, se preparó para salir a cubierta. Antes miró a nuestra tortuga por un segundo a los ojos, y en aquel segundo, sin decir una sola palabra, la tortuga le deseó toda la suerte del mundo para lo que el pingüino estaba por hacer; entonces el pingüino tomó carrera y se lanzó hacia la cubierta del barco. Los cazadores furtivos de mameluco amarillo se sorprendieron al ver pasar al pingüino resbalando por cubierta y a toda velocidad, y comenzaron a perseguirlo: al hacerlo, uno de los tres hombres metió sin querer un pie en un balde, resbaló y cayó al suelo, y ya no pudo levantarse. El otro hombre se enredó en las redes, y cuanto más quería desprenderse de ellas más se enredaba. Pero el último hombre que quedaba todavía perseguía al pingüino por todos lados, y el pingüino se deslizaba apoyado sobre su panza, aprovechando que las olas chocaban y salpicaban la cubierta del barco.
-¡Ahora! gritó el pingüino, mientras iba de un lado al otro sin dejar que el cazador lo atrapara, ¡Prepárense! y a la pasada logró tomar una de las sogas que estaba en el suelo.
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Editado: 15.06.2024