La saga del Heraldo

Capítulo 5

 ¿Cuanto hemos perdido? -preguntó en tono frío mientras se servía una copa de vino y miraba sus cartas.

Su interlocutor se removió inquieto sin saber hasta qué punto culparían al mensajero y no al mensaje.

-¿De forma inmediata, señor? Hemos perdido en menos de 10 días una centena de onzas de oro.

El hombre canoso y con rastros de oro apagado en el pelo, que hubiera parecido un bondadoso padre de familia entrado en años si los presentes no lo conocieran, saboreó el vino y echó una carta en la mesa.

-¿Y a largo plazo, Ardilla?

Ardilla estaba nervioso y no sabía qué hacer con las manos que le dieron el mote.

-Es imposible saberlo, señor. Hemos perdido a los Sumergidos y sus negocios. Parte de la guardia ya no se deja sobornar. Las bandas de la zona norte y este han perdido recaudadores mientras que muchos otros han sido arrestados, y ... - el hombre canoso lo interrumpió con un golpe en la mesa furioso mientras gritaba

-¿¡Quién está haciendo esto!?

Ardilla se encogió agarrándose las manos y protegiéndose la cara mientras decía con tono histérico -¡Nn... nno lo sabemos señor!

Luca Brisa se levantó tomando su copa y se miró en un espejo inclinado que había sobre la chimenea. Era de talla media, aunque corpulento y ancho. Tenía los carrillos gruesos, la nariz ganchuda y unos ojillos fríos y pequeños de color azul. Su aspecto sería de bonachón si una expresión de tensión, como una cuerda demasiado tensa, no inspirara un aire de peligrosa resolución. Respiró hondo y se miró a los ojos mientras preguntaba:

-¿Qué más?

El administrador y contable repasó su memoria y dijo:

-Las acciones más crueles han sido entre los reclutadores y aquellos a los que... bueno, a los que se les va la mano. Han encontrado a varios de ellos muertos... con las extremidades rotas, partes despellejadas y los ojos hundidos como si... como si...

- Si, ya sé cómo se le hunden los ojos a una persona, Ardilla. Gracias.

Era un mensaje, y lo sabía. Alguien estaba jugando muy hábilmente sus cartas mientras él no tenía hacia donde apuntar. Tendría que meter en cintura a los de la muralla este y aumentar la presión sobre las bandas, aunque esto último llamaría demasiado la atención hacia él, y eso era un problema. Se volvió hacia la mujer que estaba sentada junto a la chimenea observando las llamas, como si no estuviera allí.

-¿Crees que esto esta relacionado con lo que te trae aquí?

La mujer lo miró con sus ojos lechosos. Parecía ser ciega, pero Luca sabía que no era así.

- Podría ser, ¿estás considerando ayudarme?

Luca le sostuvo la mirada y la desvió hacia la suave piel que asomaba gracias al escote y a las largas piernas que la apertura de la falda le permitían ver. No se sentía tan viejo como parecía. Era un hombre de mundo, había conocido el hambre, había viajado, había combatido y había vivido más pasiones que muchos hombres a su edad. Llegar a una ciudad nueva y desconocida con una bolsa de oro en su zurrón, gastarse una fortuna en juergas cuando trabajó de mercenario o el dulce desenfreno del saqueo. Cuando llegó a la ciudad su presencia cayó sobre ésta como un mazazo del que nadie se recuperó, tal era su determinación. Y ahora sufría aquellos ataques como quien siente los mordiscos de las ratas en la oscuridad.

Su mente volvió al problema y contestó con gesto agrio:

-Sabes que no quiero prestarte mi ayuda porque no me gusta tu gente. He oído rumores sobre vosotros... y no quiero esparcir el terror en mi ciudad por un solo hombre con la fiesta de la cosecha a la vuelta de la esquina.

- Algo de terror podría venirte bien... colaboraría con tus hombres y acabaríamos obteniendo alguna pista sobre los que te están molestando.

Luca Brisa reflexionó unos momentos sobre sus palabras y asintió para si mismo.

- Has sido muy respetuosa al venir aquí y pedirme permiso para actuar en mi ciudad. De acuerdo, indagaré por la ciudad sobre el que estás buscando mientras tu me ayudas con esas ratas de cloaca... de forma controlada.

La esbelta mujer de pelo negro y piel clara sonrió, cruzó las piernas y arqueó la espalda haciendo que las llamas formaran sombras entre sus pechos.

-Por supuesto que será de forma controlada, es la parte... física lo que me ha traído a tu puerta.

Luca sonrió y puso las manos a su espalda mientras andaba lentamente hacia ella. Se sentía definitivamente más joven de lo que pensaba.

- Cerremos el trato -ronroneó mientras llenaba dos copas de vino.

Cuando Luca estaba cerca y ella tomaba la copa que le ofrecía, sintió un estremecimiento en el aire que la rodeaba y vio como un bulto subía por la garganta de aquella mujer. Entre asqueado y excitado, vio como hacía del acto de regurgitar un acto sensual y tomaba entre sus dedos una piedra negra veteada de un gris pálido, no mucho más grande que una perla.

Ella siguió sonriéndole y mirándolo a los ojos, enardeciéndolo de una manera inexplicable para él mientras le ofrecía aquel guijarro.

- Traga esto -dijo sensualmente -, si quieres terminar con tus problemas.

- ¿Qué es? -preguntó mientras lo tomaba con cuidado entre los dedos, sudoroso por el deseo.

- Es un... canalizador. Lo que quieras que se haga, lo que quieres conseguir, la fuerza de voluntad que quieres dedicar a esta empresa -explicó la bruja mientras se abría más el escote, incitadora -, esa piedra se... empapará de ello. Y me la devolverás de una manera... placentera.

Luca sudaba copiosamente. Una pequeña parte de su mente era consciente de que él no era así, pero hacía años que no había deseado así a una mujer.

- ¿Y.. y después? -llegó a preguntar.

La bruja se retorció, colocando despacio una mano entre sus piernas y luego cerrándolas como si no aguantara los impulsos que la aquejaban mientras seguía atrapándolo con su mirada.




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