La Sombra de Athelburg: El Vigilante

Capítulo 9: El Juego Final

La sirena del fuego seguía aullando, una banda sonora ensordecedora para el caos que Valenzuela había orquestado. Las pantallas exteriores, como ojos acusadores, seguían parpadeando con los secretos desvelados. El aire frío del otoño se mezclaba con la tensión palpable mientras Solís lideraba al equipo táctico hacia el antiguo edificio de la Rectoría.

"Valenzuela conoce estas instalaciones mejor que nadie," advirtió Solís a sus hombres por el intercomunicador. "Espera trampas, desvíos. No subestimen su conocimiento de la red y la seguridad interna."

La entrada principal del edificio estaba sellada por el pánico, pero Solís recordó un acceso de servicio discreto, uno que la Dra. Elena Rojas había usado en su investigación, uno que Valenzuela probablemente también conocía. Era una puerta oculta en un callejón lateral, utilizada históricamente para entregas y mantenimiento.

Guzmán, revisando los planos del edificio en su tablet, confirmó: "Detective, si va por el subsuelo, puede acceder directamente a los conductos de ventilación que llevan al escenario del salón de actos. Es una ruta que solo un técnico antiguo conocería."

Solís asintió. "Dividámonos. Un equipo por la entrada principal para la distracción, y nosotros por el subsuelo. Queremos evitar una confrontación pública si es posible."

El aire en el subsuelo era denso, con el olor a humedad y polvo. El equipo de Solís avanzaba con linternas, sorteando tuberías y cables. Cada sombra parecía esconder una amenaza. El sonido distorsionado de la voz de Valenzuela aún se filtraba por las rejillas, más cerca ahora, anunciando la "hipocresía" de Athelburg.

Al llegar al salón de actos, encontraron las puertas del escenario cerradas desde dentro. Los gritos de Valenzuela, ahora más audibles, resonaban en el espacio vacío. Había logrado subir al proscenio.

"¡Sal de ahí, Valenzuela! ¡Estás rodeado!" gritó Solís a través de la puerta.

El silencio fue la única respuesta, roto solo por la voz grabada del propio Valenzuela y la sirena de fondo. Solís dio la señal. El equipo forzó la puerta.

El salón de actos estaba en penumbras. En el centro del escenario, bajo el único haz de luz de un proyector defectuoso, estaba Marco Valenzuela. Tenía un aspecto demacrado, el rostro marcado por el resentimiento. Sostenía en sus manos, no un arma de fuego, sino un dispositivo electrónico con una serie de cables y antenas, conectado a los sistemas del salón. Era el cerebro detrás del caos, su arma más potente.

"¡La verdad no puede ser silenciada, Solís!" gritó Valenzuela, su voz ronca por la tensión. "¡Han intentado borrarla, pero yo soy el vigilante de Athelburg! ¡Y no permitiré que su fachada se reconstruya sobre más mentiras!"

"Esto se acabó, Marco," dijo Solís, avanzando lentamente, las manos abiertas. "La Dra. Valdés está viva. Lo que ha hecho no es justicia, es un crimen."

Los ojos de Valenzuela brillaron con una luz maníaca. "¡Es justicia! ¡Es la única forma en que Athelburg verá su verdadera podredumbre! ¡Están ocultando más!"

Solís notó cómo Valenzuela se tambaleaba ligeramente, como si el estrés o una herida lo afectaran. Recordó la sangre en el alfil. Valenzuela, obsesionado con su misión, había subestimado el daño a sí mismo.

"No, Marco," dijo Solís con voz firme. "La verdad ya salió. Usted solo está empeorando las cosas para los inocentes que están aquí. Entréguese."

Valenzuela rió, una risa hueca y rota. "Nunca. La sombra de Athelburg los atrapará a todos. Y yo... yo encenderé la luz por última vez." Sus dedos se movieron hacia el dispositivo, buscando activar algo, quizás un último gran sabotaje, o un acto final y autodestructivo.




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