En esos momentos, ella estaba distraída porque le estaba contando a una amiga gaviota la historia del viejo que se ganaba sus monedas tocando el piano en el muelle del puerto donde vivían, y tan entretenida estaba nuestra gaviota contando aquella historia del viejo y su piano y sus canciones, tan entusiasmada estaba tarareando la melodía que el viejo tocaba para los turistas que le dejaban monedas dentro del sombrero dado vuelta que dejaba en el suelo, que no vio la mancha de aceite venir hacia ella a toda velocidad, y la mancha de aceite la cubrió por completo. Todas las gaviotas lograron dar el salto a tiempo, elevarse de aquel islote que flotaba en el mar, agitar sus alas y volar lejos de aquella mancha. Pero esta gaviota no. La mancha de aceite la había empapado por completo, el aceite le había impregnado las plumas, y a partir de aquel momento su cuerpo se volvió mucho más pesado, y ya no pudo volar como solía hacerlo. Intentó seguirlas cuando todas ellas retomaron el viaje, pero sus compañeras comenzaron a alejarse tanto que nuestra gaviota ya no lograba verlas…
Ahora había quedado sola, en medio de la noche, había perdido también el rumbo, y estaba tan extenuada que le costaba tan solo mantenerse en el aire para no caer al mar.
-Me doy por vencida, pensó la gaviota, y se entregó al cansancio. Entonces dejó de moverse, y logró planear así algunos metros más, pero pronto comenzó a caer en picada y a toda velocidad.
Nuestro pingüino estaba en su jaula marina, flotando en el mar, atrapado en esas redes con las que los cazadores furtivos de mameluco amarillo lo tenían prisionero. Sin poder escapar a ningún sitio, arrastrado por el barco que viajaba a favor del viento, el pingüino pensaba en las tortugas, cada una de ellas debía estar llegando ya a las playas donde las habían capturado. De repente el pingüino vio algo en el cielo que le llamó mucho la atención, y cuando levantó la mirada se llevó un susto tremendo… ¡Algo venía hacia él a toda velocidad! Primero pensó que podía tratarse de una estrella fugaz, o lo que era peor, de un meteorito, y se preparó para la explosión. A todo esto, la gaviota caía en picada y a toda velocidad, y de repente impactó contra el agua, apenas a unos metros de la jaula marina donde los cazadores furtivos tenían prisionero al pingüino. La caída había sido tan brusca que de inmediato la gaviota se hundió en las profundidades del mar. El pingüino miró hacia donde había caído ese objeto volador no identificado… y se quedó así, muy sorprendido y preocupado también, hasta que segundos después vio emerger entre las olas, muy cerca de su jaula marina, la cabeza de un ave extraña.
-Hola… dijo la gaviota, aturdida. Creo que ese no fue mi mejor aterrizaje…
Nuestro pingüino la miró, sin decir palabra. Le costaba creer lo que le mostraban sus ojos.
-¿Quién eres? Preguntó el pingüino, asombrado todavía. Era de noche, pero el reflejo de la luna los iluminaba a los dos.
-Soy una gaviota, dijo la gaviota.
Ella quiso abrir las alas para confirmar su respuesta, pero ya no tenía fuerzas para moverse. El pingüino reflexionó un momento. Luego dijo
-¿Estás segura que eres un ave…? Por lo que sé, las gaviotas viajan por el aire, no caen como piedras desde el cielo hacia el mar…
La gaviota se miró las alas manchadas de petróleo. El barco de los cazadores furtivos que arrastraba la jaula marina navegaba delante de ellos. Dentro del barco, los cazadores dormían ya, salvo el jefe de todos ellos que revisaba unas cartas de navegación desde la cabina de mando.
-¿Qué estás haciendo ahí? Preguntó la gaviota. Se refería a las redes que lo tenían prisionero.
-Me han atrapado, dijo el pingüino con resignación
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Editado: 15.06.2024