La sombra de la lujuria

Capítulo II. De desilusiones y otros cuentos

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Flavia en forma de reproche.

—Me visto para Salir —contestó Delfina mientras probaba un vestido tras otro frente al enorme espejo de su habitación.

—No evadas el tema, sabes muy bien de lo que estoy hablando.

—Soy una mujer joven, soltera, libre, con ganas de divertirse; no veo por qué tanto escándalo.

—Escucha Delfina —suspiró sentándose en la cama—, eres mi mejor amiga y sabes que siempre puedes contar conmigo, pero no estoy de acuerdo ni puedo ser tu cómplice en tu irremediable camino sin escalas hacia el ocaso.

—¿No crees que eres un tanto dramática? —sonrió mientras continuaba sonriéndole a su reflejo.

—Al principio era divertido, pero debes admitir que se salió de control.

—Solo iremos a bailar.

—Ambas sabemos que eso no es cierto.

—Si no quieres venir, no vengas, nadie te obliga —reviró.

—¿De verdad? —preguntó indignada, poniéndose raudamente de pie.

—Agradezco que te preocupes por mí, pero te aseguro que estoy en completa plenitud de mis facultades mentales.

—Bebes hasta desfallecer —retrucó.

—Soy mayor de edad.

—¿No te importan los peligros que pueden suscitarse? No, claro que no, de hecho caminas hacia ellos como una maldita kamikaze.

—Ahora pareces mi madre.

—Me aterra que pueda sucederte algo malo.

—Sé cuidarme sola.

—Nadie es capaz de cuidarse cuando está al borde del coma alcohólico.

De repente la conversación entre dos mejores amigas que rara vez diferían en sus opiniones, había dejado de ser un diálogo amistoso en clave persuasivo para convertirse en un vendaval de chicanas que volvían palpable una realidad cada vez menos amena, cada vez más irritante.

—De vez en cuando me excedo en los tragos —se excusó encogiéndose de hombros—, eso no me vuelve una ebria empedernida.

—Perdiste el norte amiga, admítelo.

—No admitiré nada.

—¿Por qué te destruyes así? —inquirió abriendo los bazos de par en par.

—¿Destruirme?

—Eras una abogada excepcional y mírate ahora —exclamó mirándola fijo a los ojos, tratando de despabilarla.

—¿Cómo me veo?

—Olvídalo.

—Ahora no escondas la mano, ¿cómo crees que me veo? —presionó desafiante.

—Igual a una prostituta —contestó sin rodeos aunque balbuceante.

—Entonces puedo alegrarme —sonrió—, cumplí mi cometido.

—¿De qué hablas? —preguntó frunciendo el ceño, atónita.

—¿Recuerdas lo que me dijo Gastón el día que terminó conmigo?

—¿De eso se trata? No puedes dejar que ese malnacido continúe digitando tu vida.

—Dijo que yo era aburrida —recordó envilecida, apretando los puños con rabia—. Que quería una mujer que tomara riesgos, una relación desenfrenada donde los sentimientos se confundieran con la lujuria y la cama solo fuera un mueble donde apoyar la cabeza cuando estuviéramos exhaustos de hacer el amor.

—Gastón es un imbécil.

—Ya no soy esa mujer pacata, esa abogada recatada que cumple las normas al pie de la letra.

—¿Te estás escuchando?

—Al fin soy esa mujer que dormitaba oculta en lo más arcano de mi pudor.

—Lo lamento, pero la Delfina que yo conozco, no necesita embriagarse y acostarse con una decena de desconocidos para demostrarle al mundo, y sobre todo a sí misma, que es una auténtica mujer.

—Esa Delfina de la que hablas ya no existe —concluyó mientras una lágrima traviesa rodaba por su mejilla derecha.

—Pues, deberías traerla de vuelta del ostracismo al que la condenaste por culpa de un hombre miserable que no hacía más que engañarte con todas y cada una de sus colegas.

—¿Por qué me haces esto?

—¿Hacerte qué?

—Lastimarme.

—¡Quiero que abras los ojos! —vociferó acercándose hasta tomarla de las manos—. Gastón no te merecía, no supo nunca apreciar lo que tenía a su lado y no merece ni una sola de tus lágrimas.

—Me encantaría poder dar vuelta la página y quitarlo de mi mente para siempre —replicó—, pero estuve con él desde los 18 y estaba convencida de que envejeceríamos juntos.

—Deberías alegrarte. El infierno a su lado no hubiera hecho más que agigantarse cada día.

—Lo dices porque nunca te cayó bien.

—Y por lo visto el tiempo me dio la razón —enfatizó—. Es un mujeriego, un imbécil sin norte, un ser despreciable escudado siempre bajo el ala de papá; un completo canalla.

—Tal vez tengas razón —susurró volviendo la vista hacia el espejo—, pero uno no elige de quién se enamora.



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En el texto hay: abogados, amor desamor, pasion venganza lujuria

Editado: 19.07.2022

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