La saga del Heraldo

Capítulo 4

 El sargento Hamon salía de una de las herrerías con las que la guardia tenía convenio mientras repasaba mentalmente el inventario. Odiaba la burocracia o tener que estar dando vueltas para conseguir lo que ya tendría que tener, pero formaba parte del cargo. Ahora debía internarse en el barrio de los artesanos para hablar con distintos peleteros para conseguir aceites y otros materiales para el mantenimiento de las armas y armaduras.

Cuando se incorporó a la calle principal una algarabía llamó su atención, parecía provenir de la sede del gremio de los sederos. Un grupo de hombres armados sacaban a rastras del edificio a unos mercaderes, a juzgar por su atuendo, mientras el populacho chillaba excitado ante el espectáculo.

El sargento se acercó más y pudo ver que los guardias llevaban el escudo del tesoro, por lo que debían de haberse encontrado algunas irregularidades en las cuentas del gremio o en los impuestos que éstos pagaban, aunque generalmente una cosa llevaba a la otra. También pudo ver como entre el populacho los más furiosos eran otros socios del gremio, seguramente afectados por la estafa. Hamon se sintió inquieto cuando una voz detrás suya comentó

- Es un mal día para ser sedero, ¿no cree?

Hamon se volvió y vio que la persona que había hecho el comentario parecía ser un joven sacerdote que vestía un hábito negro sin demasiados ornamentos y unas gafas redondas.

- Si, parece que lo es -le contestó, disponiéndose a irse.

- También debe ser un mal día para tener relaciones con la junta del gremio -volvió a comentar el sacerdote en tono casual. Hamon se volvió mientras notaba cómo un sudor frío le recorría la espalda. Su mujer era una de las vocales del gremio.

- ¿Está usted intentando decirme algo? -preguntó mientras apoyaba la mano sobre la espada.

El sacerdote lo miró fijamente un momento y luego miró al cielo mientras decía con voz casual:

- También debe ser un mal día para ser una acérrima creyente, participar activamente con los comedores para los pobres y enterarse de los gustos tan obscenos de su marido.

El sargento miró a su alrededor por si alguien estaba escuchando y, con un temblor en las mejillas, tomó del brazo a aquel petulante y casi lo arrastró hacia una esquina mientras escupía:

- ¿Qué es esto? No tiene ninguna gracia y ahora mismo va usted a decirme con quién cojones ha estado hablando -terminó lanzándolo contra una pared y sacando una daga.

El joven sacerdote no parecía asustado, aunque se cuidó de mantenerse pegado a la pared mientras le decía

-Vamos, vamos, sargento Hamon. Esto no le ayudará. Su mujer no ha sido apresada pero aparece en la lista de sospechosos y ahora mismo deben de estar buscándola para ponerla bajo custodia. Ya sabe que los inquisidores de su majestad son muy celosos con su trabajo cuando se trata del tesoro del rey. En cambio, yo podría ayudarle.

Hamon respiraba rápidamente e intentaba resistir el impulso de apuñalar a aquel hombre por puro pánico. Sabía que tenía una buena mujer y que fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo en el gremio, ella no habría tenido nada que ver, pero también sabía que el sacerdote tenía razón.

- ¿Cómo me ayudaría usted? -preguntó dubitativo mientras bajaba la daga y volvía a mirar a su alrededor.

El sacerdote se despegó de la pared y se alisó la ropa mientras decía con suficiencia:

- Conozco un grupo de mujeres, auténticas plañideras, que se disgustarían mucho si encerraran a su esposa... y es más, otro grupo igual de alborotador, muy enfermo debido a alimentos en mal estado donados por la señora Cruz, se dirigen hacia la guarnición de Palacio para dar parte de ella.

- ¿La señora Cruz? ¿La esposa del Oficial Cruz?

- Efectivamente. Tengo entendido que es su superior, ¿no es así? Incluso han frecuentado los mismos lugares juntos, aunque me complace saber que las inclinaciones de él son muchísimo más perturbadoras que las vuestras... y dejan un rastro mucho más patente.

Hamon tenía la boca reseca mientras envainaba la daga.

- Un escándalo así acabaría con su carrera, pero sin pruebas...-empezó a decir el sargento, pero el sacerdote lo interrumpió.

- En estos momentos hay una patrulla encontrando en un prestamista a una mujer llena de golpes y cicatrices intentando vender dos botones de oro con la insignia de los oficiales... ha sido un acto imprudente por su parte, pero aunque el oficial Cruz le pagara bien, la pobre ya se ha cansado, sobretodo de los cortes. ¿Me entiende usted?

El sargento Hamond enderezó la espalda y carraspeó para luego decir:

- Lo entiendo perfectamente.

 

 Habían pasado cuatro días desde que Melissa entregara el mensaje a madame Claudette y en ese tiempo no había recibido ningún encargo. Aprovechó para descansar, limpiar su equipo, afilarlo e incluso para remendar algunas de sus prendas, pero ya se estaba aburriendo en su buhardilla cuando, por la tarde, llamaron a la puerta. La ladrona se levantó de la cama y después de preguntar dejó pasar a Monroe.

- Buenas tardes -le dijo el hombre moreno con una sonrisa.

- Hola Monroe, dime que tienes algo para mi -contestó Melissa con los brazos en jarras.

El ladrón sacó unos papeles de su pechera y los puso sobre una mesa.

- Si, tengo algo. Una operación. Una chalupa cargada de esclavas entrará esta noche por la muralla este; tenemos un plan para interceptarla y ponerlas a salvo. Necesitamos tu ayuda.

Melissa respiró hondo y asintió con la cabeza.

-Dime qué necesitas.

La zona este a la que se dirigieron no era otra cosa que un complejo situado entre las murallas y el río Aerial. En ese espacio habían crecido establos, almacenes, un muelle que recorría toda la ribera e incluso posadas, siendo una de las más famosas la llamada "La Bragadura", localizada entre los pilares de una de las enormes grúas. La muralla este tenía una puerta a la ciudad, pero al no tener acceso por carretera ésta era de menores dimensiones y estaba orientada al transporte de mercancías mediante un sistema de raíles. Mientras esta zona de raíles era a todas luces civilizada y una extensión de la ciudad, las áreas al norte y sur de esta pequeña población, además de la noche, pertenecían a un grupo de delincuentes que se hacían llamar "Los Sumergidos".




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