10/09/2010 - 11:25 AM
Si, Mateo llevaba zapatos de chico pobre, eso es lo que decia su amargado asesino, luego de hablar acerca de su fatídica muerte a la policía.
El joven habia obtenido esos zapatos gracias a su difunta madre, que con sacrificio y pena, pudo trabajar para conseguir unos artículos “decentes” para que su pequeño hijo pudiera vestir. Los obtuvo en el puerto Misero, solo dos días antes de su muerte y la de su madre.
—Los llevaba puestos porque solo era un maldito negro, que merece estar bajo nuestros pies —aulló Javier Rojas, el asesino, a la policía.
—Cálmese ahora, señor Rojas —replico el oficial Horacio Fernandez—, esta cociente de que nos esta contando toda la verdad sin miedo alguno, olvida que somos la fuerza de la ley de estos lugares, Pulok es nuestro patio y tu técnicamente estas burlándote de eso.
Horacio Fernández, era uno de los oficiales mas reconocidos en la isla, sus casos siempre eran resuelto de manera magistral, ademas era una de las personas mas queridas en su trabajo por su ideología de la justicia. Pero al igual que muchos en Pulok, el también sufrió con la muerte de su hermano hace muchos años atrás, Paulo Fernández, el dolido policía de España de 35 años, dejo sus aposentos en su país para poder investigar el misterioso caso que sucedió en 1990. Aun así el tiempo paso, y el oficial había olvidado el caso.
Fernández había aceptado el dolor de la familia Diaz junto a un luto poco tentador para el publico, pero con un lado oscuro que escondía, al igual que todos nosotros, el tenia un serio problema que muchos pueblerinos de la isla de los pecados tenia, el amado oficial tenia un problema de racismo, por ende no tomo aquel caso de manera seria, simplemente acepto la muerte del pequeño joven y su madre con dolor, pero sin ninguna intención de ayudar a terminar el caso.
Aun así, Horacio no le agradaba la idea de que un asesino se paseara por las calles de su patio como si nada, mientras que lo acorralo para poder interrogarle de lo sucedido. Rojas llevaba unos pantalones muy apretados como los del típico malandro, su apariencia física tampoco lo ayudaba ya que llevaba una pinta criminal, esto y si añadimos que confesaba la verdad como si nada hubiera pasado, entonces el sabia que tenia al sujeto indicado.
—Empezamos de nuevo, desde el principio —dijo Alfonso Chaindez, el compañero de Fernadez—. Queremos que nos digas que paso, no solo admitas lo sucedido, tienes que decir el por que y cunado lo hiciste.
—¡Que les importa! —respondía Javier, aun aullando de ira—, ustedes están felices por lo que hice ¿verdad?, ese mocoso y su madre deberían ser nuestros esclavos y no andar por total libertad con si nada, solo son monos, así es, animales que deberían obedecerlos.
—Como quieras Javier, tan solo eres un crio de 17 años, eres solo un ignorante.
—¡No soy un crio! Tengo 18 años.
—Exacto —ahora replicaba Horacio—. Puedes ir a la cárcel, entendemos tus motivos, créeme, nosotros tampoco somos fanáticos de que nuestro patio sea invadido por ese tipo de personas.
—¿Hablas en serio? —preguntaba Javier—. Pero si no les importa el caso, entonces para que me tienen aquí.
—Mi compañero tiene preguntas que hacerte —ahora comentaba Alfonso—, y dudas que resolver, solo creemos que tal vez tengas las respuestas a un caso particular que necesitamos terminar. Pero quitando eso de la mesa, saliste de la universidad. ¿Y luego?