Otros pasatiempos
Siempre he sido una persona con total autocontrol. He amado facebook como nada en el mundo. Pero siempre en un amor hay quienes se interponen y esos han sido mis padres. Pero quizá parte de ese autocontrol es gracias a ellos.
En mis tiempos libres ese era mi pasatiempo favorito. ¿O será adición? He leído que muchas personas sufren de eso. Pero no me considero una persona adicta. Pero no ha sido mi único pasatiempo, entre ellos también están: ir al asilo de ancianos de la ciudad, que está como a treinta minutos desde mi casa en taxi. Y también otro rarito podrían decir pero es ver películas en un solitario minicine que podrían decir que está abandonado que está a veinticinco minutos también en taxi. Ninguno de los dos es más lejano que el instituto.
No es mucho pero, peor es nada.
—Pense que estabas muy ocupada con tus estudios —Habló muy seria mi madre.
—Si pero ya no lo estoy, no mucho.
—En vez de ir al asilo por qué no vas a otro lugar, no sé puedes buscar algo productivo. Algún oficio.
—Ir al asilo me gusta. —Afirmo.
—Hace meses que no vas. —Reclama.
—Iré más seguido esta vez… lo prometo.
—Bien, si esa es tu decisión le diré a Thomas que pase por ti, si vas será él quien te lleve siempre. —Dicta como la abogada que es.
—No es necesario mamá. Yo puedo arreglarmelas sola— es demasiado tarde cuando me doy cuenta de mi error— No debí decir eso, está bien dile que me recoja en el supermercado. —Accedo sin tener otra opción.
Al asilo no se debe ir con las manos vacías. Los ancianos siempre esperan alimentos más que todo. Así que voy por panecillos, galletas y otras cosillas que pueden masticar la mayoría no tienen dientes.
Salgo con dos bolsas en cada mano y ahí espera por mí Thomas. Un joven taxista de confianza de mamá. No me agrada en lo personal. Pero son órdenes de mamá.
En cuanto llego me recibe Margaret. La encargada del asilo.
—¡Cuánto tiempo sin verte!— Exclama contenta cuando me ve.
—Si. Es bueno regresar. —Digo sintiéndome un poco apenada por no venir antes.
—Es bueno tenerte de nuevo. —Es sincera al decir eso.
—Ire a saludar antes que me digas que hacer. —Digo.
—Ve, hoy no harás nada. —Dice sonriendo.
La primera que veo es a la señorita Carlotta. Una anciana de más de ochenta años. Nunca se casó, por lo cual ella demanda sea llamada así.
—Hola señorita Carlotta. —Saludo.
—Pero vean nada más quien ha regresado. Pensé que no te volvería a ver. —Reclama.
—He estado un poco ocupada—Me disculpo—le traje un regalo. —Le digo para calmarla —Un libro titulado Bajo la misma estrella de John Green.
—Ya me hacía falta un poco de romance—Dice tomando el libro con sus dos manos.
Ella ama leer.
—¿Cómo sabe que es de romance? —Pregunto confundida. Quizá ya lo leyó.
—El título querida. —Responde con obviedad.
—Se sorprenderá. —Le digo recordando el capítulo que leí.
—Alcánzame los lentes por favor niña. —Pide. Ella siempre está en su silla de ruedas, y no es que este invalida sino que ya le cuesta caminar muchísimo.
—Claro. Espero que disfrute su lectura iré a saludar a los demás.
Son solo quince ancianos pero mis favoritos son la señorita Carlotta y el señor Need. Ellos hubiesen Sido una muy buena pareja—digo cada vez que los veo— el señor Need ama los periódicos así que me aseguré de traerle el de hoy. Es un alivio que aún pueda ver bien. Con su avanzada edad.
—Hola Señor Need.
—¡Pero vean nada más! Tienes más largo el cabello. —Me sorprende que sea lo primero que note.
—Si, no lo he cortado desde hace un tiempo. Traje algo para usted. Es de hoy. —Y le extiendo el periódico.
—Gracias niña. —Dice guardando una libreta.
—¿Que hacía? —Pregunto con curiosidad.
—Oh. Escribo. —Responde como si no fuera un secreto.
—¿Una historia? — Sueno sorprendida.
—Asi es. Un anciano no puede estar sus últimos años aburrido. —Confiesa.
—Querré leerla. —Le digo sonriendo.
—Pero si tú no lees. —Ironiza.
—Puedo hacer una excepción— sonrió.
—Bien. Debo terminarla antes que el verano se vaya. —Confieza.
—¿Por qué? —Pregunto con curiosidad.
—Me temo que en el invierno no podré escribir. —Se sincerisa.
—Por el frio— rasono, escribe a mano y con el frío las manos se ponen rígidas —Lo dejare terminar entonces.
—¿Volverás? —Pregunta, mientras le da una ojeada a las páginas del periódico.
—Si. Lo prometo. —Alzo mi mano como promesa.
Salgo y veo como la mayoría descansa en las afueras de la recepción.
Disfrutan el verano.
La vida.
Desde aquí también puedo disfrutarla.
Solo entonces comprendo que esto es lo que necesitaba.