Habían ido directo a Torre la Doncella. Lynette se había adelantado en el camino para no tener que oír las tediosas reprimendas de su señor padre. Por un momento, parecía que había retrocedido en el tiempo a cuando tenía doce años y su padre la veía cerca de Hendry y la reprendía. Aunque esas reprimendas no sirvieron de mucho porque cuando ellos podían se escabullían al puerto de Stockton y uno que otro beso surgía, Hendry siempre había sido tan encantador como apuesto, y ella no le podía negar uno que otro beso que el le pedía cuando se escapaban al muelle de Stockton todo era lindo hasta que Hendry, al cumplir los quince años, se la jugó y fue a Torre la Doncella a pedir la mano de Lynette en persona a su señor padre. ¿Cómo se atrevía a pedir en matrimonio a una Moller, él, justamente él, cuyos ancestros habían ayudado a que los Moller perdieran su estatus en el dorado? El que solo podía ofrecerle un fuerte pequeño en una colina infectada de excremento de gaviotas, antes de darle en bandeja de plata a su única hija y heredera a un Hanley. Lord Walter prefería dársela en matrimonio a un porquero, cuales eran mejores personas que cualquier Hanley de Rocamar.
Al verlos llegar, los guardias de la torre de vigilancia abrieron las puertas. Lynette fue directo al establo y le dejó su caballo a Tim. Quiso entrar rápido en la fortaleza, pero Walter la interceptó en la escalera de entrada.
—Hey, no intentes escapar de mí, ¡no me des la vuelta la cara, oíste!, —la tomó del brazo y la paró en seco— ¡Escúchame!, ella le dio vuelta la cara, no quería verlo, la melena rojiza le cubría gran parte de su cara. Se apartó el cabello del rostro y le dijo: —Suéltame, me haces daño —la tenia muy fuerte sujetada de su brazo —casi estaba llorando.
—No quiero volver a ver que estás ni siquiera a una corta distancia de ese Hanley, ¿¡haz oído!?
—No claro, tu solo me quieres vender a un lord que pueda saciar tu jodida ambición —contesto ella, su voz era temblorosa, «justamente ella no era de contestar a su padre, pero se sentía avergonzada y enojada.»
—¿Qué has dicho?, —lord Walter estaba sorprendido, la giró para verla a los ojos. —Repítelo, su cara se estaba poniendo roja de furia.
—Si, solo quieres venderme a un lord que pueda saciar tu jodida ambición, —le repitió y añadió— porque eso eres tú, solo piensas en lo que tuvimos y en lo que tú, por ser un anciano, no puedes conseguir.
Walter suspiro, sus ojos azules se oscurecieron y se agrandaban tanto como cuencas, apretaba sus dientes y jadeaba; estaba furioso, con la mano que no la sujetaba le propinó una bofetada que casi le hace dar vuelta la cara. «la mano de su padre era grande y el siempre había sido un hombre grande y fuerte,» Le hizo sentir un fuerte calor y dolor en su mejilla y ojo, le había dejado la marca de su mano.
—Dímelo de vuelta —le gritó él, mientras sacudía su brazo. —Anda, vuelve al faltarme el respeto, maldita niña malcriada.
—Quiero que me sueltes, —decia ella, mientras sus lagrimas caian.
—¡Eres mi maldita hija te guste o no!... y me haras caso.
—Pues no me gusta —le contesto ella, forcejeando para que la suelte.
El la miro, su cara estaba roja en furia: —¿Sabes lo que debería hacer? Casarme de nuevo y tener un hijo varón que sí sea agradecido —.
—Pues hazlo, ¿qué te detiene?—, le reclamó ella entre lágrimas. Le caían gotas de sangre de su labio, estaba furiosa y aún podía sentir la mano de su señor padre en el rostro.
—Lord, lord, —le dijo Cletus— Lord, ya fue suficiente. Todos dentro de la muralla los miraban. Al ver toda esa atención, le soltó el brazo y la dejó entrar en la fortaleza.
Al subir los escalones, podía sentir aún en su mejilla el calor de la bofetada. Le había hecho morderse el labio y le caían gotas de sangre. Entró en su estancia enojada y cerró la puerta de un fuerte golpe. Caminó de aquí para allá en la habitación, patio su carcaj, sus flechas, tomó el espejo de su mesa y lo estampó contra el suelo. Se sentó en el sillón tratando de respirar y bajar las revoluciones un poco. Sintió en su chaleco humedad, observó y eran las gotas de sangre de su labio. Por un momento se había olvidado del golpe en su rostro. Tomó un trozo grande de vidrio del suelo y se vio: tenía toda la mejilla hinchada, su ojo lo tenía morado y el iris azul de su ojo se había mezclado con un poco de rojo por el golpe. Su labio inferior lo tenía roto y la sangre le goteaba a su barbilla. No pudo evitar comenzar a llorar. Se vio reflejada cómo caían sus lágrimas en el espejo, en un golpe de ira lo lanzó por el ventanal de su estancia.
Pasó en la cama todo lo que restó del día. Entre hora y hora, veía cómo atardecía, cómo se calmaba la muchedumbre en la fortaleza y cómo iba anocheciendo. El magistrado había tocado media docena de veces a su puerta, pero ella no había contestado. «que se joda Cletus, que se joda Birchwood y que se joda mi maldito padre» pensaba. Se movió de la cama solo cuando la noche cernió y de su ventanal comenzaba a entrar frío. Las horas habían pasado y aún no podía creer que su padre le había pegado. Sabía que su padre no era un hombre tierno exactamente, pero para ella sí lo había sido siempre. «Él había estado en una guerra en el oeste, había comandado a su gente y habían repelido a piratas Ixsenos de las cercanías de Guardamar, pero eso había sido hace mucho tiempo cuando su padre alcanzaba solo sus veinticinco años de edad,» En la actualidad, su padre ya había cumplido cincuenta y ocho años, y los años no le habían hecho más blando.
Se sentó en su cama y observó toda la estancia en la noche. De repente, sintió una fuerte punzada en su pecho. No podía estar ni un segundo más allí. Vestida con lo que llevaba, tomo su capa para pasar desapercibida. Decidió que iba a escapar. No iba a casarse con ese anciano de Birchwood ni iba a permitir que la avergonzaran y golpearan como lo había hecho su señor padre.
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Editado: 05.06.2024