Poco después del almuerzo, Memnoch y el profesor Beaufort se dirigían hacia las granjas que se encontraban al oeste de la ciudad.
Si bien la capital estaba rodeada de pequeños señoríos, los terrenos que rodeaban la muralla eran fértiles debido a la cercanía del río, y la corona no pensaba desaprovechar la oportunidad de tener los productos más frescos de la región.
El valle hacia el que se dirigían estaba sembrado de maizales y grandes molinos blancos que se erigían aquí y allá, dándole un aire caballeresco a las vistas.
Memnoch y el profesor habían pasado las últimas horas enfrascados en experimentar y poner a prueba el dominio del mago sobre los factores que el segundo consideraba responsables de provocar el viento. Si bien en la universidad no habían pasado de una leve brisa, se dirigieron a las afueras con la firme intención de obtener resultados para ambos.
El último día había sido agotador debido a los distintos experimentos que habían intentado realizar en el laboratorio. Beaufort le había contado al mago cómo sus intentos anteriores habían fracasado sin una razón aparente, lo que llevó al académico a un gran desánimo. Pero ahora, gracias a la participación de Memnoch, estaban pletóricos y excitados debido a la curiosidad y al descubrimiento.
Después de andar un buen rato, llegaron a una zona que, gracias al trigo alto, consideraron lo bastante discreta para sus propósitos. El joven mago encaró uno de los molinos y se concentró en calmar su respiración. Extendió su conciencia hacia elementos que no estaba acostumbrado a percibir... la humedad del aire, la dirección del viento y el peso del vacío sobre su cabeza.
Como toda disciplina que se inicia, le suponía un gran esfuerzo y una ingente cantidad de tiempo, pero eran los primeros pasos necesarios para convertir esa acción en automática y así poder ir progresando.
Memnoch alzó lentamente una mano mientras, detrás suya, el profesor Beaufort se alejaba y esperaba los resultados. La frente del joven mago se empezó a perlar de sudor, pero creía que ya lo tenía. Centró su voluntad y susurró *hagin*.
Los pequeños matorrales y pastos que tenía delante empezaron a sacudirse movidos por una leve brisa ascendente que poco a poco fue ganando en fuerza y hacía revolotear hacia arriba briznas sueltas de trigo. El joven mago abrió los ojos lentamente al escuchar el ruido del viento y sonrió procurando mantener la concentración. Una vez iniciado el proceso no debería costarle demasiado trabajo mantener esta intensidad, aunque lo difícil seguía siendo identificar las condiciones del momento para que el viento tuviera la fuerza y dirección que él quería.
Bajando la mano y manteniendo el viento volvió la cabeza sonriente hacia el profesor, que miraba la escena boquiabierto.
- ¿Qué le parece -dijo el joven mago-, lo consideramos un éxito o no?
Beaufort se recuperó de la impresión y se apresuró a abrir su abultado maletín para sacar instrumentos de medida mientras se dirigía a la parcela que estaba siendo afectada por la voluntad del mago. Después de mirarlo de reojo y titubear, se decidió a entrar en el área y a colocar los instrumentos mientras los faldones de su chaqueta empezaban a elevarse y la tela de su espalda formaba un bulto.
El profesor intentó iniciar una frase un par de veces mientras observaba las mediciones con una sonrisa. Finalmente consiguió articular:
- Es impresionante... tal y como yo teorizaba; esto significa que podríamos por fin predecir el clima con mayor exactitud y mejorar nuestras producciones de alimento.
Memnoch lo escuchaba sonriente, contagiado de su excitación, cuando de pronto, sin un modo de expresarlo mejor, una sombra cayó sobre él. Sintió cómo su dominio sobre la parcela iba menguando mientras otra cosa, otra voluntad, empezaba a ejercer presión sobre él.
Beaufort miró los instrumentos y lo miró a él, presintiendo que algo iba mal. El joven mago se agarraba a su concentración como quien se agarra a una rama en un río, y no era lo peor, notaba claramente como aquella voluntad estaba usando una porción medida de su poder, como quien aparta a un niño pequeño de algo que no debe tocar.
Memnoch apretó los dientes y se asentó sobre su peso, reafirmándose e intentando alzar los brazos, como si aquel gesto pudiera ayudarle a mantener el control, pero fue en vano.
Su gruñido se convirtió en gemido cuando una bofetada de viento huracanado lo lanzó a él y al profesor al suelo.
El mago había rodado hasta la base de un árbol. Cuando recuperó el aliento, empezó a apoyarse sobre los codos cuando una sombra, esta vez literal, se proyectó sobre él.
Vestida con una capa oscura de tafetán con motivos de plata bordados, una mujer de pelo corto con mechas rubias y grises peinadas hacia atrás, lo observaba con unos ojos grandes y verdes mientras sus manos se apoyaban grácilmente sobre dos dagas muy largas de formas exóticas que llevaba al cinturón.
- Buenas tardes caballeros.
Un cañón de un metal oscuro y de marcas onduladas se posó sobre su hombro apuntándole al cuello.
- Hola guapa.
Memnoch pestañeó intentando pensar con lógica. El rostro de la mujer que estaba inclinada sobre él pareció rielar por un momento mientras se enderezaba y giraba la cabeza. Iacobus, salido de ninguna parte, tenía su otro arcabuz apuntándole a la base de la columna.
El joven mago se puso en pie mientras comprobaba de un vistazo que Beaufort estaba bien y alzó una mano para detener a su amigo.
- Basta Iacobus, me gustaría pensar que quien quiere hacerme daño no saluda educadamente antes de hacerlo.
El explorador arrugó la nariz y dio dos pasos atrás mientras se apoyaba una de las armas en el hombro y con la otra seguía apuntando a la cabeza de la mujer mientras respiraba aceleradamente. Se veía claramente que acababa de correr.
Memnoch interrogó a Iacobus con la mirada, frunciendo el ceño y arrugando la nariz en un rápido movimiento mientras lo miraba de arriba abajo, pero el explorador negó con la cabeza mientras decía: