La saga del Heraldo

Capítulo 9

Memnoch seguía en la barra cuando de pronto todo se oscureció. No es que estuviera a oscuras, sino que una densa neblina negra de cenizas no le dejaba ver más allá de un par de metros, atenuando las luces de las lámparas que había por el local. Tardó un momento en reaccionar, pero saltó la barra y se cobijó detrás concentrándose en su oído. Escuchó unos pasos en la zona de los reservados que debían pertenecer a madame Cleaudette para a continuación escuchar cómo ambas puertas se abrían. Aquellas cenizas les estaba permitiendo a sus enemigos, fueran quienes fueran, posicionarse y sacar ventaja.

Agarró el medallón que le había dado Boris y se concentró. Tal y como le había dicho, identificó rápidamente el estado actual de las variables que debía alterar y empezó a concentrarse en lo que quería hacer. Formó un epicentro en su persona con su voluntad mientras susurraba:

- Hagin... hagin... -el ruido de unas cuantas mesas al ser tumbadas casi lo hacen mirar, por lo que al poco, terminó gritando-, ¡HAGIN!

Una potente ráfaga de viento salió disparada hacia todas partes llevándose la mayor parte de las cenizas, empujando mesas, sillas, rompiendo la cristalería más fina y haciendo que todos los batientes de las ventanas se estrellaran contra las paredes.

Iacobus, estaba mirando hacia el exterior cuando sonó un golpe en algún sitio de la taberna. El segundo piso era mitad habitaciones y la otra mitad una continuación de la taberna gracias a la barra y al pequeño montacargas. Se había apostado cerca de éste último, en una esquina, ya que las ventanas cercanas daban a las avenidas principales.

Se giró sobre si mismo, orientándose hacia el ruido mientras aprestaba uno de sus arcabuces cuando una figura fuertemente armada y con un pañuelo por máscara entraba rodando por una de las ventanas del otro lado del piso, justo en el pasillo que daba a las distintas habitaciones. Razonó que el ruido debía de haber sido producto de una especie de tirolina improvisada o de un gancho y que había tenido suerte de oírlo.

La figura se levantó de un salto desenvainando una espada larga y otra corta, mirando en todas direcciones hasta verlo a él a demasiada distancia. Iacobus sonrió perversamente mientras apuntaba, pero de pronto escuchó un grito de Memnoch en el piso de abajo y una nube grisácea invadió el segundo piso.

Iacobus disparó dos veces seguidas donde había visto por última vez a la figura, pero el ruido de una puerta le indicó que había fallado. Empezó a acercarse despacio a la zona cuando el sonido de una ventana rota y un golpe seco en una de las habitaciones, le indicaba que se enfrentaba a un segundo intruso.

- Puto niñato -maldijo casi a ciegas mientras sacaba su segundo arcabuz.

Por su parte, Melissa, tan pronto como la oscuridad había aparecido se había levantado y dirigido silenciosamente hacia la zona de la taberna. Un grito de pánico surgió de su garganta cuando la bofetada de viento la levantó en peso y la lanzó contra una de las paredes.

Cuando se recuperó, ya nada dificultaba su visión. Continuó hacia el arco que dividía la zona de los reservados de la taberna y miró.

El mago estaba detrás de la barra, a su izquierda, mientras dos hombres de negro, con la cara tapada y armados hasta los dientes, se acercaban a él saliendo de detrás de sendas mesas tumbadas con espadas largas en las manos.

- Ríndete, chico -dijo uno de ellos-, no queremos matar a nadie.

- ¿Y si no quisiera rendirme? -contestó Memnoch después de mirar a ambos dubitativo.

- Haremos, como mínimo, que te estés quieto -repuso el otro mientras daba un paso hacia él.

- Qué curioso...-empezó a decir el mago mientras parecía que el aire empezara a rielar a su alrededor-, tenía la misma idea en mente.

Acto seguido abrió totalmente los brazos e hizo como si fuera a pegar una enorme palmada a la vez que gritaba:

¡WERSA!

A su orden, una infinidad de objetos empezaron a volar por la sala. Candelabros, lámparas, copas, cubiertos y demás fruslerías metálicas se dieron el encuentro en el centro de la taberna, haciendo que los asaltantes se protegieran la cara con los antebrazos y gritando cuando sus espadas también salieron despedidas por el aire.

Melissa tuvo que agarrarse al marco de la puerta al notar el tirón en su persona, pero no se sorprendió tanto como para no entender lo inútil que podía ser esa distracción. No les estaba haciendo daño, sólo los confundiría por un tiempo, por lo que se internó en la tormenta de chatarra y se lanzó hacia el asaltante más cercano con su cuerda de seda en la mano.

Memnoch empezaba a sudar debido al esfuerzo cuando vio a una mujer pasar fugazmente por una entrada que había a su derecha e intentar ahogar a uno de sus enemigos.

Ese momento de distracción bajó la velocidad del vuelo de los objetos, lo que hizo que los atacantes se recuperaran un poco. El que estaba siendo atacado por la ladrona empezó a girar y a chocarse contra una mesa para sacudírsela de encima, mientras el otro se dirigía hacia él con una daga en la mano.

Memnoch dejó ir su voluntad mientras se ponía blanco ante la idea de morir él o matar a aquella persona. Una parte de él le recordó que no querían matar a nadie... quizás no lo mataran... esperaba que no lo mataran.

Cuando el asaltante saltó la barra el pánico le hizo lanzarle las dagas que albergaba en su brazal. Respondían a su voluntad, por lo que era muy improbable que fallara, pero la mayoría de ellas impactaron en la armadura, por lo que aparte de hacerlo gruñir y ralentizarlo, no pararon al asaltante.

- Voy a matarte por esto, pequeño mierda -le dijo rechinando los dientes al lanzarse hacia él con la daga en alto.

- ¡HAGIN! -gritó Memnoch alzando una mano y haciendo que un golpe de viento empujara con violencia al asesino, tirándolo contra las mesas y sillas que había dispuestas junto a la pared contrarias.




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