La Sociedad

Capítulo Uno

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Años atrás me habría vuelto loca. Loca de remate. Era mucho tiempo, y por mi parte ya había madurado lo suficiente como para tragar las emociones y enterrarlas para y por siempre en lo más hondo de mi alma. Estaba justo delante, a menos de cinco metros de distancia, y aún no me había visto. Hace varios años no era una acosadora, si contaba el hecho de estar mirando cada uno de sus movimientos desde una buena media hora, claro.

El café ya estaba frío y era plenamente consciente de que parecía una loca, mirando a la nada (que en realidad era mucho) y sin moverme durante unos cuarenta y cinco minutos, aproximadamente.
Me pregunté que tenía pensado hacer antes de que apareciera y casi me diera un infarto. Una reunión, creo. O una cita con mi editora, Silvia. Ya nada de eso me importaba, y parecía que su presencia había borrado todo de golpe. Tal vez sí lo había hecho.

Me apunté mentalmente que tendría que llamar a mi editora para pedirle disculpas por mi retraso, un retraso de cincuenta minutos, sin contar los que se añadirían cuando por fin pusiera rumbo a su despacho que, vaya casualidad, se encontraba en la otra punta de la ciudad.

Quería correr y huir, salir de allí y no volver, básicamente desaparecer.

Como decía, ya era madura, y había conseguido continuar con mi vida sin depender absolutamente de nadie... o eso creía. Probablemente el verle de nuevo no me venía bien, y probablemente el estar acosando a alguien tampoco.
Digo acosando porque ahora mismo estaba ordenando a mis piernas que la siguieran deliberadamente. Quise golpear mi cabeza contra el cercano muro lleno de graffitis por estar haciendo semejante estupidez. Era una idiota, y lamentablemente no era la única que lo pensaba.
Dos minutos después, me obligué a dar media vuelta, borrar las últimas horas y desaparecer con ellas. Alguien me detuvo, y gruñona como siempre (no, eso no había conseguido cambiarlo) me giré, abriendo la boca para despotricar ante la persona que aun me sujetaba sin que viniera a cuento.
Cerré la boca muy lentamente, bajo la mirada de esos precisos ojos observadores como siempre, y entonces entendí.

En siete años no pude nunca deshacerme de todos esos recuerdos porque los había enterrado. Y enterrados seguían existiendo, quisiera o no. No pude eliminarlos definitivamente, porque la realidad era que aún tenía esa chispa de esperanza, y era tan terca que podría quedarme toda una vida esperándolo. ¿Esperando a qué? Esa era la pregunta con la que me levantaba todos los días, y me acostaba cada noche. Ahí tenía la respuesta. Esperando a esa persona en especial, que me había hecho sentir de una manera distinta a todas las que me rodeaban, desde hacía ya años; aunque creía que había asumido que nunca más volvería.

—Lo tuyo nunca fue huir ¿verdad? —esbozó una sonrisa cansada, y me acercó, cogiéndome de la cintura delicadamente; ignorando las miradas curiosas de los que pasaban por allí, a pesar de lo pronto que era —. Tenías que ser siempre tan cabezota, aunque por una vez me alegro de tu incansable paciencia.

Quise besarla, y lanzarme a su cuello, pero antes de que pudiera hacer algo, se inclinó y me besó con suavidad. Me entraron ganas de llorar, en aquel mismo instante.

—Te quiero Myriam, siempre te he querido —declaró, mirándome fijamente, y añadió —: Lamento no haberme dado cuenta antes.

—Yo... yo tambien te quiero Jess —dije en un susurro. Entonces lloré. Lloré por todo ese tiempo que podíamos haber estado juntas, todos esos días en los que me había acostado sin un cuerpo que me diera calor por las noches, o que me hubiera despertado a besos. La besé nuevamente, mientras las lágrimas me corrían por las mejillas. Entonces volví a recordar.

» Me besó, y se lo seguí entre risas. Cuando estaba en su compañía, todo era perfecto. Absolutamente todo. Había sido la única persona que no me había juzgado por mi aspecto físico, o por mi forma de pensar. Sabía que yo no era perfecta, de alguna manera siempre lo había sabido, independientemente de las miradas burlonas con las que la gente me mirada; una y otra vez.

Al principio me sentía mal, pues con 13 años los niños pueden llegar a ser muy, muy crueles. Mi  físico no estaba mal del todo, o eso creía yo. De hecho sólo llegué a engordar un poco cuando mi padre definitivamente se largó.

Así sin más; cogió, me dejó en casa después de recogerme de clases, y se piró. Empecé a despreocuparme por las cosas, y prácticamente me limitaba a comer, leer, y dormir; justificando que hacia eso por culpa de mi padre cuando eso tampoco era verdaderamente cierto. Lo sé, tenía un aspecto horroso, pero no me sentía con ganas de cambiarlo.




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